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Fonda se vuelve a enamorar de Redford

Medio siglo después de su primera película juntos se seducen en la historia de dos seres que buscan redimirse sólo para volver a sentir el amor por última vez. Venecia, rendida, les entregó ayer un tributo crepuscular: el León de Oro a sus carreras
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Medio siglo después de su primera película juntos se seducen en la historia de dos seres que buscan redimirse sólo para volver a sentir el amor por última vez. Venecia, rendida, les entregó ayer un tributo crepuscular: el León de Oro a sus carreras.
A la vejez, viruelas. Jane Fonda y Robert Redford, que ayer recibieron el León de Oro honorífico a toda su trayectoria, no querían hablar de política. Lejos quedan los tiempos en que Fonda viajaba a Hanoi para apoyar al partido comunista vietnamita durante la guerra, ganándose la reputación de actriz conflictiva y antiamericana. Lejos quedan sus trabajos con Godard, su activismo de extrema izquierda, que no era otra cosa que una forma de expresión de su rebelión contra la pétrea figura paterna. Lejos, también, quedan los tiempos en que Redford se convirtió en la imagen corporativa del thriller neoliberal de los setenta, con películas como «El candidato», «Los tres días del cóndor» y «Todos los hombres del presidente». Ambos coincidieron, eso sí, en expresar sus condolencias ecológicas. «Lo más importante es salvar el planeta del desastre climático», sentenció Fonda. «Es lo único que tenemos para legar a las futuras generaciones», concluyó Redford.
Mientras tanto, en la pantalla, se enamoran como si no hubieran transcurrido los 50 años de su icónica película juntos, «Descalzos por el parque». En «Our Souls at Night», de Ritesh Batra, que se presentaba fuera de concurso y que se estrena en Netflix el próximo 29 de septiembre, interpretan a dos viudos, vecinos y residentes en un pueblo de Colorado, que responden a la llamada de Cupido. «Quise hacer esta película para satisfacer al público de más edad porque las historias de amor siempre te hacen sentir vivo y porque, claro, quería volver a trabajar con Jane antes de morir», declaró Redford. El cruce de piropos fue la tónica de la rueda de prensa. «Con Sundance, este hombre cambió por completo el cine americano», sentenció Fonda. «Cómo no voy a admirarlo. ¡Y cómo no voy a volver a enamorarme de él!». A lo que él respondió: «Con Jane todo es fácil, todo se coloca en su sitio. No es necesario discutir sobre el personaje, hay un amor y una conexión que allana el camino, y eso es fruto de una actitud ante el trabajo, sí, pero también de una actitud vital». Y la cosa no se termina aquí: «En la Paramount, cuando rodábamos “Descalzos...”, todas las secretarias del estudio se paraban a mirar a Robert con la boca abierta», recordó ella. «Fue entonces cuando supe que iba a convertirse en estrella». Ni que lo digas, Jane.
Allie (Fonda) se presenta en casa de Louis (Redford) para hacerle una proposición deshonesta. ¿Le parecería bien que pasaran la noche juntos? Solo para sentir el calor del cuerpo del otro, para conocerse mejor y hacerse compañía. Él se toma un tiempo para responderle, aunque lo que sigue es previsible: el amor nacerá, serán la comidilla del pueblo, ambos tendrán que resolver sus rencillas con sus hijos respectivos. De la proposición de Allie se deduce quién lleva las riendas del asunto: ella es resuelta y vivaracha; él, lacónico y elusivo. «Es curioso», explicaba una risueña Jane Fonda, «porque, de algún modo, esta película cierra el círculo que abrimos con “Descalzos por el parque”. Nuestros personajes siguen una dinámica parecida: en aquella también era yo la que no podía quitarle las manos de encima a Robert». Hablando de escenas de cama, la película evidencia, aunque en un casto fuera de campo, que la relación entre Allie y Louis no es precisamente platónica. «El sexo mejora con la edad», aseguró Fonda mientras Redford se quitaba el jersey y se quedaba en camiseta blanca. «Conoces mejor tu cuerpo, sabes lo que necesita, ¡y aún tienes ganas!».
