James Garfield, el presidente olvidado de EE UU que murió por la incompetencia de sus médicos
Su mandato duró apenas medio año, pues recién haber empezado en el cargo recibió dos disparos cuando se disponía a coger un tren
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Entre los presidentes de Estados Unidos se han dado numerosas historias que bien serían dignas de una saga literaria o cinematográfica. Se esconden todo tipo de anécdotas entre los pasillos de la Casa Blanca, desde que Abraham Lincoln fuese asesinado hasta el reciente asalto al Capitolio. La política estadounidense es una fuente inagotable de sorpresas, y es el caso de un presidente que corrió la misma suerte que Lincoln, pero de manera incluso más trágica. No obstante, nunca gozó del mismo estatus ni reconocimiento entre los estadounidenses. Se trata de James Abram Garfield (1831-1881), el vigésimo presidente de EE UU y el segundo en ser asesinado estando en el cargo. Una figura olvidada cuya vida, no obstante, se podría haber salvado y prolongado de no ser por la ineptitud de los médicos que le atendieron.
James A. Garfield presidió EE UU entre el 4 de marzo y el 19 de septiembre de 1881, siendo el segundo mandato más corto de la historia de dicho país, después de William Henry Harrison, quien duró solo un mes en el cargo. De esta manera, Garfield no se había acostumbrado aún a los entresijos de la Casa Blanca cuando el 2 de julio de 1881 su vida cambió radicalmente. El entonces presidente se dirigía a la estación de ferrocarril de Washington, donde cogería un transporte para dirigirse a un balneario de Nueva Jersey, donde su esposa enferma recibía un tratamiento. No obstante, no pudo subirse al tren pues antes recibió dos disparos en la espalda, propinados por el abogado Charles Jules Guiteau, quien reprochaba al presidente no haberle concedido un puesto consular que había solicitado. Ahí comenzó el principio del fin del mandato y de la vida de Garfield.
Permaneció postrado en la cama de la Casa Blanca 70 interminables días, periodo de tiempo en el que los médicos trataron de hallar las balas perdidas en su cuerpo. No obstante, esta búsqueda por parte de los expertos no fue más que una chapuza, pues lo que comenzó siendo una herida de unos milímetros terminó agrandándose y agravándose. A través de un detector de metales, buscaron las balas sin éxito, decidiendo finalmente trasladar al presidente, el 6 de septiembre del mismo año, a la costa de Nueva Jersey. Parecía que mejoraba, pero finalmente el 19 del mismo mes murió, tras sufrir grandes dolores, por la infección y la hemorragia interna que le habían provocado los médicos. Falleció, por tanto, ya no por los disparos, sino por la incompetencia de quienes le atendieron.
Garfield fue sucedido por su vicepresidente, Chester Alan Arthur, y rápidamente olvidado por la mayoría de la población estadounidense. Si bien se erigieron monumentos en su nombre por todo el país, para conmemorar su mandato aunque hubiese sido bastante breve, la mayoría pasan desapercibidos. No obstante, su historia sí produjo un cambio importante, pues el riesgo que se había planteado al parecer tan fácil disparar a un presidente de EE UU en plena calle hizo saltar las alarmas. El asesinato despertó la necesidad de una legislación de reforma del servicio civil, lo que se convirtió en el logro más notable de la presidencia de Alan Arthur.