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Los niños perfectos con los que soñaron los nazis

Esta novela de Caroline De Mulder tiene el tremendo trasfondo de una maternidad pensada para generar una raza aria sin defectos
Los niños perfectos con los que soñaron los nazis
Himmler junto a su hija Gudrunlarazon
Toni Montesinos
  • Toni Montesinos

    Toni Montesinos

Barcelona Creada:

Última actualización:

Adolf Hitler y sus secuaces están en permanente actualidad editorial, pues no hay mes en que no aparezca novedad que remita al líder del Partido Nacionalsocialista, ya sea de cariz histórico, ensayístico, biográfico, testimonial o incluso novelesco. A esta figura que sigue fascinando y que ha marcado el devenir del mundo contemporáneo a partir de lo que significó globalmente la Segunda Guerra Mundial, se le añaden otros dirigentes que también reciben un interés similar. Estamos hablando, por ejemplo, de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda, o Heinrich Himmler, el «Reichsführer» (dirigente nacional) de las SS, por lo tanto el segundo hombre más poderoso de la Alemania nazi y el responsable de la concepción y ejecución de la «solución final de la cuestión judía».
Sobre él escribió Caroline De Mulder (Gante, 1976) una novela que ahora llega en español, «Los niños de Himmler» (traducción de Patricia Orts), que llevará al lector a la Baviera de 1944, y a un centro, la primera maternidad nazi, la Heim Hochland. Creación del propio Himmler en 1936, dicha maternidad formaba parte del programa llamado «Lebensborn» (que podría traducirse como «fuente de vida» en alemán). Por supuesto, los motivos para ello estaban en consonancia con las directrices de raza del hitlerismo, esto es, promover la raza aria para que fuera yendo la más preponderante en Europa. Así, esta autora belga, profesora de literatura en la universidad Notre-Dame de la Paix y autora de varias novelas y ensayos, se basa en algo real para su ficción, protagonizada por la enfermera Helga, que se encarga de las mujeres embarazadas y de sus bebés.
Entonces, vendrá el punto de inflexión de la trama cuando aparezca, para dar a luz, una joven llamada Renée, de nacionalidad francesa, a la que su familia rechazó por haberse enamorado de un alemán durante la Ocupación de París. De hecho, tal cosa sucedió en muchas ocasiones, cuando las muchachas que tenían relaciones con soldados germanos en tierras ocupadas por los nazis se quedaban embarazadas. La solución para ellas más posible era pedir asilo en el «Lebensborn». Es más, gracias al documental «Los niños perfectos de Hitler» (que puede verse en el Canal Historia) el interesado en estos asuntos pudo conocer las actividades y objetivos de esta maternidad, muchas veces relacionados con la eugenesia y con la fantasía de engendrar superhombres científicamente.

Un alojamiento «vacacional»

De este modo Renée llega a este centro, sin hablar alemán, y va conociendo este lugar en el que se pretendía cuidar de las madres pero que ocultaba una cara siniestra. «Un recién nacido lloriquea a lo lejos. En los balcones, cunas al aire libre, alineadas, cubiertas con algodón blanco para darles sombra. Y, al lado del edificio, la bandera negra de las SS. […] El lugar no parece un cuartel, menos aún un hospital. Podría ser, más bien, un alojamiento vacacional muy bien conservado. Un chalé excesivamente grande rodeado de edificios anexos y de campos, con vistas a un estanque». Así describe De Mulder lo que podía haberse respirado en semejante lugar, lleno de mujeres que permanecían en un lugar realmente agradable, entre jardines y céspedes, y donde se jalea la aparición de una nueva criatura.
«Una enfermera hace tintinear un vaso golpeándolo con un tenedor, y enseguida se hace silencio, un silencio un poco tenso: “A las 16.29 ha nacido Jürgen, tres kilos y cuatrocientos gramos, cincuenta centímetros, perímetro cefálico de treinta y seis y medio”. Aplausos, pequeños gritos de alegría», prosigue la escritora. Un entorno aquel ataviado con todo tipo de simbología nazi: cruces gamadas colosales, retratos de Hitler, y toda una serie de eventos para adoctrinar a las presentes, en forma de talleres, conferencias o discursos en la radio, que todas las mujeres están obligadas a escuchar. La novela avanza proyectando la idea de que todas esas chicas están aisladas del mundo por completo, y que viven de espaldas a la guerra, de tan sosegado que es el recodo, cerca del pueblo Steinhöring, y en que destaca la ausencia de hombres, salvo el médico.
En un momento dado, Renée escribe una carta a su enamorado, que está combatiendo, y le cuenta cosas como que se espera con expectación que Himmler acuda al centro para una fiesta en honor de los recién nacidos. Y hasta para eso los nazis tenían un nombre, «Namensgebung», una «ceremonia del nombre» y que explica De Mulder en estos términos: «Durante esta ceremonia secular (que, en la práctica, sustituía al bautismo cristiano), las SS daban un nombre y un padrino al recién nacido, que de esta forma se integraba en la comunidad. Los niños de las familias de las SS o de madres solteras pertenecientes al partido nacionalsocialista participaban en ella, aunque no era obligatoria».
Junto con detalles como estos, que tanto hablan del establecimiento de un modo de planear desde el nacimiento de los hijos más perfectos posibles al exterminio de personas consideradas indeseables, aparecen otros relacionados también con los menores de edad. Es el caso de que, como se dice a mitad de «Los niños de Himmler», ya llevaban años los nazis secuestrando criaturas polacas, a las cuales seleccionaban y trasladaban, sin que nadie supiera qué hacían con ellos luego. Por ejemplo, en invierno de 1943, cuando un tren de Lubin cargado con unos 200 niños emprendieron camino a Varsovia. En aquella ocasión la gente se abalanzó contra el tren para liberarlos, pero los agentes de las SS se limitaron a dispararles sin piedad.

BIOGRAFÍA DE UN CRIMINAL DE GUERRA

Himmler, el máximo responsable de las SS y jefe de la policía alemana se distinguió por ser uno de los principales asesores de Hitler. Natural de Múnich, estudió agricultura y economía y trabajó como vendedor y criador de aves. En 1923 participó en el fallido intento de Hitler de tomar el gobierno de Bavaria y dos años más tarde se incorporó a las SS. Cuando Hitler llegó al poder en 1933, Himmler fue tomando notoriedad y ese mismo año estableció el primer campo de concentración en Dachau y en 1938 organizó el pogromo conocido como Noche de los Cristales Rotos. Se convirtió en ministro del Interior en 1943 y siguió ordenando la creación de más campos de exterminio y que se realizaran ​experimentos médicos con prisioneros judíos, además de promover instituciones de acoplamiento sexual destinadas a la gestación de arios perfectos. Al ver que la guerra estaba perdida intentó convencer a Hitler de que se rindieran, lo que enfureció al Führer. Fue capturado por soldados británicos y se suicidó el 23 de mayo de 1945, antes de ser juzgado como criminal de guerra.