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Felipe Benítez Reyes: «Caballero Bonald me enseñó qué era el correo electrónico»

Trae de vuelta a Walter Arias, el protagonista de su novela «El novio del mundo», publicada hace veinte años y reeditada ahora por la Fundación José Manuel Lara

Felipe Benítez Reyes, galardonado con el Premio Manuel Alvar 2019
Felipe Benítez Reyes, galardonado con el Premio Manuel Alvar 2019larazon

Trae de vuelta a Walter Arias, el protagonista de su novela «El novio del mundo», publicada hace veinte años y reeditada ahora por la Fundación José Manuel Lara.

Felipe Benítez Reyes ha creado una decena de poemarios, ocho ensayos y quince novelas. Además, ha ganado el Premio Nacional de Poesía y el Premio de la Crítica por «Vidas imposibles» (1996) y el Premio Nadal por «Mercado de espejismos» (2007). Se presenta con el pelo ya canoso por la cercanía de los 60 años y un acento gaditano algo desdibujado por las experiencias fuera de su ciudad de origen. Es humilde en sus palabras, contesta con fluidez y sin esconderse, pero alejado de las excentricidades y siempre con una capa de timidez. Lo contrario al extravagante y cómico Walter Arias, el protagonista de su novela «El novio del mundo», publicada hace 20 años y que ahora reedita la Fundación José Manuel Lara.

–¿Cómo sería Walter Arias si naciese hoy?

–En esencia sería el mismo. En cuanto a carácter y pensamiento solo cambiaría en cuanto a referentes de actualidad y avances tecnológicos. Por ejemplo, si escribiese la novela hoy resultaría muy poco creíble que alguien no tenga un móvil. Parece que no, pero narrativamente eso limita mucho. Antes en un libro podías hablar de dos personas que se citan en un sitio, y uno de ellos se equivoca y a partir de ahí se desarrollan una serie de fenómenos. Eso se ha perdido porque si estás esperando a alguien que no llega, le mandas un whatsapp y el problema se soluciona.

–¿Y a usted cómo le va con la tecnología?

–Tengo ya una edad. Hay un momento en la vida en el que dices «hasta aquí llegué». Eso de querer ser un modernito continuo y necesitar siempre estar a la última tiene algo de ridículo. No me gusta tener que ir al ritmo de la tecnología. Recuerdo cuando tuve el primer fax, que me parecía algo propio de «La guerra de las galaxias», y el primero que me habló del correo electrónico, no te lo vas a creer, fue Caballero Bonald. Me dijo que le había dado su hijo un aparato que se conectaba al teléfono y que podías enviar los artículos sin papel al periódico. Claro, yo estaba muy sorprendido.

–El ordenador es un instrumento que ha facilitado mucho el trabajo de los autores.

–Ha sido un invento increíble para escribir. Primero porque tienes una visión global de la página, y la visualización del texto es importante. A mí me sirve mucho para la poesía porque ves muy claramente los ritmos, las métricas. Y eso que en principio parece que es un género más tradicional y rudimentario.

–¿Y cómo ve la poesía actual? ¿Se aprovechan estos avances?

–Vivimos un resurgir. Se ha renovado, y eso está muy bien. Yo me veo ya algo desplazado, pero eso siempre ocurre aunque uno no se lo espere. Tengo curiosidad por lo que sucede a mi alrededor, pero como hablábamos antes, siento que mi época ya pasó.

–Usted comenzó a publicar este género en los 80, ¿se respiraba entonces poesía?

–Sí, y sobre todo existían muchas revistas literarias que fueron muy importantes. Había mucha vida alrededor de la poesía, y claro que tuvo su movida, igual que la pintura, aunque la gente solo se acuerde de la música. Acabábamos de salir de una dictadura, había ganas de hacer cosas y más apoyo oficial a la iniciativa artística.

–¿Se ha reducido el ansia creativa?

–Las ganas de hacer cosas persisten, pero de pronto aparecen medios que canalizan mejor eso y lo hacen más evidente. Todo el mundo necesita expresarse y se necesita un cauce por el que transcurre todo ese magma.

–Pero a la vez el mundo parece más ridículo.

–El absurdo es intemporal es condición humana. Piensa uno que estamos siempre yendo a mejor, aunque te das cuenta de que no, que es un juego entre la evolución y la involución. En ese azar nos moveremos hasta que acabe el mundo. Las cosas están difíciles.

–Es de Cádiz, y ahora mismo tenemos muy presente el carnaval, ¿le gusta?

–Es muy peculiar. El que se ve desde fuera no es el real. El de la televisión es más impostado, más oficial. A mí me gusta el de calle, el que no sale en la pantalla, con la gente que se sale de las reglas de los concursos y cantan por los rincones.