La guerra de Ucrania, vivir entre el periodismo y la historia
En la madrugada del 24 de febrero de 2024 la televisión rusa emitió un discurso del presidente Vladímir Putin anunciando la invasión de Ucrania. Una vez más, el mundo asistió en directo al estallido de una guerra. Hoy, lo vemos con otros ojos. ¿Cuándo pasamos del periodismo a la historia?
Madrid Creada:
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Putin afirmó: “el objetivo de esta operación es proteger a las personas que, desde hace ocho años, se enfrentan a la humillación y el genocidio perpetrados por el régimen de Kiev. Para ello, trataremos de desmilitarizar y desnazificar Ucrania, así como de llevar ante los tribunales a quienes perpetraron numerosos crímenes sangrientos contra civiles, incluso contra ciudadanos de la Federación Rusa”.
Lo que estaba pasando en Ucrania y en Rusia se adueñó de las televisiones, la radio, las primeras planas de los periódicos y las redes sociales. Esa mañana, a lo largo de toda la jornada y durante los días siguientes pudimos ver estruendosas unidades de blindados avanzando por las carreteras, estallando, ardiendo, aviones y helicópteros atacando objetivos clave y cayendo derribados y altas columnas de humo denunciando el impacto de los misiles. Fueron noticias impactantes, pero no tanto como las columnas de civiles que abandonaban sus hogares destruidos, los ataques contra hospitales, los edificios en ruinas y los cadáveres de las masacres perpetradas. Textos, fotografías y vídeos inundaron nuestras vidas, en plena sociedad de la información, recibimos tantos datos que todo se hizo confuso.
Para aclararlo, Gobiernos y medios de comunicación contrataron a analistas y comentaristas, políticos y militares, que desgranaron y explicaron los acontecimientos e hicieron prospectiva para tratar de dilucidar lo que iba a traer el futuro. De una posible huida del Gobierno de Volodímir Zelenski y una inevitable caída de Kyiv en manos rusas, de la seguridad de que Ucrania sería derrotada en las operaciones convencionales y de que la contienda no tardaría en convertirse en una guerra de guerrillas se pasó a hablar de resistencia heroica; y luego, sorpresivamente, las columnas rusas empezaron a retirarse del norte del país renunciando a la conquista de la capital y los expertos se vieron obligados a replantearse algunas de sus afirmaciones. Corrieron ríos de tinta sobre los errores cometidos por los rusos y las capacidades de los ucranianos mientras la OTAN empezaba a enviar material de guerra cada vez más avanzado y los titulares empezaron a llenarse de HIMARS, obuses Caesar, carros de combate Leopard y otros sistemas de armamento. A fecha de hoy la estrella son los cazas F-16.
En los últimos cien años los canales de información se han multiplicado y la opinión pública se ha convertido en un objetivo estratégico. Ya no se trata solo de bombardear a las poblaciones con explosivos para acabar con su voluntad de resistencia, sino que ahora también es posible influir en la ciudadanía de un país para aumentar o reducir su apoyo a alguno de los participantes en un conflicto bélico. La guerra en la zona gris –esa región multiforme entre la guerra declarada y la paz– significa que los Estados pueden suministrar apoyo a los combatientes sin convertirse en uno de ellos, participar en la lucha sin entrar en guerra e influir en los acontecimientos mientras tranquilizan a sus administrados, pero para ello es necesario el apoyo del pueblo y para conseguirlo hay que controlar la información. Así, poco después de la invasión Rusia prohibió la emisión de noticias que se opusieran a la versión oficial de los hechos, mientras que los países occidentales censuraban los medios de información prorrusos. Entonces la guerra se trasladó a Internet y no resultar raro ver cómo cualquier manifestación, neutral o a favor de alguno de los contendientes, es atacada de inmediato y de forma irracional por una legión de usuarios furibundos.
A pesar de toda esta furia, el conflicto de Ucrania pasará. Es cuestión de tiempo que la premura de las primeras planas y la búsqueda del scoop cedan su puesto a la reflexión y al análisis exhaustivo, que los periodistas partan en busca de nuevas noticias y los historiadores queden dueños del terreno. Eso no significará el fin de la “guerra por el relato”, pero la importancia del mismo irá disminuyendo poco a poco, la apuesta perderá su importancia y, con su inevitable subjetividad, los investigadores bucearán en los archivos, en los testimonios recopilados, en los restos materiales y, por qué no, en las noticias de antaño, para trazar un dibujo más preciso de lo que sucedió. Algún día sabremos si la reconquista del aeropuerto de Hostómel por las fuerzas ucranianas en la tarde del 24 de febrero fue propaganda o realidad, si los civiles muertos en Bucha cayeron todos a manos de los rusos, si Vladímir Putin o Volodímir Zelenski fueron los gigantes que nos retratan hoy sus respectivos Gobiernos y si occidente intentó de verdad subyugar a Rusia o todo fue una terrible concatenación de acontecimientos. Si la virtud de las noticias es transmitir la exaltación del momento, la de la historia ha de ser explicar el pasado sin emoción.
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