Historia

Japón

El día que el mundo descubrió la bomba atómica

El próximo 6 de agosto es el 70 aniversario del bombardeo de Hiroshima y del comienzo de la era nuclear. El ataque fue lo único que hizo al emperador japonés Hirohito renunciar a su beligerancia

Explosión de «Little Boy», la bomba atómica que el bombardero «Enola Gay» arrojó sobre Hiroshima
Explosión de «Little Boy», la bomba atómica que el bombardero «Enola Gay» arrojó sobre Hiroshimalarazon

Hirohito cogió el teléfono muy asustado. La primera bomba atómica había caído el 6 de agosto en Hiroshima. Además, los soviéticos de Stalin le habían declarado la guerra e invadido Manchuria. El emperador nipón llamó a los suyos, escuchó planes y los informes de guerra. «El soldado japonés muere, no se rinde». A los tres días cayó la segunda bomba; esta vez en Nagasaki. Unos meses antes, los aliados habían invadido Alemania, y Hitler se había suicidado en su búnker. Tras 14 años de guerra había llegado el fin, y el emperador dictó la rendición. La creencia general señala al general Tojo y al militarismo racista japonés como los causantes de la extensión de la Segunda Guerra Mundial a Asia. Eso es el resultado de una visión occidentalista de la Historia, pero también de conveniencia general. Hoy se reconoce la responsabilidad del emperador Hirohito en la actuación del Ejército japonés desde 1927, cuando iniciaron la conquista de China. La sociedad nipona, siempre aferrada a su tradición, creía que era «el Hijo del Cielo», como un dios, y fueron a la guerra por él. Esta situación convenció a los norteamericanos para difundir, tras la rendición, que el emperador había sido un títere, una víctima más de los militares japoneses, y reconstruir el país con mayor facilidad.Hirohito no creía en su ascendencia divina. Había nacido en abril de 1901. Hacía más de un cuarto de siglo de la revolución Meiji, que combinó la tradición nipona con la modernidad occidental, lo que se trasladó a la política, la industria, al ejército, y a ciertas costumbres. Asumió la regencia ante la enfermedad de su padre, y en 1926 comenzó su reinado como una deidad viviente. El príncipe Saionji, su instructor, le explicó que lo importante no era creer en su divinidad, sino comprender su utilidad. La deificación invitaba al pueblo a la fe ciega, y el emperador la alimentaba con un cuidado fasto y rituales grandiosos. Hirohito aprendió de su visita a Jorge V en Gran Bretaña que debía tener una influencia determinante en la política pero manteniendo la de imagen de neutralidad entre partidos e instituciones.

El incidente de Manchuria en 1931, provocado por el Ejército japonés para invadir esa provincia china fronteriza con Corea, fue el último acto bélico en el que Hirohito no intervino. La guerra de China comenzada en 1937, que desembocó en la toma de Pekín, contó con la aprobación del emperador, incluido el saqueo de Nanjing y las atrocidades que se cometieron. Se calcula que fueron asesinadas unas 200.000 personas. Los chinos llamaron a esta actuación japonesa «los tres todos»: quemarlo todo, masacrarlo todo y robarlo todo. A esto siguió el «Manifiesto por un nuevo orden en Asia Oriental», escrito por el príncipe Konoe, Primer Ministro, y aprobado por Hirohito. En el texto, China quedaba política y económicamente en manos de Japón, que mantendría ejércitos en el interior del país.

