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El Museo Barnes, el tesoro pictórico «escondido» de EEUU

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En EEUU hay muchas colecciones de arte fruto de la pasión pictórica de las grandes fortunas del siglo XX, pero no existe ninguna como la Barnes Foundation de Filadelfia, una muestra en la que se combinan de manera asombrosa obras maestras de Cézanne, Picasso, Matisse, Modigliani o Van Gogh.
Barnes fundó el museo en 1922 en un palacete en la pequeña localidad de Merion, a media hora de Filadelfia, con el objetivo de albergar las obras que iba adquiriendo en sus viajes por todo el mundo, especialmente en Europa.
Pero este químico de profesión no era un coleccionista al uso.
Curiosamente, se había hecho rico al desarrollar y comercializar un medicamento contra la gonorrea a comienzos del siglo XX, y vender la compañía justo antes de que se popularizasen los antibióticos.
Su idea del arte tenía que ver más con la educación en el sentido más filosófico del término y consideraba que la mera contemplación de las obras de estos genios de la pintura equivalía a asistir a la universidad de la vida.
La peculiaridad es que Barnes diseñó íntegramente el modo en el que los lienzos deberían exhibirse ante los espectadores.
Fue él mismo quien definió cómo deberían interactuar las obras, en función de su impulso estético y sin ninguna cortapisa cronológica o estilística.
Así, deslumbrantes paisajes impresionistas de Monet conviven con retratos de Goya, las mujeres de Modigliani lo hacen con lienzos de El Greco y los arlequines de Picasso conversan codo con codo con los explosivos trigales de Van Gogh.
"Vivir y estudiar las grandes pinturas ofrece más interés, variedad y satisfacción que cualquier otro placer conocido por los hombres", solía decir el coleccionista.
Hasta su muerte en un accidente de tráfico en 1951, a los 79 años, el filántropo fue ampliando una colección que le llevó a encargar a Matisse en 1930 el mural tríptico "La Danza II", una de sus grandes joyas, cuando el artista se encontraba de viaje por Estados Unidos.
El resultado es una fascinante amalgama, de incalculable valor, en la que se pueden admirar 181 obras de Pierre-Auguste Renoir, 69 de Paul Cézanne, 59 de Henri Matisse, 46 de Pablo Picasso, 21 de Chaim Soutine, 18 de Henri Rousseau, 16 de Amedeo Modigliani, 11 de Edgar Degas, 7 de Vincent van Gogh, y 6 de Georges Seurat.
Hace poco más de dos años, y en una decisión que levantó ampollas en el mundo del arte, los gestores de la colección decidieron sacar la muestra del palacete que las había acogido desde su fundación, casi hace un siglo, y trasladarlas a un moderno edificio en pleno centro histórico de Filadelfia.
Inmediatamente, numerosos críticos y aficionados lanzaron una batalla contra lo que consideraban una traición a los principios de Barnes, por tocar lo que consideraban como una obra maestra en sí misma dada su estrecha vinculación con el lugar, en los idílicos paisajes de la Pensilvania rural.
Sin embargo, los defensores del traslado argumentaron que la colección iba ser replicada con total exactitud según los deseos de Barnes, y permitiría ser vista por un mayor número de espectadores, dado que el emplazamiento original era muy pequeño.
"Hemos mantenido el diseño y las proporciones hasta el milímetro (...). Y hemos pasado de 60.000 visitantes a 350.000 al año, cinco veces más", explicó a Efe Jan Rothschild, vicepresidenta de comunicación de la Colección Barnes, orgullosa al mostrar la exposición "en todo su esplendor".
Además, Rothschild aseguró que, de este modo, se había logrado avanzar en la filosofía de Barnes, para quien el arte era un método de educación en sí mismo.
"No hay otra colección como esta en EEUU", agregó la portavoz al recordar que Matisse, cuando visitó la colección en la década de los años 30, afirmó que era "el único lugar sensato para ver arte en EEUU".