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El milagro de la niñera fotógrafa

Rescatada del olvido por un azar, la obra de Vivian Maier se ha convertido en objeto de fascinación
larazon

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Rescatada del olvido por un azar, la obra de Vivian Maier se ha convertido en objeto de fascinación
Esta es una historia infalible. Vivian Maier, hija de emigrantes francesa y austriaco, nació en Nueva York en 1926. Sus padres se divorciaron y su madre buscó cobijo con una amiga fotógrafa. Se supone que fue entonces cuando Vivian, introvertida y con problemas para comunicarse, aprendió a hacer fotografías, pero eso nadie lo sabe. Ni nadie lo supo durante las décadas que llevó una vida de niñera callada e insignificante. Sin embargo, durante años salió a la calle de incógnito con una cámara rudimentaria. En días libres, al acabar su turno. Tal era su pasión que llegó a acumular en el desván 120.000 negativos y 2.000 rollos de película sin revelar que nadie más que ella vio nunca. Maier falleció en la indigencia y el olvido en 2009. Un tiempo tras su muerte, un estudiante buscaba imágenes para documentar un trabajo y adquirió unas cuantas cajas de fotos viejas en un rastrillo. Sin embargo, pensó en hacer negocio y reveló algunas para venderlas por internet. El crítico Allan Sekula le escribió para advertirle de la calidad del material. Año 2014: Maloof era candidato al Oscar por «Finding Vivian Maier», la película que reconstruía la vida de esta «Mary Poppins de la fotografía».

Un terremoto

«Era una persona solitaria, introvertida y misteriosa. Con dificultades inequívocas para comunicarse. Sin embargo, dejó atrás una escritura fotográfica que no permitió que nadie contemplase y, cuando fue descubierta, causó un terremoto en el mundo de la fotografía», dijo ayer Anne Morin, comisaria de la exposición, que forma parte de PhotoEspaña. Maier vivió resignada al anonimato y a la invisibilidad, a la peor dimensión de la palabra servicio. «Nunca tuvo su propia vida, sino que se entregó a otros. De hecho, una de las razones por las que nunca publicó sus fotografías es que se aplicó un determinismo radical: su abuela fue cocinera y su madre niñera, así que se autoimpuso un perímetro del que no se autorizó a salir para ser fotógrafa. Lo hizo en secreto, por necesidad de existir», explicó Morin. «Nunca se permitió tener una identidad por su condición social, y por eso se autorretrató, para asegurarse de tenerla, aunque casi todas las veces se retrataba con mirada seria. Y, sin embargo, ha conseguido una vida plena tras su muerte. Recuperó la identidad que no tuvo y además se ha abierto un capítulo en la historia de la fotografía que ya dábamos por escrita. Este hallazgo me conmovió, pero espero que sea juzgado por su valor artístico y no por la historia personal de Maier», dijo la comisaria. Y su valor artístico es traspasar la distancia de cortesía de los transeúntes tanto como para sacarles de sus casillas. O mirarles desde lejos para verles insignificantes héroes proletarios. Escenas de calle, de infancia, que, más allá de la fiebre mediática, albergan un sueño y un desvelo.