Misión: recuperar nuestra cultura del vino
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Se han ampliado las zonas de producción, mejorado los procesos y la imagen, reducido los precios y, a pesar de todo, el sector afronta retos para ganar la confianza de los jóvenes.
¿Por qué no beben tinto los jóvenes? ¿Por qué es imposible ver a un grupo de amigos en un local nocturno con un reserva en la mano en lugar de con un gin tonic? Ésta es la eterna pregunta que se hacen los bodegueros, sumilleres y elaboradores. Una de las grandes asignaturas aún suspensas del sector vitivinícola. Sin embargo, ellos son optimistas, porque la escena poco a poco va reflejando un cambio. ¿Cómo? Gracias al ingenio de unos cuantos amantes de la música y de esta bebida de la que España es productora que, frustrados por no encontrarlo en las barras de las salas de conciertos y de los espacios de ocio, decidieron hacerse escuchar. «El vino es una bebida festiva y social», dice Pilar de Haya, portavoz de Winemarkers, una banda que celebra que «la música también se toma en copa». Junto a su grupo, siempre en el escenario con un vino, promueve el maridaje de éste y la música en presentaciones divertidas en las que los expertos se expresan con un lenguaje entendible: «Los bodegueros se han dado cuenta de que han de cambiar su discurso. No hace falta entender de enología para disfrutarlo, porque, simplemente, debe emocionar al consumidor. En el mundo de la cerveza nunca existió este error. Piensa que en el año 1964 se bebía más vino que cañas, pero el sector cervecero ha sabido unir su consumo a distintos encuentros deportivos, a amigos, a risas...», concluye la también periodista. La siguiente cuestión es analizar por qué es tan complicado entrar en el bar de moda o en una discoteca de madrugada y que el camarero te sirva un reserva, una escena que, tanto en EE UU como en Europa, es posible, excepto en España. Es tendencia que inquietos sumilleres busquen novedades a precios asequibles para atraer a una clientela joven. Tanto es así, que allí lo que casi está mal visto es saltar a la pista de baile con una copa de trago largo, y en Londres, la moda entre las féminas es comenzar la noche con un Chardonnay o un Pinot Grigio.
Discoteca pionera
En España, sin embargo, el consumo no despega a pesar de que se elaboran cada vez mejores ejemplares y resurgen interesantes zonas en las que se trabaja con una gran sensibilidad hacia el viñedo; algunas bodegas se esfuerzan en renovar su imagen y en numerosos restaurantes apuestan por ofrecer cartas sugerentes legibles para consumidores no especializados. Pero no es suficiente. Para contribuir a la nueva revolución enológica que está por venir y para mejorar los datos facilitados por el Ministerio de Agricultura, que desvelan que nuestro país registra una media de 16,35 litros por habitante al año, frente a los 50 litros de los franceses y los más de 37 de los suizos y que nos gastamos en vino la mitad de dinero que hace 20 años, la discoteca Déjate Besar incluye en su oferta una corta, pero muy estudiada, selección de vinos por copas diseñada por José Manuel García. Etiquetas nacionales como internacionales de pequeños productores, como Finca Resalso, Ziries, un ecológico de gran personalidad de Castilla- La Mancha, Mestizaje (Levante), Madre Mía (Toro), Navaherreros (San Martín de la Vega, Madrid) o Schoffit, un Riesling de La Alsacia. El precio ronda entre los 4,50 y los 7,50 euros, además de tener la posibilidad de pedir una botella a un precio contenido y, si entre los suyos no se la terminan, poder llevártela a casa.
Según palabras de José Moro, España puede presumir de tener una mayor cultura enológica que hace unos años: «El consumidor ya diferencia una cosa básica: si una etiqueta le gusta o no, si le transmite alegría. No es necesario descubrir los cien matices que analizamos los profesionales, algo de lo que el consumidor huye», señala el presidente de Bodegas Emilio Moro, consciente de que él y sus colegas deben cambiar el lenguaje con el que comunican su producto: «Parece que cuanto más complicado escribimos, más sabemos, y nos olvidamos que de esta manera peor nos expresamos». Ha de verse como algo fácil de beber y sencillo de contar. Los profesionales deben aparcar el lenguaje con el que ellos estudiaron el vino. «No hace falta hacer un máster para tomarse uno. Cuando pides una cerveza, ¿te preguntan si quieres una de triple fermentación? Cualquier bar debería ofrecer un buen cava y una excelente etiqueta de la zona. En España se recuperan variedades autóctonas de las que nos sentimos orgullosos. Otras disciplinas deberían ayudar. Si en las series de televisión y en el cine aparecieran chicos y chicas bebiendo vino, sería un paso. Esto va a llegar», añade Quim Vila, propietario de Vila Viniteca.
