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El regreso de los nazaríes

El pintor ha retratado a los jinetes nazaríes con un absoluto rigor histórico
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Augusto Ferrer-Dalmau retrata a los célebres jinetes musulmanes en esta obra del «Álbum de la caballería española»

Augusto Ferrer-Dalmau plasma en un pequeño cuadro, que entrará a formar parte del «Álbum de la Caballería Española», a un grupo de jinetes nazaríes en las estribaciones de Sierra Nevada. El cuadro ha contado con la asesoría del que esto escribe. Ya son tres obras del autor (un boceto del Gran Capitán presentado en Granada este mismo mes y el cuadro de futura publicación «El Paso de Cortés») las que han sido asesoradas en estrecha colaboración con un historiador especialista en historia militar y recreación histórica. Uno de los propósitos de esta pintura es reivindicar la condición de «soldados de la historia de España» que poseen los andalusíes. Conviene recordar que tras el año 711, parte de la población hispanorromana que cayó bajo el mandato político del califato se convirtió a la religión islámica, proceso que continuó a lo largo de los siglos (en el XI el 50 por ciento de los mozárabes, cristianos bajo dominio musulmán, se habían convertido). Por sus características, estos andalusíes de Granada, los nazaríes, constituían una «rara avis» dentro del panorama del mundo islámico, con una interpretación bastante laxa de los preceptos de su religión: en ocasiones consumían alimentos prohibidos o pintaban seres humanos. Por ello, almorávides, almohades y benimeríes, estrictos observantes de los pilares de la fe islámica, les vieron con malos ojos.

Un reino naciente

La historia del reino nazarí comienza con una dinastía autóctona, los Banu Nasr, que reivindicaban ser descendientes de los compañeros del profeta Mahoma (los Nasr). La dinastía pasó en el siglo XII desde Zaragoza hasta Arjona, que convertirían en su taifa. Fue desde aquí donde, aprovechando el desconcierto del mapa político hispano tras la victoria cristiana en las Navas de Tolosa, se hicieron a comienzos del siglo XIII con el control de territorios limítrofes como Málaga, Almería, Jaén y, finalmente, en 1238, Granada.

El naciente reino fue dirigido por el carismático Muhamad ibn Nasr, más conocido como «Al-Hamar» o «El hijo del Rojo» (por el color de su barba), que perdería Jaén ante el avance cristiano. Firmaría entonces un pacto con Castilla, el de Jaén (1246), en el que quedaba fijada la frontera entre ambos reinos. Granada, ya reino independiente, se declararía vasalla de Castilla, debiendo pagar cada veinte años el famoso impuesto de las parias. Comenzó la larga singladura de este reino hispano, que viviría tiempos de gloria en el siglo XIV, mientras el mundo cristiano temblaba a causa de la peste y la guerra civil en Castilla, de la que sacaron ventaja. Fue la época de mayor esplendor arquitectónico y político de la dinastía, la época de los grandes desastres cristianos, de la riqueza en el comercio con el norte de África y la exportación de sus demandados productos (como la famosa loza dorada). La Alhambra se configuraría en este siglo como la fortaleza-palacio que conocemos hoy. Pero el germen de la caída del reino nazarí, refugio de la población musulmana desplazada a causa de la reconquista, estaba en aquel lazo de vasallaje con Castilla, aprovechado puntualmente por Castilla. El resto es historia conocida. Tras los avances cristianos, lentos pero seguros, de finales del siglo XIV y principios del XV, se aprovecharía las luchas dinásticas y políticas que también azotaban periódicamente aeste estado para preparar la campaña final de conquista, en época de Fernando e Isabel.

Ferrer-Dalmau ha representado en el cuadro a una patrulla de jinetes nazaríes, en torno al año de la firma del Pacto de Jaén, 1246. El ejército nazarí estaba estructurado en unidades de 5.000 (estandarte), 1.000 (bandera), 200 (gallardete) o 40 hombres (banderín). Los banderines, mandadas por un alarife, estaban formadas a su vez por pelotones de cinco hombres conocidos como «lazo» (uqda) al mando de un «nasir» o inspector. Esta es una de esas pequeñas unidades. Los jinetes están patrullando las estribaciones de Sierra Nevada al comienzo de la época del deshielo. Se trata de los famosos «zenetes», de donde proviene la voz española «jinete». Su particular estilo de monta, la jineta, fue también practicado por los cristianos, y de hecho sería el que los conquistadores llevarían al Nuevo Mundo. No sería lo único. Los jinetes nazaríes eran expertos en el llamado «torna-fuye», una retirada fingida para atraer al enemigo hacia una trampa. Eran ágiles y poseían gran control sobre sus monturas, a la manera de un banderillero de hoy (el estilo de monta de la doma vaquera procede de la monta a la jineta). Sus armas eran lanzas, espadas, venablos (lanzas arrojadizas que tiraban con mucha precisión, dando origen al famoso juego de cañas que se practicaría durante el Siglo de Oro) y arcos.

Sus protecciones eran parecidas a las de los cristianos, pero no solían llevar armaduras tan pesadas. Generalmente se les representa vistiendo ligeras armaduras de cuero, más pesadas cotas de malla o utilizando simplemente ropa de a diario junto a cascos y escudos. De entre ellos destaca la adarga, el escudo de Don Quijote, hecho de cuero y muy resistente. Los conquistadores también llevarían este escudo al nuevo mundo, y formaría parte del uniforme de los famosos «lanceros de cuera» en el siglo XVIII. Los jinetes nazaríes, temidos y temibles, fueron el germen de un estilo de monta y combate que se usó con profusión en las Guerras de Italia y las empresas de colonización y conquista del Nuevo Mundo en época de Colón, Cortés y Pizarro. La herencia de los zenetes nazaríes fue determinante en estas empresas.