Buscar Iniciar sesión
Sección patrocinada por

Amas de casa y estudiantes: la huelga de 1975 que zanjó Arias Navarro

En aquel año, una manifestación de universitarios confluyó con otra de mujeres que protestaban por la carestía de la vida que se saldó con
90 detenidos
Amas de casa y estudiantes: la huelga de 1975 que zanjó Arias Navarro
Imagen de una manifestación de mujeres
Jorge Vilches

Creada:

Última actualización:

«¡El hijo del obrero, a la Universidad!», gritó un estudiante de Políticas. En realidad, se lo decía a otros, porque su padre era un alto cargo del Movimiento Nacional. Militaba en la Joven Guardia Roja, pequeñísima organización universitaria ligada al Partido del Trabajo de España. Sus camaradas, que nunca habían trabajado, pensaban que el maoísmo nos iba a salvar a todos de nosotros mismos. Seguían a Eladio García Casteñón, que en la clandestinidad se hacía llamar «Ramón Lobato». Habían decidido hacer una huelga general el 20 de febrero de 1975. Consideraban que el ejemplo revolucionario portugués marcaba el camino, y que el PCE y el PSOE se habían aburguesado, como revisionistas que eran, y no servían para liberar al pueblo, oprimido por el capitalismo fascista. Además, los «troskos» de la Liga Comunista Revolucionaria iban a su rollo intelectualoide, cuando hacía falta un movimiento de masas que hiciera explotar al sistema. Era un buen momento, porque la Federación de Asociaciones de Amas de Casa y otras organizaciones clandestinas como el Movimiento Democrático de Mujeres habían organizado una huelga de consumo por la carestía de la vida.
El estudiante de la Joven Guardia Roja se levantó. Hacer sentadas en el aparcamiento de la Facultad le dejaba las posaderas dispuestas a la Revolución Cultural. «Repasemos –dijo un tipo con barba y pantalones de campana, y que en los guateques solía imitar a Lluis Llach con éxito entre el público femenino–. Nos concentramos en Plaza de España». «Plaza del Estado Español, querrás decir, camarada», dijo otro con acento periférico. «No entremos en debates sobre el lenguaje del centralismo fascista –contestó el barbudo–. Desde ahí subimos por la Avenida de José Antonio». «Querrás decir Avenida de la Unión Soviética, que es como la denominaron nuestros camaradas en 1937», apuntó uno con un deje chamberilero. El imitador de Llach suspiró. «No me toquéis los güebos», exclamó el cantante de guateque. «Esa es una expresión heteropatriarcal fascista –anunció otra maoísta–. Luchar contra Franco es también luchar por la liberación de la mujer y…». «¡Callaos!», gritó el doble de Lluis Llach. El fantasma de la purga voló sobre la reunión, así que se hizo el silencio. El plan era llegar al Ministerio de Educación, gritar consignas antifascistas, y luego unirse a las camaradas del Movimiento de Amas de Casa. Ese 20 de febrero iba a ser el detonante para la caída del franquismo. Menuda huelga general. Estudiantes y obreros pondrían claveles en las porras de los Grises y el dictador dimitiría. Unos días antes, los actores se habían puesto en huelga demostrando las contradicciones intrínsecas del sistema capitalista. «Porque fueron, somos, porque somos, serán», se repetían. Y así hasta llegar al paraíso comunista.

Amas de casa del movimiento

A la hora señalada se inició la jornada de lucha desde Ciudad Universitaria. No se pudieron resistir, y al pasar por el Rectorado empezaron a tirar piedras a la policía. ¿Por qué esperar? El centenar de estudiantes y las fuerzas policiales se intercambiaron golpes con una generosidad franciscana. Otros revolucionarios, con el «Libro rojo» de Mao en el bolsillo de la parca, cogieron el metro para protestar frente al Ministerio de Educación, y también en Serrano, Neptuno y Atocha. Allí quisieron cortar el tráfico, pero los taxistas les corrieron a gorrazos. Un grupo intentó linchar a un policía en la calle Barquillo. El oficial disparó al aire y los maoístas procrastinaron la liberación proletaria para otro momento más favorable. Cuatro avispados fueron al mercado de San Antón, en la calle Augusto Figueroa. Esperaban encontrar al Movimiento de Amas de Casa, pero solo había amas de casa en movimiento. «¡Hagamos un piquete informativo!», dijo uno. «Señora, no compre para protestar contra Franco», informó un melenudo con jersey de rombos a una mujer que tiraba de un carro. «Quita, niño. Si no compro el que va a protestar es mi Manolo», soltó otra. «En el comunismo hay divorcio, señora. Libérese», replicó el maoísta.
Los cuatro estudiantes apostados en San Antón sacaron entonces el panfleto de la convocatoria para repatirlo como si fuera una oferta de 2x1 de la pizzería del barrio. Catorce asociaciones legales pedían que no se comprara nada el 20 de febrero y que se apagaran las luces de 19:30 a 20:00, justo cuando había carta de ajuste en TVE. Estaba bien pensado, porque, si coincidía con «Bonanza», la huelga fracasaría. En realidad, tampoco tuvo mucho éxito la protesta, porque el Régimen no cayó ni retrocedió. Arias Navarro pensó en dar un escarmiento ejemplarizante. Ordenó la detención de manifestantes, unos 90, y suspendió la actividad de las 14 asociaciones convocantes por infiltración comunista y masónica. Esa represión no sirvió de nada. Algo gordo se estaba cocinando porque cada vez que hablaba Arias subía el pan.

Archivado en: