El día que me encontré con Franco en la Feria del Libro
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Franco está vivo. Y desdice aquel «Muera la inteligencia» de Millán Astray. Ayer apareció en la Feria del Libro, a la espera de lo que decida el Tribunal Supremo sobre su exhumación. Se ve que el hombre se aburría en Cuelgamuros. Es tan caricaturesco, tan lejano de la seriedad que debería rodear el trágico enfrentamiento entre españoles, que ya la solemnidad de su traslado será también espuma de comedia de trazo grueso. Estábamos paseando por las casetas del Retiro, entre los autores de moda, cuando apareció de repente. Apenas un murmullo entre el gentío, para verificar que al común le importa bien poco lo que se haga con el resucitado. No comprobamos si Almudena Grandes firmaba ejemplares de su novela, aunque algún folleto la anunciaba. Hubiera sido un gran encuentro. La dama roja, de escritura rentable, y el cadáver azul, guionista de «Raza» aunque la firmara con el seudónimo de Jaime de Andrade. Franco presentaba su propia novela, «El baile de los caídos» (Temas de Hoy) en la que se narra la peripecia de su escapada del Valle de los Caídos antes de que llegara la excavadora gubernamental. Hay otros ejemplares sobre su figura y lo que fue la Guerra Civil. Apresúrense a comprar algunos de ellos antes de que el Gobierno penalice a los que no cuenten el relato oficial, como si no hubiera historiadores con un arsenal de datos que lo contradigan. Lo dice Stanley Payne: «En España no se puede ser un intelectual de categoría sin hablar mal de España». Para los que ahora mandan, la historia se interpreta en el Boletín Oficial del Estado. Entre los estantes, la reedición de «Diario de un médico argentino en la guerra de España (Espasa), las peripecias de Héctor Colmegna, que se enroló de voluntario en las Brigadas Navarras a las órdenes de Franco. Un ejemplar para la hoguera. O «La división azul: de 1941 a la actualidad» (La Esfera de los Libros), los que hicieron el petate para combatir el comunismo, entre ellos Berlanga. No eran fachas, como se dice ahora a todo lo que se mueve fuera del marco censor, sino jóvenes que buscaban el ardor guerrero hormonal, como Rimbaud sin su malditismo. Andrés Trapiello reedita y completa «Las armas y las letras», el único que ha documentado de una manera descomunal que ni todos los escritores republicanos eran buenos literatos, ni todos los nacionales malos, que es con los que nos machacan desde que la Transición parió un león. Y allí, en la cima de la Cultura, estaba Franco, tal que uno de esos figurantes que se visten de Bob Esponja. «Buenos días», dijo, y fuese.