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Pánico en Santorini: así se destruyeron las civilizaciones anteriores

La estampida de la isla griega recuerda los momentos en que los habitantes de la zona tuvieron que empezar de nuevo, como los minoicos
Pánico en Santorini: así se destruyeron las civilizaciones anteriores
Una imagen de Santorini, en Grecialarazon
David Hernández de la Fuente

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Desde que el ser humano camina por este planeta hay un esquema mítico que se repite de forma incesante: su cíclico exterminio merced a catástrofes o conflagraciones universales que, en forma de riadas imparables de agua, tsunamis inclementes, incendios o plagas exterminadoras caen sobre nosotros cada ciertos siglos y hacen que tengamos que empezar de nuevo nuestra peripecia circular. ¡Cuántas veces no hemos tenido que levantarnos después de caer hasta puntos insospechados en los que incluso hemos olvidado la escritura, la tecnología más básica de la construcción o de la alimentación y, por supuesto, las leyes o la política! En el diálogo «Timeo» de Platón, Critias cuenta la mítica entrevista del sabio Solón de Atenas con un sacerdote egipcio nonagenario. Solón, joven por entonces (pero que también llegará a los 90), refiere ante el egipcio la historia del diluvio de los griegos, el de Deucalión y Pirra, cuando el agua borró de la faz de la tierra a toda la humanidad menos a aquellos dos justos. Pero el egipcio le da una respuesta burlona y paternalista –«¡ay, Solón, Solón, los griegos sois solo unos niños!»– y le cuenta que no ha habido solo un diluvio, sino que, cíclicamente, hay catástrofes que van asolando a la humanidad en forma de fuego o agua y que los egipcios guardan buena memoria de todo aquello. Acto seguido se introduce en el diálogo de Platón el famoso mito de la Atlántida, el de una civilización perdida, y otrora poderosa, que desapareció tras un cataclismo bajo las aguas del mar. 
Estos días, los habitantes de Santorini huyen de la isla atemorizados por los centenares de temblores de tierra que recuerdan la importante actividad sísmica de la zona, que no ha cesado en milenios. Uno de los primeros que registran nuestras fuentes –el mito los cuenta por cientos– causó el gran cataclismo que acabó con el mundo minoico. La magnífica civilización de Tera, también llamada Santorini, Creta y todo aquel fastuoso mundo posterior de los micénicos –pero también hasta llegar al fin de la edad de bronce–, fueron sepultados en el olvido tras una época de convulsiones que incluyeron seguramente una explosión volcánica, un tsunami, un cambio climático, un intenso movimiento migratorio de pueblos, guerras, invasiones y un sinfín de problemas. La desolación del Mediterráneo occidental duraría varios siglos entre el 1600 y el 1200 a.C., marcando una cesura inolvidable de cuya historia aún no sabemos demasiado pero que pasó al resbaladizo terreno del mito: Minos, Cnosos, Troya, Micenas, etc.
El cataclismo es tema universal desde Mesopotamia al mundo judío y de ahí a China. Cuántas veces hemos sido borrados de la faz de la tierra parece recordar el anciano sacerdote a ese Solón que somos todos, rememorando una memoria colectiva que los pueblos siempre han guardado fielmente, acaso más en el mito que en la historiografía. Y es que esta solo recoge un instante del paso del sapiens por el planeta. El mito de la Atlántida seguramente surgió en la mente del utopista Platón cuando pretendía esbozar una épica del bien sobre la Atenas antigua, pero qué duda cabe de que recuerda ese eco mítico que está en diversas culturas, desde el Perú de Viracocha hasta la China del río Amarillo, por no hablar del Creciente Fértil, de Sumeria: el tema del agua que destruye la civilización aparece ya en el Gilgamesh y reverbera por doquier. Por estos lares, puede que el colapso del mundo tartésico no se debiera otra cosa que a un tsunami frente a las costas de Huelva y Cádiz. Mucho ha cambiado la línea costera de los lugares que, como Lisboa y la desembocadura del Guadalquivir, han sufrido desolaciones cíclicas desde la época del bronce hasta nuestros días y no cabe descartar esos desastres en el trasfondo de algunos de los cambios más notables de la prehistoria y la historia.
Independientemente de la historicidad de algunas civilizaciones perdidas, ante todo interesa recordar el viejo patrón mitológico que refleja el de la humanidad destruida y luego refundada, en una renovación cíclica. Estos días, los habitantes de Santorini vuelven a sentir el miedo cerval y atávico a las catástrofes que, inconscientemente, sabemos que nos aguardan a los humanos para aniquilarnos una y otra vez. Los griegos ya olvidaron cómo se escribía después del 1200 a.C. y hubieron de pasar muchos siglos oscuros hasta recuperar la escritura –no ya un silabario como el Lineal B, adaptado del aún misterioso Lineal A minoico, sino luego un alfabeto–, cuando aprendieron de la inventiva fenicia. Pero las catástrofes pueden ser también pandemias, cambios climáticos e invasiones… que se lo digan a los romanos, que, después de haber disfrutado de las mieles de una civilización globalizada, sofisticada e interconectada, vieron caer de forma miserable su nivel de vida con la crisis de los siglos IV-V, hasta llegar casi a una nueva edad de piedra. Y así sucesivamente.

