El drama griego de la huelga de actores del 75: "Aquí no actúa nadie y sanseacabó"
Aquel 4 de febrero todas las salas de espectáculos de Madrid permanecieron cerradas por el paro. Mientras, en el Teatro Bellas Artes, los intérpretes permanecían atrincherados


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«He dicho que aquí no actúa nadie y sanseacabó», sentenció Tina Sainz. En aquella España de 1975 las cosas iban a cambiar, y los actores, como representantes de los anhelos de esas ilusiones populares que volaban entre las nubes como una cometa en la playa, dirían cuatro verdades. No iban a hacer caso a Juanjo Menéndez, que se plantó diciendo a los privilegiados progres del espectáculo que no sabían nada sobre el mundo real, que la mayoría de ellos había ido menos a la escuela que Pedro, el cabrero de Heidi, y que no se quejaran después de haber trabajado tanto tiempo durante la dictadura sin protestar. Uno intentó tirarle una butaca, lo que habría conseguido si no hubiera estado atornillada en el patio del teatro.
La cosa estaba muy caliente ese mes de febrero de 1975 y los actores no querían quedarse atrás. Las huelgas en la SEAT y en la Hispano Olivetti, con manifas y grises, estaban en las portadas de los periódicos. En la Universidad de Valladolid y en otras los estudiantes ponían en riesgo el Régimen, el capitalismo y el Imperio yanqui con sentadas y pancartas. Todo recordaba a la magia de Mayo del 68. La playa estaba bajo el asfalto del Palacio de El Pardo, y en Portugal una rosa y un clavel iban de la mano cerrando la muralla al sable del coronel. Eran buenos tiempos para la lírica.
Un portentoso tarugo
«¡Estamos en huelga!», gritó Jaime Blanch, el actor, al que acompañaban la citada Tina y Lola Gaos de la «comisión de los once» elegidos por los actores para representarlos en el comité de empresa. Qué pena que Alejandro Fernández Sordo, el ministro de Relaciones Sindicales, fuera un portentoso tarugo. Había discutido con Licinio de la Fuente, ministro de Trabajo, porque este quería actualizar el derecho de huelga. «El mejor camino para controlar el conflicto es darle un camino por el que discurrir», le había soltado Licinio en un consejo de ministros delante del mismísimo Franco y de un desastre sin paliativos llamado Arias Navarro. Licinio dimitió, y las huelgas aumentaron.
El 4 de febrero de 1975 todas las salas de espectáculos de Madrid permanecieron cerradas por el paro. También los lugares de magia, flamenco o donde bailaban señoritas y señoritos ligeros de ropa. Lo peor para el Régimen fue que los trabajadores de TVE se sumaron a la huelga. La mayoría de los actores huelguistas iba por su cuenta, pero también pululaba por allí la Comisión de Arte y Cultura del PCE, a cuyo frente estaba otro actor, Juan Diego, que estaba cabreado porque todavía no se había estrenado su película «El Love feroz, o cuando los hijos juegan al amor». No era Shakespeare pero llenaba el bolsillo.
En cuanto se pusieron en huelga funcionó la solidaridad de los famosos. Aparecieron Adolfo Marsillach, Pilar Miró, Fernando Fernán Gómez, Buero Vallejo, Lola Flores, Sara Montiel, Rocío Dúrcal y Manolo Escobar. «Manolo, ¿cómo tú por aquí, quillo?», preguntó José María Rodero, que venía de grabar «Estudio 1» en la tele franquista. «A ver –contestó desesperado Manolo Escobar– no me hagas tú también el chiste de que he venido buscando mi carro». Los artistas, mientras, discutían con Jaime Campmany, director del verticalísimo Sindicato del Espectáculo y procurador en las Cortes franquistas.
Se habían atrincherado en el Teatro de Bellas Artes, en Madrid. Aquello parecía un drama griego. Los artistas de la entrada no supieron contener a los grises, como Leónidas a los persas en las Termópilas. Entraron en dicho teatro un 8 de febrero de 1975. Los testigos dicen que los guripas quedaron desconcertados ante tanta magnificencia y esplendor cultural. Otros atestiguan que les importó tres narices. Desenfundaron sus porras y se liaron a aplaudir en las cabezas de los actores. A un toque de silbato, como un solo hombre, los policías detuvieron a Tina Sáinz, Rocío Dúrcal, Pedro Mari, que era el Chencho que se perdió en la Plaza Mayor a Pepe Isbert en «La gran familia», y otros dos cuyo nombre no pongo porque no se hicieron famosos, lo siento.
Llevaron a los detenidos a la Dirección General de Seguridad. Les acusaron de pertenecer a la Unión Popular de Artistas, vinculada al PCE marxista-leninista, donde nació el grupo terrorista FRAP, e incluso de tener relaciones con ETA. Eran comunistas, simpatizaban con las acciones armadas contra el franquismo, incluso el asesinato de Carrero Blanco, y no hacían ascos a una revolución con ajuste de cuentas. No obstante, la acusación no tenía nada que ver con una huelga con reivindicaciones laborales. Menos mal que Lola Flores actuó de abogada defensora, se plantó en la DGS, intercedió por sus compañeros acusados, y salieron del trullo. Eso sí, con unas multas desorbitadas. La huelga terminó el 12 de febrero, los actores vieron reconocidas sus demandas, y colorín colorado.