Sobre cómo hacer entender a los jóvenes que beber vino mola, se explaya Maite Corsín en «Terapia antiestrés para entender de vinos» (Martínez Roca), un libro de cabecera tanto para ellos como para profesionales con ganas de modernizarse: «Hay que estudiar cuáles son sus hábitos, sus costumbres. Ofrecer envases ergonómicos y un ‘‘packaging’’ de cajas con buenos diseños para llevar, incluso, en bicicleta. También es positivo organizar actividades, catas divertidas y rutas de enoturismo. En definitiva, experiencias que les animen a adentrarse en el mundo vitivinícola», explica. «¿Necesito un psicólogo para comprar un vino?», «No entiendo de vinos» y «¿Dónde está mi crítico?» son algunos de los capítulos de esta obra en la que cuenta cómo salir airoso de una estantería repleta de etiquetas y ser capaz de adquirir una sin equivocarse teniendo en cuenta cómo y en qué ocasión la vamos a beber y que eso de que los reservas son los mejores y que los de cinco euros son imbebibles son pamplinas.
Un calimocho, también
Y es que, en nuestro país, la mayoría de los jóvenes no quiere ni oír hablar de esta bebida, que asocian a los mayores: «En mi casa se ha bebido durante las comidas y las cenas. Hoy, esa cultura ha cambiado. Las familias ni siquiera se reúnen delante de una mesa a causa del ritmo de vida que llevan y se convierte en un lujo extraordinario para consumir sólo en restaurantes o cuando hay invitados en casa», reflexiona Moro, quien culpa a la mala política de comunicación y marketing de las bodegas, muchas de ellas, pequeñas y familiares «que no se pueden permitir los mismos gastos en publicidad que una gran cervecera. Otro obstáculo es el precio. Es más barata una caña que un vino. Algo se está haciendo mal». ¿La solución? Según Juancho Asenjo, profesor y experto en la materia: «Volver a las raíces. No importa que hagan botellón, que lo mezclen y que beban calimocho. Antes, era un sacrilegio, pero es importante acercarlo de la manera más fácil con el fin de que luego lo disfruten en toda su amplitud y ocupe un espacio en la mesa. España no ha sido un consumidor de vino por placer, sino porque era un alimento más barato que la comida. En cuanto dejó de ser así, bajaron sus ventas. No se ha hecho una campaña dedicada al consumo sano y moderado», concluye.
David Muñoz, por su parte, trata de llevar su arriesgada propuesta gastronómica, de sobra conocida a, según califica, este «dogmático sector». Reconoce que desea hacerlo más hedonista: «Hemos logrado que lo sea la cocina. A cualquier persona que le guste comer, da igual cuántas veces haya disfrutado en un restaurante más o menos moderno o cuánto conocimiento tenga de una culinaria u otra, le apasiona seguro una experiencia en DiverXO o en StreetXO. Y esto no ocurre con el vino ni en la coctelería. La democratización y la forma de avanzar de la cocina no han llegado a éste», reconoce. Y nos pone un ejemplo: «Yo te puedo servir un carpaccio de gamba roja, ésta en un dumpling o a la plancha, y todos estos contextos tienen sentido mientras el producto conserve sus cualidades. En el mundo del alcohol no es así. Parece que si perviertes la esencia de éste, lo estás maltratando. Se trata de ampliar el espectro de actuación. El discurso ha de ser mucho más amplio», prosigue Muñoz, que, con la ayuda del sumiller Javier Arroyo, apuesta por potenciar, variar y modificar las propiedades de éste en su esencia, incluso la forma y el continente en el que beberlo. En pipetas, en cuchara, que el sumiller da a probar al comensal, con esferas de whisky de Malta, en pajita o en la misma concha de una ostra. También, aliñado con aceite de pepitas de uva o con especias marroquíes. Hay que jugar con el consumidor.
Lo cierto es que en numerosas ciudades y pueblos de España se organizan divertidas iniciativas para incitar a los futuros consumidores. Muy recomendable es no dejar escapar del calendario Evento Sarmiento, en el Bierzo. Producciones Sarmiento organiza desde ludocatas hasta un concurso fotográfico, titulado «Momento Sarmiento», y otro de narrativa, siempre con música de fondo. En el caso de que le apetezca recoger uvas a la luz de la luna, además de disfrutar de una cena en la que vino y arte es uno, Bodegas Vihucas convoca vendimias nocturnas con recitales de poesía y conciertos. Neo (Castrillo de la Vega. Burgos), por su parte, cuenta con un estudio de grabación en la misma sala de barricas diseñado por Philip Newell, ingeniero de sonido de Virgin. Detrás está Javier Ajenjo, coordinador de Sonorama, uno de los mejores escenarios que demuestran una larga vida para el rock y el vino. También lo son el enoFestival, que acoge el Círculo de Bellas Artes, y la segunda edición de la Cumbre Internacional del Vino, que tendrá lugar del 12 al 14 de marzo, y que contará, además de con la ponencia de Josep Roca, entre otros especialistas, con un «show cooking», una jornada de puertas abiertas por diversas bodegas castellano-manchegas y con la Noche en Vino, que contará con José Mercé, Pitingo, El Cigala y Niña Pastori.