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El día en que la Madre Esperanza ayudó a salvar la vida de Juan Pablo II

Una religiosa española, que fue beatificada en 2014, sufrió una hemorragia mientras la vida del papa corría peligro y ambos sobrevivieron
larazonLa Razón

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El pasado 2 de abril se cumplieron catorce años de la muerte de Juan Pablo II, cuyo pontificado ha sido uno de los más largos y fructíferos en la Historia de la Iglesia.
El pasado 2 de abril se cumplieron catorce años de la muerte de Juan Pablo II, cuyo pontificado ha sido uno de los más largos y fructíferos en la Historia de la Iglesia. Con motivo de esta efeméride no puedo pasar por alto un suceso tan extraordinario, como desconocido, en la biografía de Karol Wojtyla relacionado con la Madre Esperanza, una religiosa murciana fallecida en 1983 y beatificada por el Papa Francisco el 31 de mayo de 2014.
Nadie, en el claustral silencio de la celda de esta monja considerada el alma gemela del Padre Pío y afincada en Collevalenza (Italia), a la cual he dedicado un libro («Madre Esperanza»), percibió los dos balazos invisibles que perforaron sin piedad las entrañas de la víctima inocente. Pero lo cierto es que ésta empezó a vomitar sangre a borbotones, revolcándose de dolor en el vientre, como si acabasen de reventarle los intestinos. El reloj marcaba las dos de la madrugada del 13 de mayo de 1981, el mismo día en que el turco Ali Agca se disponía a matar a Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro.
Poco después, el doctor Tommaso Baccarelli llegó a la zona residencial de Collevalenza, tras recibir el aviso urgente de una hermana de la Congregación de las Esclavas del Amor Misericordioso. Baccarelli cogió el ascensor en la Casa del Peregrino B para subir hasta la octava planta y no tardó en asomarse al umbral de la puerta de la celda, señalada con el número 134 en una plaquita de metacrilato. Comprobó horrorizado entonces el rostro pálido y extenuado de la Madre Esperanza que yacía en su catre.
Amontonadas en una silla, el médico observó las toallas empapadas en sangre. Enseguida vino a su cabeza una sola palabra: transfusión. Había que darse prisa para evitar que aquella mujer falleciese.
Baccarelli era un cardiólogo experimentado, nacido en Todi el 23 de enero de 1929, que había conocido ocasionalmente a la Madre Esperanza en 1951 y que desde 1975 se convirtió en su médico personal.
Úlcera sangrante
Sor Amada Pérez estaba allí y lo presenció todo. El cuerpo herido de la Madre Esperanza, de 87 años, permanecía exánime ante sus ojos inundados de lágrimas. La hermana Amada no se resignaba a estremecerse una vez más ante los terribles espasmos que acababan de sacudir, entre estertores, el maltrecho organismo de aquella maternal anciana a la que tanto amaba. La testigo prestó su valiosa declaración el 15 de marzo de 1989 durante el proceso diocesano de canonización de la Madre Esperanza.
El acceso a la casi inexplorada Positio me sirvió de privilegiado arsenal de documentos y testimonios para conocer de primera mano la gigantesca dimensión de nuestra protagonista, entre los cuales figura precisamente el de Amada Pérez, grabado a hierro y fuego en su memoria: «Desde hacía muchos años –declaraba ella–, la Madre sufría de úlcera de estómago, a menudo sangrante, sobre todo después de haber tomado alguna medicina fuerte o un antibiótico, o después de haber comido algún alimento difícil de digerir. La úlcera sangraba cuando tenía un sufrimiento particular, como sucedió el 13 de mayo de 1981... A propósito de la hemorragia con ocasión del atentado contra Juan Pablo II, me gustaría precisar que fue tan abundante, que empapó tres o cuatro toallas enteras. Aunque eran las dos de la madrugada [del 13 de mayo], avisamos al doctor Baccarelli, que acudió de inmediato y se espantó al ver tanta sangre y a la Madre en semejante estado de postración». Y prosigue sor Amada: «El doctor manifestó enseguida la necesidad perentoria de una transfusión. Por la mañana temprano ya había algunas hermanas preparadas para donar sangre. Pero al hacerle los pertinentes análisis a la Madre para determinar su grupo sanguíneo, antes de proceder a la transfusión, los técnicos del laboratorio comprobaron que los glóbulos rojos eran completamente normales y que por lo tanto no era necesaria ya aquella operación. Cuando tuvimos noticia ese mismo día del atentado contra el Papa, nos dimos cuenta del porqué de aquella terrible hemorragia».
El doctor que la atendió comprobó que las toallas apiladas sobre la silla habían moldeado, gota a gota, un pocito con su sangre en el pavimento; el camisón de la Madre, las sábanas y las fundas de la almohada y del colchón estaban igualmente impregnadas de sangre. «La enfermedad y las hemorragias de la Madre Esperanza cesaron solo cuando se supo que el Santo Padre estaba ya fuera de peligro», asegura el exorcista Giovanni Ferrotti, Hijo del Amor Misericordioso.

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