«El viaje de Nisha»: La familia es mi enemigo

Un descenso a los incomprensibles infiernos, el secuestro de Nisha, de 16 años y origen pakistaní, por la inoportuna llamada a un maldito móvil y los inicios de un arriesgado coqueteo. La familia de la joven, que emigró hace tiempo a Noruega, no puede consentir que se comporte como una occidental, que los parientes se enteren y murmuren, que la sociedad los proscriba por la inmoralidad de la niña, y deciden enviarla a un país, el suyo, que no conoce para enderezarla. El viaje de padre e hija es desasosegante, tenso, angustioso, y, cuando llegan, Misha sabe desde que pisa por primera vez las losas de esa nueva y extraña casa que jamás aceptará una cultura castradora con la mujer, que la somete para que no lleve nunca la contraria. Y Nisha cada día amasa el pan, compra en el mercado las verduras para la cena, va al instituto, siempre vigilada. Desgraciadamente, toda la áspera, cruda historia (especialmente dolorosa durante momentos como aquel en el que teme incluso por su vida) desprende conocimiento por parte de la directora, que experimentó en carne propia los padecimientos de la protagonista. No hay salida, ni en Europa ni en aquel punto tan alejado del frío, para una chica que no conoce todavía su lugar en el mundo. Y cuando Nisha debe regresar, se da cuenta de que la pesadilla no ha hecho más que comenzar de nuevo. La madre la mira con desprecio («ojalá no hubieses nacido») mientras alguien, en el fondo de su alma y a pesar de todo, sigue sufriendo por la tremenda injusticia que dicta la existencia de esta víctima. Lo peor es que no solo Iram Haq y el trasunto de la realizadora han padecido ni padecerán este calvario. Hay aún demasiadas Nisha en el planeta.

La cruda y aterradora verdad que emana de la historia, al cabo, la misma que padeció la directora del filme

Saber que, todavía hoy, existen tantas Nisha en el mundo abocadas al sometimiento e incluso a ser secuestradas