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El oro que obsesionó a los persas

El British Museum trae al CaixaForum de Madrid reliquias que permiten vislumbrar cómo entendieron el lujo los asirios, los aqueménidas y los fenicios
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El British Museum trae al CaixaForum de Madrid reliquias que permiten vislumbrar cómo entendieron el lujo los asirios, los aqueménidas y los fenicios
En el vasto imperio aqueménida el oro era la máxima representación del lujo. De aquella época de ostentación del primero de los imperios persas se conserva, entre otros objetos, una preciada colección de piezas de oro y plata conocida como el tesoro del Oxus. De ese río de Asia central, hoy llamado Amu Daria, donde fue encontrado entre 1876 y 1880 por habitantes de la zona, el tesoro recorrió un accidentado camino hasta el British Museum. Primero fue comprado por comerciantes de Bujará, pero estos fueron secuestrados por una tribu local cuando atravesaban Afganistán, entonces en plena guerra anglo-afgana. Las autoridades británicas lograron liberarlos y rescatar el tesoro, que más tarde fue vendido en los bazares de Rawalpindi, en el actual Pakistán. Años más tarde el British se dio a la tarea de recuperarlo y fue comprando las piezas poco a poco, una a una. Hoy posee gran parte de los 180 objetos que lo componen. Uno de ellos, un recipiente para perfumes en forma de pescado, realizado a partir de una sola hoja de oro y en el que se reconocen incluso las escamas del animal, es la pieza estrella de la exposición “Lujo. De los asirios a Alejandro Magno” que Caixa Forum inaugura hoy en Madrid.
Antes de que los aqueménidas desarrollaran su gusto por el oro, otros pueblos, que se expandieron por territorios similares entre la caída y el esplendor de uno u otro imperio, asociaron la idea de lujo con distintos materiales. Para los asirios fue el bronce y para los fenicios, el marfil, mientras que el vidrio fue la joya de los griegos.
La muestra evoca la forma de vida de estas civilizaciones a través de reliquias, en su mayoría descubiertas en excavaciones arqueológicas del siglo XIX, desde lo público hasta lo privado; es decir, rastrea el modo en que la guerra, las invasiones y las conquistas, pero también la estabilidad política, implicaron la insólita acumulación de riquezas y el intercambio entre culturas, además del modo en que el lujo era concebido a nivel personal: cómo se vestían, decoraban y perfumaban los asirios, los fenicios, los persas y los griegos.
El palacio de Nínive
“Para fortalecer su poder, los gobernantes de Oriente Medio construyeron inmensos palacios -explica la comisaria de la muestra, Alexandra Fletcher, del British Museum-. Imaginen los decorados con suntuosos textiles en cada salón, excepto en las entradas, donde los elegantes tapetes de seda se dañaban rápidamente por el constante paso de visitantes. La solución “práctica” fue crear una alfombra de piedra que imitaba a la perfección los patrones y hasta las borlas de la de tela”. Un generoso fragmento de una de ellas, proveniente del famoso palacio de Nínive construido por el rey Senaquerib, puede observarse en la muestra.
Quizá lo más especial de esa fortaleza fueran sus espectaculares jardines, que representaban la abundancia, la fertilidad y la santidad. “Para hacerlos posibles el rey tuvo que traer agua desde kilómetros de distancia utilizando acueductos que mandó construir precisamente para ello. Senaquerib alardeaba de las exóticas plantas de todo tipo que convivían en su jardín y de las frutas que allí cultivaba”, afirma la comisaria, y explica que éste era un espacio de relajación donde se celebraban banquetes y siempre había música.
“Todo el mundo ha oído hablar de los jardines colgantes de Babilonia, pero la verdad es que no los hemos encontrado. De hecho, hay quien cree que esos jardines en realidad estaban en Nínive y que el rey los creó para su esposa”, explica Fletcher.
Además de instrumentos musicales, bols para el vino e incensarios recuperados de Nínive, el British ha traído a Madrid varios fragmentos de relieves que evocan la belleza y abundancia de los jardines de Senaquerib, además de las escenas de diversión y descanso que allí eran tan comunes. Originalmente, los relieves se realzaban con colores que con el tiempo se han perdido. Gracias a un sistema de proyección se pueden volver a apreciar como alguna vez fueron: con los ríos coloreados de azul, las plantas de verde y las puertas del palacio de rojo.
La cumbre de toda aquella ostentación llegó con Alejandro Magno. “Conquistó el mundo de Bulgaria a India en apenas 13 años, y llevó consigo las ideas griegas de estética y política por todo Oriente Próximo. Alejandro cambió por completo el mundo tal y como lo conocían estas culturas”, explica la comisaria.
La influencia griega en Oriente no fue la única consecuencia de sus campañas de expansión; el comercio de oro hacia Occidente aumentó de manera significativa, por lo que en Grecia se han encontrado joyas de ese metal decoradas con piedras preciosas traídas del otro extremo del imperio alejandrino.
Para entender el nivel de influencia de Alejandro Magno basta con saber que su imagen –la de un gobernante joven y guapo, con el cabello rizado y el rostro liso como el de un niño– dictó la moda de los sucesivos regentes durante cinco siglos: ninguno de ellos, hasta el emperador Adriano de Roma, se atrevió a dejarse crecer la barba.