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Fidel Castro y el clan de los barbudos

La llamada “transición cubana” sigue su rumbo con Raúl Castro muy presente. Las barbaridades de su hermano y de él mismo no pueden olvidarse. Todo empezó cuando las fuerzas rebeldes hicieron su entrada triunfal en La Habana en enero de 1959. Desde LA RAZÓN recuperamos la historia
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Así se llamó a las fuerzas rebeldes que hicieron su entrada triunfal en La Habana en enero de 1959. Castro, Camilo Cienfuegos, Eloy Gutiérrez Menoyo y Ernesto Che Guevara iban al frente.
La épica de los vencedores suele ser la mentira de la historia. Ni tan valientes, ni tan héroes. «Cuando cae la noche nosotros, los “barbudos” –escribía el revolucionario Carlos Franqui–, bajamos de las montañas como los santos antiguos». Las tropas del dictador Batista se habían retirado, y los hombres de Fidel Castro entraban en Santiago de Cuba. Era el 2 de enero de 1959. Ese mismo día el español Eloy Gutiérrez Menoyo, junto al Che Guevara y Camilo Cienfuegos, hijo de asturianos anarquistas, hacían su aparición en La Habana. Fulgencio Batista ya había cogido un avión, el dinero y la familia, marchando a Estados Unidos. Le dejó lo que quedaba de poder a Anselmo Alliegro, vicepresidente hasta entonces, que no quiso saber nada. Castro supo que La Habana había caído, y emprendió una peregrinación triunfal que cruzó la Isla. El 3 de enero comenzó la cabalgata. Los combatientes de uniforme verde oliva acompañaban a su líder que, subido a un jeep, mostraba un fusil M-2 norteamericano y cuatro guardaespaldas. La gente le salía al paso con la bandera roja y negra, la del «Movimiento 26 de Julio», que reunía a los opositores a la dictadura de Batista. Empezó la batalla de la imagen y, por tanto, por el poder entre los vencedores. El propósito de aquel periplo era mostrarse como el Libertador. En los últimos kilómetros se hizo acompañar por su hijo de nueve años.
El 8 de enero de 1959, Castro y los suyos entraron en La Habana. El ajuste de cuentas ya había tenido lugar. Los seguidores de Batista que no habían huido fueron castigados, o asesinados. Fidel fue recibido con repique de campanas, las 21 salvas de salutación, las sirenas de los barcos, y una multitud ansiosa. Todo estaba medido. Pasó primero por el yate «Granma» para señalar a quiénes se les debía el éxito de la revolución. Cambió por sorpresa su itinerario y anduvo unos cientos de metros hasta el Palacio Presidencial, donde le recibió Manuel Urrutia, presidente provisional de la República. Arengó entonces a las masas desde el balcón: era la victoria del pueblo para restaurar sus derechos, dijo, y, para tranquilizar a todos dijo que no se confiscarían los bienes ni se acabaría con la educación religiosa. No obstante, señaló, la política quedaba en manos del presidente Urrutia.
Entre los vencedores había dos tendencias importantes: la demócrata reformista, que no tenía necesariamente que romper con Estados Unidos, y la marxista y prosoviética. La última estaba liderada por Raúl Castro, el Che Guevara, Cienfuegos y Ramiro Valdés. Fidel Castro no era comunista. Había militado en un partido socialdemócrata, y se había unido a los que querían restablecer la Constitución democrática de 1940. Se decía que era admirador de Roosevelt, el presidente estadounidense, creador del New Deal. La revista «Bohemia», entonces la de mayor tirada en Cuba, publicó el 11 de enero un artículo titulado «Contra el comunismo» en el que exaltaba la posición de Castro contra los comunistas, ya que había dicho que rechazaba las dictaduras soviéticas, y había censurado la represión húngara de 1956. Estados Unidos creyó que se establecería en Cuba un régimen democrático y nacionalista, y reconoció pronto la nueva situación en la isla. Castro viajó al «Imperio» entre el 15 y el 26 de abril de 1959, donde declaró «de forma clara y definitiva que no somos comunistas». Pero a Castro sólo le interesaba hacerse con el poder, y para ello debía eliminar a los competidores.

Sin espíritu democrático

Manuel Urrutia había sido un juez comprometido con la Revolución, al punto de que tuvo que exiliarse en Venezuela. Cristiano y liberal, formó un gobierno moderado, con José Miró, otro liberal, como primer ministro, quien no llegó en el cargo a finales de febrero. El motivo presumible fue que Castro hizo que se eliminara el espíritu democrático de la revolución al obligar a la aprobación de la Ley Fundamental, que derogaba de hecho la Constitución de 1940. A Miró lo sustituyó el propio Fidel Castro, que ya era comandante en jefe del Ejército, mientras que sus colaboradores quedaban en segundo plano, aguardando órdenes. El 16 de febrero de 1959, al tomar posesión como primer ministro, dijo: «Estaré aquí mientras la máxima autoridad de la República –Urrutia– lo estime pertinente o mi conciencia me diga que no soy útil». Mentía.
El choque entre Urrutia y Castro se produjo con motivo del deseo del Presidente de convocar elecciones cuanto antes. Fidel quería que la provisionalidad durara año y medio, o dos; el tiempo suficiente para moldear la estructura del nuevo Estado, apartar a los competidores, y tomar el poder para siempre. No deseaba unas elecciones, ya que introducían un elemento de incertidumbre que podía desbaratar sus planes. A esta diferencia en el plan político se unió el conflicto social provocado por el reparto de tierras de la Ley Agraria: la violencia se instaló en el campo. Los propietarios boicotearon el proyecto, y los militares revolucionarios los represaliaron. El Gobierno actuó, y Castro protestó. Era un conflicto calculado. Fidel usó entonces a los comunistas para eliminar a Urrutia, e iniciaron una campaña contra él en la prensa y en la calle.
Urrutia declaró entonces en televisión que los comunistas se estaban haciendo con la estructura del Estado rompiendo el consenso democrático. Castro decidió echar un pulso de popularidad y fingió su dimisión como primer ministro el 16 de julio. Utilizó al periódico «Revolución», dirigido por Carlos Franqui, para exaltar su figura, y compareció en la emisora CMQ-TV criticando duramente a Urrutia. Los comunistas y alborotadores profesionales organizaron manifestaciones ante el Palacio Presidencial, hasta que Urrutia dimitió y abandonó el país. Castro retomó su puesto y puso al comunista Osvaldo Dorticós, un títere, como presidente de la República, cargo en el que estuvo hasta 1976, cuando fue cesado y sustituido por el dictador. Se suicidó en 1983.