Una ocasión propicia

El acuerdo germano-soviético de agosto de 1939 le pareció una traición al Emperador. Desconfiaba de todos, y temía tanto un ataque soviético como uno norteamericano. Sin embargo, la situación internacional del verano de 1940 llevó a Hirohito a adoptar una nueva idea. Francia y los Países Bajos habían caído, y Gran Bretaña estaba aislada y atacada por aire por Alemania. Era la ocasión de hacerse con las Indias holandesas, Indochina, Singapur y otras plazas. El mismo Hirohito fue quien indicó que la expansión debía ser hacia los mares cálidos del sur, ricos en materias primas, y no al norte, hacia Siberia, como propuso el alemán Ribbentrop. La clave del éxito estaba en golpear a EE UU para neutralizarlo antes de que estuviera listo para luchar; entonces, creía el Estado mayor japonés, los norteamericanos negociarían, y ya podrían volverse contra la URSS. No obstante, el peligro era que un ataque a Estados Unidos fuera aprovechado por los soviéticos para adentrarse en tierras japonesas. La ocasión se la brindó Hitler en junio de 1941 al atacar a Stalin. Por esta razón, Hirohito había rechazado la posibilidad de un ataque conjunto a la URSS. Con los soviéticos en guerra con los alemanes quedaba libre el ataque a EE UU.

La prueba para comprobar la reacción del presidente Roosevelt fue la invasión de la Indochina francesa en septiembre de 1940, y la firmadel Pacto Tripartito con Alemania e Italia. El norteamericano se limitó a un embargo comercial y financiero. Hirohito sustituyó al primer ministro, príncipe Konoe, por el general Tojo, quien, junto al almirante Yamamoto, le presentó el plan de ataque a Estados Unidos. Hirohito no participó en la planificación del ataque, pero lo autorizó. El Emperador tuvo dos preocupaciones: que las operaciones estuvieran sincronizadas y que la Marina no violara aguas soviéticas para que Stalin no lo considerara una agresión. El ataque a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, fue un éxito. El Congreso de los EE UU declaró la guerra a Japón al día siguiente, con el único voto en contra de la congresista Jeannette Rankin. Hirohito autorizó la invasión de Tailandia, así como de la colonia británica de Malasia y muchas islas del Pacífico. El emperador recibía hasta dos informes militares diarios, y daba el visto bueno a las operaciones. Tras el bombardeo norteamericano de territorio japonés, en abril de 1942, la conocida «operación Doolittle», Hirohito destituyó a sus consejeros militares y consintió la ejecución de tres de los ocho pilotos capturados. Esta violación de los tratados internacionales sobre prisioneros de guerra fue menor. El emperador ya había autorizado los asesinatos en los campos de concentración desde 1931, hasta el punto de morir el 40% de los enemigos capturados, algo que ni siquiera ocurrió en la Alemania nazi. En la primavera de 1942, la guerra del Pacífico dio un vuelco con la batalla del Mar del Coral y las derrotas japonesas en Midway y Guadalcanal. Hirohito no aceptó la situación, y siguió animando a su ejército. Tras la victoria norteamericana en Iwo Jima, en 1945, el emperador presentó el fiasco como una victoria del espíritu guerrero japonés, dispuesto a morir antes que rendirse. Y arengó a su ejército tras la derrota en Okinawa, donde murieron 150.000 japoneses. Hirohito no rompió con los militares hasta que el Enola Gay soltó la bomba sobre Hiroshima. Mientras el Consejo Supremo de la Guerra ni se inmutó, el emperador vio que era el fin. Nagasaki fue determinante. En la noche del 14 de agosto de 1945, Hirohito grabó la rendición en un disco de acetato. Un grupo de militares asaltó el Palacio para dar un golpe de Estado ese día. Buscaron la grabación para destruirla, pero desistieron. A mediodía, los japoneses oían por primera vez la voz del «Hijo del Cielo». No hablaba de derrota, sino de acordar la paz. Quince días después, el general Douglas MacArthur llegaba a Japón. El 2 de septiembre obligó a Hirohito a firmar la rendición. El Senado de Estados Unidos aprobó una resolución para que el emperador fuera castigado por criminal de guerra, pero MacArthur pensó usar a Hirohito para controlar el país. Días después, el emperador renunció públicamente a su divinidad y comenzó a recorrer el país predicando la democracia.