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La M-30, y el Madrid «más limpio» de Arias Navarro

El ex presidente inauguró en 1974 la autopista que acercaría la capital española a las grandes europeas, en un acto junto al entonces alcalde, Miguel Ángel García-Lomas
La M-30 es la tercera circunvalación tras la cerca de Felipe IV y el Paseo de Ronda
La M-30 es la tercera circunvalación tras la cerca de Felipe IV y el Paseo de Ronda

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Era 11 de noviembre de 1974. La temperatura en Madrid rondaba los 8 grados a media tarde. Las castañeras no daban abasto en el centro de la ciudad. El ayuntamiento había colocado ya algunos adornos navideños. Los niños, con manoplas y pantalón corto, salían de los colegios en un torrente de gritos y risas. Chencho seguía de la mano de su abuelo en la Plaza Mayor. Las amas de casa tiraban de los carros de la compra. Los autobuses azules de la EMT iban por el recién estrenado carril bus de la todavía Avenida de José Antonio. Hacía tres años que las mujeres habían entrado en el cuerpo de policía municipal, pero Madrid seguía siendo imposible para el tráfico. 
Arias Navarro, flamante presidente del Gobierno de España, llegó en su coche oficial en medio de unas obras a las afueras de Madrid. Menudo abrigo llevaba. Con sus botones y todo. Le seguía una tropa de pelotas también con pelliza y sonrisa. A pocos metros estaban esperando el alcalde y la cinta de inauguración de la M-30. A la vista del presidente, el alcalde, Miguel Ángel García-Lomas, un falangista empeñado en la vivienda social y en la peatonalización de las calles del centro, estiró el cuello para tragar y preguntó: «José Luis, ¿ha traído las tijeras buenas, las que cortan, no las otras, las que usa usted para sus arreglos de uñas podales?». «Sí, excelencia. Aquí están», contestó José Luis mostrando unas tijeras tamaño sastre que descansaban sobre un cojín burdeos con borlas.

Los tiempos modernos

«Repasemos por si pregunta Arias, que fue también regidor de la Villa y se las sabe todas», pensó el alcalde. «Se llama M-30 porque la M es de Madrid, el 3 porque es la tercera circunvalación tras la cerca de Felipe IV y el Paseo de Ronda. El cero simula un círculo porque da la vuelta a la ciudad. ¿Y el guion entre medias? Bah, para hacer bonito. Bien. El primer proyecto fue el Plan Bigador, llamado así por el arquitecto que lo pensó en… a ver, ¿qué año? Ah, sí. 1946. Córcholis, ha llovido. Qué lento va todo. Si el Generalísimo lo supiera… Venga, Miguel Ángel, no te despistes. La nueva autopista atraviesa San Blas, el Pozo del Tío Raimundo y el Barrio del Pilar conectando la avenida de la Paz con la del Manzanares. Estos son los tiempos modernos. Por eso tiré el mercado de la Plaza de Olavide. Los vecinos decían que era un monumento histórico. Bah. La modernidad es así. Venga, a lo de hoy. Recuerda: lo impulsó Gonzalo Fernández de la Mora cuando fue ministro de Obras Públicas, sí, ya sabes, el de España como un “Estado en obras”. Qué ínfulas se daba ese tipo. Los que hemos hecho la Guerra tenemos espíritu, combatimos para que no hubiera una España roja, y no vamos a tolerar… Miguel Ángel, por favor, a lo de ahora». En estas, Arias Navarro, el presidente amigo de Carmen Polo, llegó a la cinta, y el alcalde interrumpió sus pensamientos.
«Buenos días, Miguelito. ¿Qué tal hoy?», preguntó con una sonrisa el hombre del «Españoles, Franco… ha muerto». En ese momento se oyó a un par de mulas que pastaban en las cercanías, porque en aquel entonces Madrid era así y había mucho animal. «¿Y esos rebuznos?», dijo uno. «Son relinchos», apuntó otro. «A ver, listos, los burros rebuznan, los caballos relinchan, pero las mulas…», recordó un tercero. «No seáis burdéganos y callaos», ordenó un hombre con sombrero de plato y muchos galones. Aquello era normal. No lo de los asnos, que también, sino que estaban en el lecho del arroyo Abroñigal, que canalizaron y enterraron para trazar la M-30. «Todo esto era campo –dijo un funcionario con lágrimas en los ojos–. Por el cauce del riachuelo iban los toros hacia la Plaza de las Ventas. Este es el Madrid rural, campesino y ganadero. Qué pena».
«Estamos aquí reunidos –empezó diciendo Arias Navarro, que ya tenía experiencia en discursos vacíos tras el que pronunció anunciando el ‘‘espíritu del 12 de febrero’’– para dar paso a la modernidad y a un Madrid más verde, más limpio, con menos coches y menos contaminación. Una ciudad para los peatones, para esas familias que van al comercio de proximidad, para los jóvenes que circulan en bicicleta. Esto nos acerca a las grandes capitales europeas en sintonía con el proyecto de engrandecimiento de la Patria que lleva a cabo nuestro glorioso Caudillo». Y cortó la cinta. Los circundantes rompieron a aplaudir. Arias Navarro montó en su contaminante coche oficial y se fue a su despacho presidencial en Castellana 3, mientras un par de motoristas apartaban a golpe de sirena a los conductores y peatones en cuyo nombre se había inaugurado la M-30.

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