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Aniversario

Heidi a los 50 años: cuando el anime se hizo universal

La mítica serie infantil se comenzó a emitir en Japón en enero de 1974 y tardó apenas 15 meses en llegar a España debido a su éxito internacional

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Suenan ya los tambores de la temporada de premios y, por primera vez en su dilatada carrera como «pope» de la animación, el gran Hayao Miyazaki podría darle un disgusto a los yanquis robándoles el Oscar en su propia casa gracias a la extraordinaria «El chico y la garza» (aunque él ganó el galardón honorífico en 2015). Lo que pocos saben, en un mundo en el que el anime es capaz de facturar más de 25.000 millones de euros al año, es que el gran maestro de la animación japonesa comenzó a despuntar de la mano del primer gran éxito nipón de exportación universal: la mítica «Heidi», creado por Isao Takahata y que comenzó sus emisiones hace ahora justo medio siglo.

Miyazaki, que por entonces trabajaba junto a su buen amigo y jefe para Nippon Animation como responsable de fondos y ajustador de diálogos, fue parte indispensable de los 52 capítulos (duró un año en antena) que dieron la vuelta al mundo. También lo fue de «Marco», que estrenarían dos años más tarde, y de «Conan, el niño del futuro», uno de sus últimos proyectos televisivos antes de dar el salto a Studio Ghibli y ganarse la fama de grande entre los grandes del medio.

A cincuenta años del nacimiento televisivo de la mítica niña que correteaba por los Alpes –heredera del personaje literario creado por Johanna Spyri en 1880–, es legítimo preguntarse por su herencia, por el calado verdadero de una serie que llegó a provocar una avalancha de cartas a Televisión Española cuando esta canceló momentáneamente su emisión para emitir el funeral de Franco.

La serie, que no es difícil encontrar incluso hoy en día en un paseo ligero por la programación de los canales temáticos infantiles, fue traducida a más de veinte idiomas, se licenció en cerca de sesenta y se ha instalado de manera inequívoca en la cultura popular: resulta imposible contemplar una estampa como la de la Suiza más verde sin aludir a los paisajes que recorría la niña, en compañía de Pedro, Klara o Niebla, el perro «más vago» del argot popular; y, del mismo modo, su inocencia inquebrantable ha dado lugar a numerosas comparaciones con figuras públicas, tal y como asociamos todavía a una Señorita Rottenmeier con una figura femenina férrea.

Ahora, que la juventud anda detrás de «Ataque a los titanes» o «Vinland Saga» como últimos exponentes del anime más transgresor, y ahora, que Miyazaki por fin es comparado con los Spielberg o los Scorsese a los que lleva décadas empatando, las cinco décadas desde el estreno de «Heidi» se dejan sentir como un verdadero triunfo del «poder blando» japonés. Porque Heidi, hay que recordar, se empezó a preparar allá por 1967, como una colaboración entre Japón y Alemania, y, precisamente, se llevó hasta las montañas helvéticas para «evitar relacionarla con los horrores de la Segunda Guerra Mundial», como llegaron a reconocer sus autores. «Heidi», la niña, la serie y su encanto infantil, no han envejecido un solo día aunque hayan pasado cincuenta años, y sus valores, más allá de lo obvio, ayudan a entender el coloso que se estaba gestando en Japón para cambiar cómo el país era entendido por el resto del mundo.