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Muere Jorge Edwards, el autor «non grato» del castrismo

El novelista, diplomático de carrera, que defendió el humanismo y denunció los regímenes dictatoriales, fallece en Madrid a los 91 años
Jorge Edwardslarazon

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Fue en el 2009 cuando un ingenioso y dicharachero Jorge Edwards era homenajeado en la Feria del Libro de Santiago de Chile, en un acto en que dijo cosas bien interesantes. Afirmó que su país ha prestado mucha atención a sus poetas, como sus tres más importantes –Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral–, que realmente tienen una gran dimensión en el país: muy en especial el volcánico Neruda se ha impuesto en su tierra él mismo, con sus casas maravillosas, hoy grandes centros turísticos, mediante su personalidad arrolladora y genio literario. Edwards lo decía en contraste con el tratamiento que se le ha dado a los narradores por parte de la crítica. Pero él mismo tuvo el privilegio de publicar en muchos sitios de un lado y otro del océano, de ganar todo tipo de premios literarios, de ser traducido e invitado a mil lugares distintos.
Asimismo, aquel día memorable para su trayectoria el autor insinuó que en su nación la crítica no fue siempre benévola con él, también en contraste con España, que tanto lo ha reconocido y alabado; de hecho, afirmó, mientras los críticos chilenos dicen que estaba en decadencia, los españoles aseguraban que su literatura crecía cada vez más. Además, sin citarlo, se burló de Mario Vargas Llosa al decir que hay escritores que van la semana anterior a Estocolmo para dejarse ver por si les cae el premio Nobel (pese a que el peruano siempre apoyó mucho al chileno). En aquel acto, Edwards, a raíz de un comentario del que ejercía de presentador, tras sacar de una mochila de deporte casi todos los libros de Edwards y leer un párrafo que a él le parecía iluminador, se jactó de que su prosa tenía un sedimento poético, al igual que el Cortázar de Rayuela sintió la influencia de la «Residencia en la tierra» nerudiana a la hora de escribir ese libro.
Por lo demás, el presentador hizo bien su papel, y tuvo la amabilidad de referirse al futuro de Edwards, ya en edad avanzada pero muy activo y despierto. Tanto, que el propio autor contó con gran comicidad cómo llegó a Burdeos, en fechas recientes, para seguir las huellas de Michel de Montaigne, del que estaba preparando una novela que no tardaría en aparecer y que trataba de asuntos curiosos del ensayista francés con una joven. Entonces la gente rio, en lo que fue una magnífica intervención en que Edwards regaló al auditorio un rato fantástico, con opiniones paradójicas, bromas indirectas, arranques orgullosos, hasta conformar el discurso divertido de un hombre muy listo que vivió con tanta intensidad la literatura –y qué pocos quedan así como él– que la vida entera se volvió ficción narrativa.
Tal entrega empezaría muy de niño. Jorge Edwards nació el 29 de julio de 1931 en Santiago y desde pronto fue buen lector, si bien acabó inclinándose por estudiar Derecho en la Universidad de Chile. En 1952 publicó su primer volumen de cuentos, «El patio», y dos años más tarde, comenzó su carrera como diplomático, haciendo de secretario de la Embajada de Chile en París. Ya eran años en que trabajaba en textos como el volumen de cuentos Gente de la ciudad y la novela «El peso de la noche», de los años sesenta. Más adelante, en 1970 fue enviado por el gobierno chileno a La Habana en misión especial para reinstaurar las suspendidas relaciones diplomáticas entre ambos países. Pero chocó con Fidel Castro, que al cabo de tres meses lo declaró «persona non grata» dado su apoyo a los intelectuales disidentes del régimen, lo cual originó su libro tal vez más recordado, «Persona non grata», en 1971. Al fin, habida cuenta del golpe de Estado de 1973, decidió instalarse en España, en concreto, en Barcelona y luego en Calafell, en la costa tarraconense.
En aquel ambiente literario ejerció de asesor literario de Seix Barral y siguió publicando: los ensayos «Desde la cola del dragón» (1977), y la novela «Los convidados de piedra» (1978), en que criticó a la burguesía chilena. De regreso en Chile, en 1978, fue designado miembro de la Academia Chilena de la Lengua y publicó «El museo de cera» (1981) y, posteriormente, en 1987, «El anfitrión». En 1990 ganó el Premio Comillas de la editorial Tusquets por su manuscrito sobre la vida de Pablo Neruda, titulado «Adiós, poeta».
En 1994, recibió el Premio Nacional de Literatura y en 1999 el Premio Cervantes. Era la cumbre de una trayectoria llena de éxitos, en la que también contribuyó a formar, con la Sociedad de Escritores de Chile, la comisión de Defensa de la Libertad de Expresión, a lo que hay que añadir su ingreso en 1982 en la Academia de la Lengua de Chile y el hecho de que entre 1994 y 1997 fue embajador ante la Unesco en París, siendo miembro del Consejo Ejecutivo de la Unesco y Presidente del Comité de Convenciones y Recomendaciones (1995-1997), que se ocupa de los derechos humanosnos.