En recuerdo de Franco Corelli
Gracias a Rubén Amón he recordado que hace ya diez años que falleció Franco Corelli (Ancona, 1921-Milán, 2003). La Scala también lo ha hecho y presenta una exposición en su museo. Corelli fue un tenor de los de verdad, capaz de dar sin problemas todas las notas que corresponden a la cuerda, de abarcar un repertorio amplio, poseedor de un instrumento opulento e incisivo de un color muy viril que a algunos podía parecer medio baritonal, fraseaba notablemente y sus calderones –gustos actuales aparte– arrasaban y provocaban delirios. Para colmo, era envidiado por su prestancia física, su altura y unas piernas de las que se hablaba como si se tratase de un futbolista. Del Monaco, Di Stefano, Bergonzi y él marcaron la época de los cuatro tenores, a cuya sombra cantaron muchos más que hoy serían auténticas estrellas. El regista Giancarlo del Monaco, hijo de Mario, se escapó una vez de niño de la casa de su padre a la de Corelli. Lo que sucedió merece estar en el anecdotario de la ópera.
Tuve la fortuna de escuchar y conocer a Corelli en Verona en 1972 y de comprobar cuán alterado estaba su timbre en los discos. Nada más comenzar su aria inicial en «Ernani» –«Mercè, diletti amici»– me pregunté si aquel señor era realmente Corelli. La voz, sin micrófonos, era mucho más fresca, lírica y aterciopelada, casi sin presencia de los mencionados tintes baritonales y, en cualquier caso, poderosa y preciosa de «spinto». Fue una interpretación, junto a Cappuccilli, Raimondi y la injustamente olvidada Ligabue, que permanece en el recuerdo. Como también el primer acto, y parte del segundo, de «Carmen». Tras su impactante entrada con calderón final en el agudo «Dragon d'Alcala!», puso de los nervios a una Grace Bumbry que se negó minutos después a seguir cantando y la dirección tuvo que recurrir al truco de «amenaza lluvia» para suspender la representación.
Plácido Domingo saltó a la fama sustituyendo a Corelli en una «Adriana Lecouvreur» en el Met en 1968 y a José Carreras le sucedió lo propio en una «Tosca» en Munich diez años después. Corelli fue un artista concienzudo, perfeccionista y prácticamente autodidacta. Se ponía de los nervios antes de una función. En 1975 le volví a oír en Verona en «Turandot». Uno de los días que él cantaba, estaba yo con Pedro Lavirgen en su apartamento. Ambos se alternaban en la parte. Cinco minutos antes de comenzar la ópera sonó el teléfono de Lavirgen y escuché a Pedro cantar al teléfono «Padre, mio padre, ti ritrovo». Eran las primeras frases de Calaf y Corelli estaba tan nervioso que necesitó que Lavirgen se las recordara. Así era él, el llamado «Príncipe de los tenores», un artista que supo resistirse a «Otello» y retirarse a tiempo.