Objetos universales

Un pintalabios para ganar la guerra

Es más que un producto de belleza habitual. Fue también símbolo de la victoria durante el conflicto de 1939. Su alto consumo en tiempos de crisis dio incluso pie al nombre de un índice económico

Carteles de la Segunda Guerra Mundial donde se aconseja que la mujer utilice maquillaje
Carteles de la Segunda Guerra Mundial donde se aconseja que la mujer utilice maquillajeLR

Durante la Segunda Guerra Mundial se paralizó la producción de todos los cosméticos en Reino Unido a excepción del pintalabios rojo. Aunque hoy nos parezca raro, el entonces primer ministro del país, Winston Churchill, lo justificó afirmando que era una forma de levantar la moral de la nación en uno de los momentos más duros de su historia haciendo a las mujeres más seguras. Mientras que alimentos y gasolina eran racionados, el pintalabios se convirtió en un producto de primera necesidad, ya que Churchill incitaba a su uso como acto de patriotismo. El rojo era sinónimo de victoria y optimismo dando una apariencia de normalidad ante la grave crisis social y económica que suponía la contienda.

Después del ataque a Pearl Harbour en 1941 las mujeres estadounidenses adoptaron la misma estrategia. Elisabeth Arden, que ya se había consolidado en el mundo del maquillaje, diseñó un lápiz de labios específico en 1943 para las mujeres en el servicio militar: el «Montezuma Red». Era un rojo brillante que combinaba con los ribetes rojos y los galones de los uniformes militares femeninos. Se entregaba a las mujeres en servicio un kit oficial que incluía el lápiz labial, un colorete en crema a juego y esmalte de uñas. El rojo se puso tan de moda que las mujeres civiles, las que trabajaban en las fábricas, querían también usarlo, por lo que Arden creó la línea «Victory Red» para que pudiesen utilizarlo y honrar a su país. No era la primera vez que las barras de Arden tenían un significado social, ya que en 1912 proporcionó lápices labiales igualmente rojos a las sufragistas que se manifestaban en la Quinta Avenida por su derecho al voto. El color se asoció con la independencia y la modernidad.

Pero mucho antes del siglo XX ya en Mesopotamia se utilizaba una pomada pastosa para labios y mejillas de ese color resultado de triturar conchas. Cleopatra tenía un ungüento a base de escarabajos, carmín de quermes y hormigas para la base. Las matronas romanas se maquillaban y pintaban pómulos y labios con el ocre del fucus, con el poso del vino o el cinabrio, sulfuro de mercurio y azufre altamente venenosos, continuando la costumbre entre las damas de la aristocracia en la Edad Media a pesar de que la doctrina cristiana medieval tuviese una visión negativa del maquillaje. El cuerpo era creado a imagen y semejanza de Dios, por lo que no necesitaba adornos. El rojo de labios vuelve a ponerse de moda en el siglo XVI, una base de carmín de la cochinilla con mercurio junto con la piel blanca que se conseguía con un producto popular en la época, el «blanc de ceruse de Venice», compuesto de carbonato de plomo tratado con vinagre, y a veces con arsénico, a lo que se añadía clara de huevo para mejorar la adherencia a la piel.

Atractivo y tóxico

Estos productos eran tóxicos y su uso continuado llevaba a sus usuarias a la tumba, como es el caso de Isabel I de Inglaterra, que muere en 1603. Mientras se prohibían en Inglaterra no por su toxicidad sino por razones morales, se siguieron utilizando en las cortes continentales. En Versalles lo usaban hombres y mujeres. De Luis XIV a María Antonieta, era la moda. A principios del siglo XIX, la reina Victoria considera el maquillaje y pintarse los labios como algo soez , aunque en Francia se recuperaba esa costumbre; así, en 1870, la casa francesa Guerlain lanza un labial estático fabricado con cera de abeja, grasa, carmín y aceite con el nombre comercial «Ne m’Oubliez pas» («No me olvides»), utilizado por las damas de la aristocracia y por la actriz Sarah Bernard.

Con el nacimiento de Avon en EE UU, las mujeres podían adquirir el carmín a precios más bajos, por lo que se popularizó en América a finales del XIX. Hay que esperar a 1915, cuando Maurice Levy, un industrial estadounidense, une el lápiz labial sólido a un tubo que contaba con un mecanismo para deslizar la barra. En España la marca Puig fabricaría las primeras barras de labios que salieron al mercado, las «Milady», y al año siguiente James Bruce patentó el primer pintalabios con tubo giratorio. Entre 1920 y 1930 se vendieron en EE UU más de cincuenta millones de labiales, convirtiéndose la industria cosmética en la cuarta más próspera del país. Este modelo sería un éxito de consumo internacional, de ahí que las diferentes firmas se lancen a la innovación: mates, permanentes, brillantes, del rojo intenso de Marilyn Monroe a los corales de Audrey Hepburn. Hasta inspiró un índice económico, el «lipstick index», un aumento de las ventas en tiempos de recesión económica descubierto por Leonard Lauder, presidente del consejo de administración de Estée Lauder en 2000, correlación que solo rompió el Covid, cuando los labios quedaron detrás de las mascarillas.