El diluvio universal

Conviene no olvidar que siempre podemos caer y que el ser humano tiene una fragilidad característica que nos recuerda la mitología. Si el diluvio universal que extermina a los impíos, menos a Noé, es un mitema tan básico como la peste o la guerra aniquiladora, otras veces es un fuego destructor el que aniquila a la perversa humanidad, como en Sodoma y Gomorra (los dioses babilonios, en cambio, nos matarán por ruidosos). El mito azteca de los cinco soles, por su parte, cuenta cómo los dioses van creando y exterminando a diversas generaciones humanas, hasta el último sol, en el que se supone que habrían de llegar unos nuevos dioses (que algunos de ellos identificaron con los españoles). También la verde y añeja Irlanda, según se cuenta en el «Libro de las invasiones del Eire» (s. XI) fue poblada por razas sucesivas que fueron destruyéndose.
Pero sin duda el mito más célebre sobre esa sucesión de las estirpes de la humanidad, que además suele ser en orden descendente –desde una edad de oro edénica casi divina–, es el llamado mito de las edades, que se encuentra en narraciones paralelas entre India y Grecia. Esta última nos es más conocida en Occidente gracias a los trabajos y los días de Hesíodo, donde se cuenta el nacimiento de la humanidad a través de varios mitos, como el de Prometeo, Pandora, y sus hijos, que sufren el diluvio. En el mito de las razas se ve una humanidad antaño feliz en la edad de Oro que va degenerando en diversas edades hasta llegar a la actual edad de hierro, marcada por la enfermedad, la guerra, la vejez y la muerte. Según los Puranas del hinduismo, hemos perdido ese edén primordial de justicia de la Satya Yuga, con las cuatro patas del toro del dharma, después de que Brahma, el creador de todo, dividiera el tiempo en cuatro edades cíclicas. Suerte que Visnú el preservador, el segundo dios de la trimurti o Trinidad, se va encarnando en avatares cuando las cosas van mal para nosotros. Huelga decir que la actual es la edad de hierro, la Kali Yuga, cuando se pierde toda justicia en el mundo. Lo presentimos todos: vendrá de nuevo el caos, la riada, el tsunami, los bárbaros o la pandemia y, pese al éxodo de Santorini, sabemos que, en el fondo, todo intento de escapar será vano ante la cíclica aniquilación de la humanidad. Pero no teman. Hemos caído y nos hemos levantado innumerables veces, conque pronto advendrá la resurrección, también cíclica, que nos renovará otra vez en los avatares del mito y en la historia. Estos antiquísimos patrones nos explican nuestro mundo desde el comienzo de nuestra presencia en él.

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