Gewandhaus con Nelsons: caos en el Auditorio
Un retraso en los tres últimos conciertos de la formidable temporada de Ibermúsica hicieron al público abuchear a los profesores cuando finalmente aparecieron en el escenario
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Un retraso en los tres últimos conciertos de la formidable temporada de Ibermúsica hicieron al público abuchear a los profesores cuando finalmente aparecieron en el escenario
Obras de Bruckner, Shostakovich y Chaikovski. Violinista: Baiba Skride. Orquesta de la Gewandhaus Leipzig. Dirección: Andris Nelsons. Auditorio Nacional. Madrid, 22 y 23 de mayo de 2019.
Se avisó con tiempo que dos de los tres últimos conciertos de la formidable temporada de Ibermúsica –los de la Gewandhaus– se retrasarían media hora. El primero de ellos, con la «Quinta» bruckneriana, se hizo esperar casi cinco minutos adicionales, pero en el segundo se alcanzó el cuarto de hora. Como no mediaba explicación alguna, parte del público empezó a solicitar con palmas el inicio del concierto. Era curioso observar a algunos músicos, sin duda alarmados, en las puertas de salida al escenario siendo frenados por una especie de «inspector» de la propia agrupación.
Parte de los asistentes empezó a abuchear a los profesores cuando finalmente aparecieron en el escenario. Tras esos quince minutos salió quien suele hacerlo en Ibermúsica para comentar brevemente el concierto y a ello añadió una disculpa por el retraso sin tampoco una explicación. Se la daré yo a ustedes: normas sindicales de la Gewandhaus. Al parecer, ha de mediar un determinado tiempo entre ensayo y concierto y el que mediaba en el Auditorio Nacional, bloqueado por los ensayos de la OCNE, no era el establecido en su reglamento. De ahí el retraso de media hora y la posterior demora adicional.
Ahora bien, lo lógico es que el Auditorio estuviese advertido previamente o, en su defecto, hubiese habido alguien con capacidad de reacción. Tuvo que ser el propio Alfonso Aijón quien se levantase de su asiento en anfiteatro para ver qué sucedía. Y no parece de recibo el comportamiento de la orquesta con el público, porque quince minutos de espera no aportaba nada a sus reglas y sí al público.
Pero vayamos al hecho artístico. Creo que tanto el comportamiento del público al iniciar un abucheo a los músicos –¡y eso que no conocía las razones!– como el de la agrupación me parecen signos de los tiempos que vivimos, marcados por la intolerancia y crispación en el ambiente. No tiene por tanto nada de raro que el Bruckner de Andris Nelsons respondiese a nuestra época.
Fue una «Quinta» –quizá la más compleja del compositor–expuesta con velocidad mayor de la acostumbrada y también con más tensión y agresividad de lo habitual, lejos de la profundidad y el reposo del inolvidable Celibidache, especialmente en el maravilloso adagio. Otro Bruckner y, también símbolo de nuestro tiempo, deslavazado. Faltó coherencia en el movimiento inicial y en algunos otros momentos posteriores, aunque se fuese de menos a más. Potente el scherzo y mejor realizado el final, con sus re exposiciones, fuga, coral y admirable contrapunto.
Se comprende por qué se toca poco el primer concierto para violín de Shostakovich, extenso, difícil y sin un momento de respiro para un solista que ha de terminar exhausto. Lo tocó Baiba Skride con sensibilidad en sus largos pasajes líricos y con suficiencia técnica en el demoniaco scherzo, tal y como lo calificó Oistrakh, su gran defensor. El maestro letón, que nos visitó hace un año con Brahms, ofreció una equilibrada en tempos «Quinta» de Chaikovski. Ni los 44 minutos de Mravinsky ni la más de una hora del citado Celibidache. ¡Y se preguntan algunos para qué sirve un director! Lo más destacado fueron los tajantes tuttis en forte de admirable cohesión en los que la orquesta lució una indudable calidad, si bien aún lejos del terciopelo de algunas de sus competidoras.
El nombre de Andris Nelsons, un director con no muy atractiva presencia gesticular en el podio y una mano izquierda desaparecida en ocasiones, sube mucho su cotización. Hemos de observar su evolución.