Alexine Tinne, la Indiana Jones del Nilo
Gracias a su origen acomodado, llegó a Jartum y después buscó a los tuaregs en Trípoli, cruzó el Sahara y Etiopía y falleció en circunstancias poco claras
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En la época de los viajes para buscar los límites del mundo, una mujer decide ir a contracorriente y buscar el origen, en este caso, del río Nilo. Alexine (Alexandrine Petronella Francina Tinné, 1835–1869) se embarcó en un arriesgado viaje para cumplir su sueño. Esta anécdota parece una anomalía, ya que en el imaginario colectivo no se suele pensar en mujeres exploradoras en África, más allá de las esposas de aquellos como David Livingstone (por cierto, se llamaba Mary Moffat). En realidad, las mujeres que se aventuraron en expediciones en el siglo XIX desempeñaron roles diversos, que variaban desde ser esposas o compañeras a colegas colaboradoras, aunque rara vez ocuparon posiciones destacadas. Alexine fue una excepción. Esta mujer intrépida fue reconocida por sus contemporáneos debido a sus múltiples travesías por el Nilo y sus afluentes entre 1860 y 1865, destacándose como una dama victoriana de cuna noble y muy aventurera.
Nació del matrimonio entre el rico comerciante holandés Philip Frederik Tinne y la baronesa Henriette van Capellen. Se educó para tocar el piano, pintar, tomar fotografías con maestría y leer geografía e historia. Sus padres la llevaron con nueve años de viaje por Europa. Eso la ayudó a fascinarse con la diversidad, a entender que salir de la zona de confort significaba descubrir nuevos mundos. Desgraciadamente, durante ese viaje, falleció su padre. Gracias a su herencia, se convirtió en la mujer más rica de todos los Países Bajos. No la faltaron pretendientes. Al cumplir la mayoría de edad, sin embargo, Alexine prefirió perseguir su espíritu viajero y renunció a casarse.
Comenzó una serie de expediciones por el Nilo en julio de 1860, acompañada de su madre y su tía Adriana. Allí se encontraron con otros viajeros que no se adentraban más allá de los rápidos, conocidos por destrozar embarcaciones. Ellas los cruzaron y continuaron por la orilla con camellos y burros, atravesando el desierto de Nubia, hasta llegar a Jartum (Sudán), gran ciudad centro del mercado de marfil y esclavos. Fueron muy criticadas por transportar con ellas mercancía personal como vestidos, cuadernos, lienzos y hasta muebles; también sirvientes, perros y regalos para agasajar a los pueblos donde se hospedarían. Fueron diez meses de travesía hasta abril de 1861. Su plan era remontar el Nilo Azul para indagar por Etiopía. Pero algunos señalaban como origen del río el Lago Victoria. Las tres mujeres decidieron entonces, en 1862, proseguir hacía Gondókoro (Sudán del Sur), acompañando al cónsul británico en Jartum y su esposa. Pasando por la región de los dinkas, observaron horrorizadas el tráfico de esclavos que se desarrollaba de manera ilegal. Alexine intentó denunciarlo a través de cartas. Prosiguieron el viaje por ciénagas y paisajes empantanados, escribiendo manuales para los viajeros que se adentrasen en esas tierras y pintando los paisajes. Llegaron a Gondókoro a pie, ya que el Nilo a esa altura deja de ser navegable. Los traficantes locales, los únicos que conocían las rutas, las impidieron seguir, advirtiendo su presencia como una amenaza para el negocio. Volvieron a Jartum cuando Alexine contrajo fiebres. Ella reintentó varias veces su expedición, falleciendo su madre en la segunda tentativa y su tía poco después.
Alexine decidió cambiar de rumbo y explorar el desierto en busca de los tuaregs. Partió desde Trípoli en 1868 y tardó algo más de un mes en recorrer los novecientos kilómetros que la separaban de Murzuch, siendo la primera mujer blanca que llegaba a un punto tan lejano del Sáhara. Por ello fue apodada la «sultana blanca». Los tuaregs garantizaron su protección, pero se desconoce que ocurrió después. Su muerte es un misterio. Lo que está claro es que ella nunca conoció las enormes repercusiones de sus viajes en la prensa internacional y en los estudios posteriores.
Alexine gozó de unas circunstancias muy particulares que la permitieron realizar estos viajes tan rocambolescos. Las primeras mujeres científicas compartían rasgos comunes con Alexine: generalmente provenían de familias acomodadas, disponían de ingresos propios o contaban con el respaldo financiero de sus cónyuges. A menudo, colaboraban como asistentes de investigación de sus esposos o padres. A pesar de dedicarse activamente a tareas como la interacción con locales, la búsqueda de fósiles o de muestras botánicas y zoológicas, las mujeres solo podían observar cómo su contribución se veía fagocitada en las publicaciones de los hombres para quienes trabajaban, recibiendo nulo reconocimiento académico. Esta falta de crédito es tan palpable que ha hecho que la sociedad actual raramente piense que existieron mujeres exploradoras, ya que sus logros fueron atribuidos a sus compañeros masculinos.