Deriva revolucionaria

El gobernador de Camagüey, Huber Matos, fue el siguiente en caer en la lucha por el poder en 1959. Matos, a diferencia de Fidel, sí había luchado entre 1956 y 1959. Tras el golpe contra Urrutia y la infiltración comunista en el Ejército auspiciada por Raúl Castro, Matos pronunció discursos alertando de la deriva de la revolución, y renunció. Fidel le convenció para que siguiera, pero en octubre escribió su renuncia. Fue acusado de sedición, y el Gobierno envió a Camilo Cienfuegos, no a Raúl, a detenerlo, cosa que hizo sin resistencia. Matos fue detenido, junto a cuarenta oficiales. Raúl y el Che quisieron fusilarlo, pero su hermano prefirió condenarlo a veinte años de prisión por «traicionar la revolución», y porque no quería convertirlo en mártir. Estuvo en la cárcel durante veinte años.
El más peligroso para Fidel era Camilo Cienfuegos, mucho más querido que él por los cubanos, y de imagen intachable. Al parecer, Camilo tenía unas vagas ideas anarquistas, heredadas, al tiempo que no rechazaba a los Estados Unidos, donde estuvo trabajando durante años, y estaba enfrentado a Raúl Castro y al Che Guevara. Fue nombrado gobernador de Camagüey en octubre de 1959 en sustitución de Matos. Salió entonces en el Canal 11 de televisión y aseguró que harían «justicia social» y combatirían a la «contrarrevolución». Su misteriosa desaparición ha llevado a muchas especulaciones. El avión en el que viajaba desde La Habana se perdió. Hay quien dice que fue derribado por un caza cubano, y otros que se estrelló. Lo cierto es que no apareció nunca, ni en tierra ni en mar. El caso es que Castro sustituyó a Cienfuegos por un segundón de su confianza: Juan Almeida.
Sólo quedaba el Che, al que se le dio la dirección económica del país, en la que fracasó completamente pese al auxilio soviético que fue llegando. De hecho, en abril de 1961, Fidel había proclamado el carácter socialista de la Revolución cubana, consolidando así su tiranía. Guevara, aquel argentino nacionalizado cubano que se hacía pasar por médico cuando no lo era, especialista en fusilar opositores, pésimo guerrillero según Huber Matos y Carlos Franqui, arruinó la industria y el campo, prohibió el derecho de huelga, y se tuvo que recurrir a las cartillas de racionamiento. Los soviéticos se dieron cuenta de que era un inútil engreído, y Castro ideó una forma de utilizar su figura, ya idealizada gracias a la prensa: encargarle de los «asuntos exteriores», donde el riesgo de morir era cierto. Combatió en varios lugares hasta que cayó prisionero en Bolivia en 1967 y fue ejecutado. Ya sólo quedaban los hermanos Castro: Fidel como el gran tirano, y Raúl, organizando la maquinaria comunista para la represión y la propaganda.

«La terrible noche que acecha»

Huber Matos (en la imagen) escribió en sus memorias: «Aquí, en la soledad de mi calabozo, quisiera demoler a golpes los muros y las rejas, para poder salir a la calle y alertar al pueblo cubano sobre la terrible noche que le acecha». La premonición se cumplió para la mayoría. Eloy Gutiérrez Menoyo, nacido en 1934 en Madrid, fue Comandante de la Revolución hasta 1961. Denunció entonces, quizá tarde, la deriva comunista del régimen. Se exilió en Estados Unidos y organizó la lucha contra Castro. Fue arrestado en 1966 y condenado a treinta años de cárcel. Otros siguieron una suerte distinta. Carlos Franqui dirigió el periódico «Revolución» y la emisora Radio Rebelde. A las primeras críticas al régimen castrista fue destituido y consiguió salir de la isla con su familia con destino a Europa en 1963. Castro lo acusó de estar al servicio de la CIA. Sin embargo, había sido Franqui quien desvelara que Fidel había hecho desfilar a los mismos «barbudos» ante la prensa en enero de 1959 para aparentar que eran más. Es más; fue Franqui el que desmitificó al Che contando su ignorancia y crueldad, y el que acusó a Fidel Castro de ordenar el asesinato de Camilo Cienfuegos. Nunca se lo perdonaron.