«He querido morir toda mi vida, en todas las guerras»
Christine Spengler, la mítica fotógrafa que ha cubierto conflictos en Vietnam, Oriente Medio y Centroamérica, reflexiona sobre su trayectoria.
Christine Spengler, la mítica fotógrafa que ha cubierto conflictos en Vietnam, Oriente Medio y Centroamérica, reflexiona sobre su trayectoria.
Christine Spengler sobrevivió a la muerte despreciándola. Unos acuden a la guerra con todas las precauciones. Ella se aproximó al frente con la arrogancia de los hombres de frontera; con el convencimiento definitivo de que la vida, al fin y al cabo, no es para tanto. «No tener miedo me ha dado una confianza increíble. El primer día que estuve en un combate en Vietnam andaba de pie, tiesa, como si estuviera andando por los Campos Elíseos». Hay quien llega a su vocación después de una sinuosa búsqueda o siguiendo la estela de un maestro. Spengler encontró su profesión huyendo de los gritos de los cuervos. «Emprendí aquel viaje al fin del mundo para no regresar. Era una fuga para olvidar el duelo del padre, el entierro, de los graznidos de esas aves... quería ir hacia el sol». Y el sol, en ese momento, no salía por el Este y se ponía por el Oeste. El sol, sencillamente, estaba en el sur. «Había leído sobre la Ciudad de Sal, en África, donde quedaba un superviviente, un sultán medio ciego y rodeado de búhos».
La primera vez
Explorando aquel lugar se encontró una estampa que quiso retratar y pidió a su hermano una de las cámaras que le pendían del cuello. Ese momento inconsciente determinó su futuro. «Era una escena que me llamó la atención: unos combatientes que iban de la mano. Entre ellos, esa imagen resultaba común. Para mí, no. Y ahí es donde nací». La fotógrafa, que ha repasado recientemete su larga trayectoria en una conferencia en la Casa Encendida de Madrid, es una de las reporteras míticas, uno de los nombres clave del fotoperiodismo, que se abrió paso a través de los obstáculos, personales y profesionales para legar a la historia contemporánea un repertorio de imágenes que van de Vietnam y Camboya hasta Irán o Centroamérica. «El Salvador es el país del horror. Lo que presencié en ese lugar no tenía nada que ver con todo lo que había visto antes. Acudí allí desde Nicaragua, en 1981. Recuerdo que faltaban unos días para que fuera Navidad. Me quedaba algo de dinero y quería aprovecharlo... En ese lugar hice el reportaje que me impide dormir. Recuerdo los escuadrones de la muerte. Los paramilitares cortaban con machetes los miembros de las víctimas y los cambiaban de lugar: ponían el torso sin brazos, con la cabeza en los pies y las piernas en otra parte. Hacían como el montaje de una escultura macabra con los muertos. Solían depositar los cadáveres en las escalinatas de la catedral para intimidar a la población o sobre las escaleras del hotel donde se alojaban los periodistas para ahuyentarnos». Detrás de este suceso está la explicación de sus actuales trabajos en color, con predominio del rojo, en alusión a la sangre que ha contemplado a lo largo de todas sus corresponsalías. Son unas composiciones radicalmente distintas de sus célebres imágenes en blanco y negro que han recorrido el mundo a través de diversas publicaciones. «En mi caso me ha ayudado ser mujer –afirma–. Hay que saber aprovechar eso. Yo era morena y en los países árabes me cubría el cuerpo entero: sólo se me veían los ojos y un poco el flequillo. Recuerdo que allí me llamaban “la mujer de negro”. Lo único que llevaba por encima era una cámara, mi Nikon, siempre la misma, con un objetivo de 28 mm, como me recomendó mi padrino, Don McCullin. Iba así, con velo y unas viejas sandalias. Y aprendí a desenvolverme».
Con ese sobrio vestuario, tan distinto del que utiliza, por ejemplo, para ir a tomar un café al Gijón, donde su presencia es habitual, Spengler hizo algunos de los reportajes más impresionantes sobre Irán y Afganistán. «He hecho todas las locuras del mundo. He querido morir toda la vida, en todas las guerras, desde el momento en que perdí a Eric (su hermano). Para mí no existía ninguna tragedia en ello. No quería suicidarme en casa, deseaba hacerlo, sí, pero testimoniando lo que sucedía a mi alrededor. Yo era la novia de la muerte», reconoce. Pero, como ella misma admite, tenía «baraka», y eso la ha salvado en infinidad de instantes, y eso, también, le ha dado la oportunidad de inmortalizar instantes únicos, como ese niño que llora delante del cuerpo de su madre muerta; los bombardeos en Camboya; las mujeres que se bañan en chador o captar el momento que catapultó su carrera: «Yo no pierdo el tiempo cuando tomo una fotografía. Ni antes ni después. Hay que disparar en el momento justo. En Vietnam vi a combatientes haciendo esquí náutico, como en el filme de Coppola, y también a niños soldado de siete años que hacían el baile del dragón. Una vez miré a un lado. Vi a un chaval con un casco. Detrás tenía un buey típico de la zona. Estaban bañándose en un arrozal. Tiré una foto». Había comenzado su leyenda.
Testigo del Golpe de Estado del 23-F
La reportera, que ahora mismo está buscando editorial para la segunda parte de sus memorias, recuerda algunos instantes de los que fue testigo, como el golpe del 23-F. «Yo he cogido la foto en color de Tejero entrando en el edificio. Le estaba haciendo una foto a Felipe González con un teleobjetivo, cuando oí su voz, el insulto que pronunció. Estoy acostumbrada a la guerra y mi instinto, en ese momento, fue enfocarlo. Como imaginé que a los fotógrafos, que nos soltaron antes, nos iban a registrar, lo que hice fue extraer el carrete de la cámara de fotos y esconderlo entre el terciopelo de un sillón». Pero Spengler no sólo vive de lo que ha hecho. Ahora está pendiente de una exposición en París sobre su obra y de un posible viaje a Oriente Medio, donde ha tomado algunas de sus mejores fotografías.