Guillermo Roz: «Frente a la página en blanco me siento un impostor, un necio»
Acuña su prosa más dura en «Las gafas negras de Amparito Conejo», una novela negra ilustrada por Oscar Grillo.
Acuña su prosa más dura en «Las gafas negras de Amparito Conejo», una novela negra ilustrada por Oscar Grillo.
Un pulso, un «tête à tête», entre el verbo y el dibujo. Por un lado, corre una historia tallada en blanco sobre negro y, por el otro, la misma narración, pero recreada a color, aunque con una paleta reducida. Guillermo Roz se sacó de la imaginación una novela policiaca dura y violenta, pero, sobre todo, nada convencional. Pero, insatisfecho, acudió al arte para darle a sus protagonistas la dimensión cromática que no da la máquina de escribir. El resultado es «Las gafas negras de Amparito Conejo» (La huerta grande), una obra ilustrada por Oscar Grillo que narra un crimen y la historia de una venganza por amor.
–Una novela con dibujos...
–Algo me decía que estas letras tenían otro tipo de dinámica. Se estaban moviendo. Las vi en un sueño mío. Soñé que eran dibujadas, que los personajes que había creado estaban siendo recreados por unos trazos específicos, los de Oscar Grillo.
–Literatura y dibujo...
–Es otra lectura de la misma historia. Yo cuento una novela y Grillo otra versión de ella. Si solamente ves los dibujos, ves una versión; si lees el texto, otra. Lo mejor es verlas juntas y elegir, o elegir combinando. Lo rico es conjugarlas.
–¿Cuál es la versión real?
–Ninguna es real y ninguna es la verdadera. La única versión es la que cada lector extrae. Esta obra cuenta con un enigma y un misterio. Tiene trampa. El que tiene que quitarla es el lector. El tercer artista es él.
–Un libro de color gastado...
–Tiene esa pátina de película muchas veces vista, como de un pasado que no llega a ser antiguo. Es un libro que parece construido con fotos gastadas. Y también está hecho de vidas gastadas.
–¿Le atraen?
–Nada hay más precioso en la literatura que hablar de los perdedores. Gente que todo el tiempo está subiendo al ring. Amparito Conejo es una perdedora nata, pero con un orgullo entre patética y lírica. Proviene de esa frontera por la que caminan los perdedores, esos que nos hacen tener la esperanza de que un día les llegará el día de su triunfo.
–Preséntemela.
–Es una «quijota» o «quijotesa» del siglo XX. Una mujer que tiene la idea de que han matado la persona de quien está enamorada, el hombre muerto de la primera página. Algo que la va a convertir en policía, en un nuevo Marlowe. Me gusta porque está sola y va contra los molinos. Con todos sus miedos, ella está en la dura batalla contra el crimen.
–¿Ha conocido alguien así?
–En todos los barrios hay gente que, tras las gafas negras, esconde dolores, penas y asuntos inenarrables. Amparito Conejo somos todos, porque en algún momento nos juramos encontrar el asesino, el mal que nos aqueja.
–¿La tendría de amiga?
–Siempre es mejor que tenerla como enemiga. Amparito Conejo está bien para llevarla de motor de alguna causa perdida.
–Ella es una sufridora.
–Sufrir está mal visto hoy. Este mundo de autoayuda nos ha convencido de que si no sonríes a todas horas eres tonto. Sufrir es de valientes, de personas que saben que hay que pasar por lutos. Eso es de gente viva, que se reconoce a sí misma. Pero también hay que tener en cuenta que para sobrevivir nos tenemos que inventar historias para levantarnos y sobreponernos todos los días. Los personajes de esta novela son grandes sufridores. Y como todos nosotros, ellos también tiene una novela dentro, una historia que contar.
–Se venga por amor. Muy romántico.
–De todos los perdedores de la literatura, el que más me gusta es el que pierde por amor. El tango es parte de mi cultura. Y por eso creo que no hay nada más noble que sufrir por amor. Lo que sucede en Amparito es que su dolor es tan grave que resbala por la cuesta de la risa. Pero el que sufre por amor tiene una buena causa para se escuchada, y leída. Ella quiere vengar un amor, pero no hay manera de vengarlo cuando se ha perdido. Ella quiere encontrar al asesino para volver a amar. Pero es una causa perdida y ¿existe algo más bonito que la gente que anda detrás de causas perdidas?
–¿Qué le han dado los años a su prosa?
–En cuanto al oficio, poquito. Cada vez que me enfrento a escribir algo me pregunto cómo voy a hacerlo sino sé; cómo lo he hecho, si no lo supe nunca. Frente a la página en blanco me siento un impostor, un necio, porque solo ellos quieren hacer algo que no saben hacer. A veces pienso que no se me ha dado el don de la literatura con la gracia que yo deseaba. Creo que me siento más cómodo en la amistad con la creación de los personajes. Mi relación es más fácil ahora con ellos. Les oigo el latido del corazón imediatamente y enseguida se da una charla en que puedo registrarlos de una manera fiel. Ahora me siento habitado por esas criaturas y convivo con ellas de una manera más sutil e inteligente. Escribir es como conducir, tienes que tener cuidado con el tráfico, saber moverse, en este caso, con las voces. Y en ese tráfico me siento bien, porque las reconozco de una manera rápida.