Mitos en la senectud
Uno se pregunta si la novela póstuma de Kent Haruf necesitaba a Fonda y Redford como protagonistas. Es decir, su aura icónica, la mochila de sus carreras, lo que significan como estrellas, neutralizan la modestia de la trama. ¿Quién se va a creer que Fonda y Redford han llevado una existencia gris y monótona, que son dos seres anónimos como cualquiera de nosotros, dos abuelos del Medio Oeste que se ponen a hacer manitas y se enamoran perdidamente? Su estatus de estrella está por encima de los personajes, y eso es aún más evidente en el caso de Jane Fonda, que, a sus 79 años, y recién salida de una «sitcom» para Netflix, «Grace and Frankie», es incapaz de desprenderse de su glamour urbano. Sin embargo, ellos son la razón de ser de un telefilme sin personalidad alguna, los que aportan calidez y familiaridad a los personajes, los que nos hacen recordar que, aun en su senectud, su condición de mitos de la pantalla justifica que estemos pendientes de una película mediocre. ¿Su canto del cisne? Cada uno tiene su opinión sobre lo que significa envejecer. Fonda, que ha cambiado de piel cien veces resucitando sobre sus cenizas sin avergonzarse de su pasado, confesó que «Our Souls at Night» demuestra que «nunca es demasiado tarde, si te atreves a arriesgarte puedes convertirte en lo que soñabas». Redford, más melancólico, declaró: «Cuando eres joven, aprendes a ser cuidadoso, prudente, y renuncias a cosas que ya nunca podrás hacer. Cuando te das cuenta de ello, te produce una cierta tristeza». Nos iremos a la tumba sin saber qué cosas ponen triste a Brubaker.
Tendremos que conformarnos (y no es poco) con que el británico Andrew Haigh nos enseñe cuál es la esencia de esa tristeza en «Lean on Pete», que no es otra que estar solo en el mundo sin merecérselo. Charlie (Charlie Plummer, desde ya firme candidato al premio al mejor actor) es un adolescente de quince años, que vive con su padre, un mujeriego con telarañas en los bolsillos. Haigh, que ya demostró su sensibilidad para captar los gestos del afecto (o del rechazo) en las espléndidas «Weekend» y «45 años», define a su protagonista en cuatro o cinco planos: en la discreta manera en que aprueba a la nueva novia de su padre; en la humildad agradecida con que acepta los veinte dólares que le da para pasar el día; en su mirada nocturna, ansiosa de pertenecer, cuando se da cuenta de que su padre no dormirá en casa. Estamos cerca del cine de Kelly Reichardt: como hacía aquella en «Wendy & Lucy», la cámara no cesa de observar a Charlie en su soledad y su desamparo, pero establece una distancia necesaria para aniquilar todo asomo de sentimentalismo. Si tenemos compasión por él –que la tendremos– es por su dignidad al cargar con su cruz, por su obstinación en no tirar la toalla durante el rosario de desgracias que le esperan, nunca porque la puesta en escena nos manipula para que sintamos pena.
Pronto parece que la película, adaptación de la novela de Willy Vlautin, se convierte en una versión «indie» de «El corcel negro», cuando la querencia de Charlie por un caballo que tiene todos los números para ser sacrificado se transforma en el eje del relato. Es una manera de darle un apoyo emocional al muchacho, y de impulsar su viaje episódico por la basura blanca de América que Haigh, británico de pasaporte, retrata con una verosimilitud insólita. En la contención emocional de Charlie hay algo de santidad bressoniana, de aquella convicción que le dice que si aguanta, si sigue buscando ese lugar en el mundo que se le resiste, nadie se lo podrá arrebatar. Haigh aborda este relato de iniciación como si la adolescencia fuera un estado de tránsito hacia la trascendencia, un duelo que dará sentido a un atroz via crucis. Como en «Verano 1993», la excelente ópera prima de Carla Simón, en «Lean on Pete» las lágrimas no tardan en llegar, como certificando la profunda, conmovedora huella que deja esta estupenda película en el espectador.