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El verano de las preguntas

Las jóvenes realizadoras Marta Lallana e Ivet Castelo debutan hoy en la gran pantalla con “Ojos Negros”, un hermoso y silencioso homenaje a las épocas de transición
larazon
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Es posible que no fuera tan invencible como el que habitaba en el interior de Camus o que ni siquiera se acercara mínimamente al que protagonizaron Idgie y Ruth con el final de la Gran Depresión como telón de fondo en “Tomates verdes fritos”, pero cualquiera que haya tenido un pueblo al que acudir en verano sabe que las pepitas de melón sobre el mantel de cuadros, el silencio que inunda la siesta, las heridas en las rodillas, los bocadillos en la calle, las sólidas manos de la abuela enredándose en juegos con el pelo que terminaban en coleta y la convulsión nocturna de las estrellas podían llegar a parecer inmortales.
Asentarse durante los meses de julio y agosto en un universo que durante el resto del año reposaba dormido, se convertía en un ejercicio de exploración y aprendizaje prematuro, en algo así como un vagón de tren de primera clase con rumbo a la edad adulta en cuyos asientos las preguntas se multiplicaban mientras el cuerpo luchaba por rebelarse. Paula conoce bien las consecuencias de esta iniciación y la existencia de unas emociones sobredimensionadas que se desarrollan y recolocan en un pequeño pueblo de Teruel en el que apenas pasa nada, pero en realidad pasa todo.
La joven protagonista de "Ojos Negros", el debut cinematográfico de las directoras catalanas Marta Lallana e Ivet Castelo, se ve empujada con 14 años a pasar las vacaciones de verano en un desconocido rincón del territorio aragonés acompañada de una tía y una abuela con las que apenas ha tenido relación en los últimos años. A medida que transcurren los días Paula (interpretada por la actriz novel y hermana de una de las directoras, Julia Lallana) intenta evadirse de las tensiones familiares y decide asomarse con una mezcla de inocencia y reposada madurez a la ventana que delimita la etapa de transición de la adolescencia.
"Mi abuelo que era carpintero y tenía un desván en el que guardaba todas sus herramientas junto con un baúl plagado de escritos, libros, cuadernos y cosas de cuando mi madre y mi tía eran jóvenes. Me acuerdo de abrirlo con curiosidad, de ver las pegatinas de sus ídolos, ver lo que estudiaban en su época y pensar “es que mi madre también ha tenido mi edad y también le ha gustado esta música o este escritor”. Parece como muy obvio, pero en esos momentos te das cuenta de que tus padres no siempre han sido "tus padres". Que hay una línea del tiempo ¿no? Que hay un pasado y que también habrá un futuro. Esa desidealización de los adultos... Cuando eres pequeño ves sus figuras casi como un mito, pero luego empiezas a ver otras partes y te empiezan a invadir unas sensaciones sobre que igual no todo es blanco o negro", comenta Marta Lallana (1993, Zaragoza) acerca de uno de los momentos clave en los que empezó a dejar de pensar que el mundo estaba recién pintado.
Un pensamiento que Ivet Castelo (1995, Vic) complementa con una reflexión sobre la angustia generacional de no poder retener el tiempo: "Cuando era adolescente empecé a preocuparme mucho por la posibilidad de llegar a olvidarme de cosas que estaba viviendo. Cosas que me estaban pasando, conversaciones que tenía con amigos... Pensaba "un día no me voy a acordar de esto, de lo que estoy viviendo ahora". Y eso me pasaba porque cuando hablaba con mi madre sobre cosas de su infancia o de cuando era joven de golpe me decía "ay esto no me acuerdo ya cómo se llamaba". Se me quedó muy grabado el miedo de que me pasara lo mismo".
Cuando Paula conoce a Alicia, la única relación significativa que mantiene durante su estancia en “Ojos Negros”, su sensibilidad, apetencia y capacidad de observación se agudizan y dan pie al inicio de una ambigua relación capaz de desprender cantidades considerables de ingenuidad y pureza. Una pureza que discurre a lo largo de la cinta a través de la intimidad de unos primerísimos planos detalle y del sonido trémulo de las notas musicales de todo un referente dentro del panorama musical como Raül Refree, compositor de la banda sonora de la multipremiada “Entre dos aguas”. Haciendo uso de una mirada muy personal cuyo ángulo parece estar convirtiéndose en el sello de una cantera “made in”Pompeu Fabra, estas realizadoras son capaces de demostrar mediante una ópera prima cargada de luz y belleza con reminiscencias de “Verano 1993”que, a partir de la cotidianidad de un drama muy humano, es posible hacer toda una película.