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¿Quién teme a las brujas y por qué se desató una cacería contra ellas?

La figura de la bruja es algo único en la historia, un ser a caballo entre la mitología y la realidad. ¿Qué podemos saber de estas mujeres?
¿Quién teme a las brujas y por qué se desató una cacería contra ellas?
'Vuelo de brujas', pintura hecha por Francisco de Goya en 1797Museo del Prado
Patricia González

Desperta Ferro Ediciones Creada:

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Su imagen no es algo medieval, ni tampoco la caza de brujas. Al final, la Edad Media, como siempre, se lleva la peor parte en el imaginario colectivo. La creencia en que las personas podían usar y causar daño mágico existe desde el principio de los tiempos, y en Roma ya encontramos criaturas parecidas. Estas eran unos seres en el límite entre lo humano y lo divino, desde hechiceras Medea o Circe, hasta brujas literarias como Ericto, que se recogía el pelo con serpientes y podía hacer hablar a los muertos, o las que describe Apuleyo, que podían transformarse en búhos o convertir a sus amantes infieles en castores. De hecho, en la Edad Media se pensaba que la brujería no existía, que los demonios (que se habían hecho pasar por dioses en época clásica) engañaban a las mujeres, crédulas y un poquito malvadas. Y sí, creían que era algo femenino porque ¿quién si no una naturaleza débil iba a caer tan fácilmente en las garras de Satán? Así pues, la legislación medieval, como el Canon Episcopi, lo que castigaba era la creencia en la brujería, no a las brujas. Sin embargo, al final de este periodo, todo cambió. La histeria colectiva contra la brujería se desató durante la Edad Moderna, una época azotada por las guerras de religión y las consecuencias climáticas de la llamada Pequeña Edad del Hielo.

La caza de brujas

Y aquí viene el segundo mito, el del control absoluto y la iniciativa de la Iglesia en la caza de brujas. En realidad, aunque evidentemente es una persecución religiosa, que tenía que ver con los cambios y conflictos sociales y religiosos, muchas veces fueron las autoridades civiles las que iniciaron la persecución. Asimismo, el principio de la caza tiene mucho que ver con los cambios climáticos que hicieron crecer los miedos y la miseria. También con cuestiones económicas; Matthew Hopkins (c. 1620-1647), por ejemplo, uno de los más famosos cazadores de brujas ingleses, no solo se inventó que el parlamento le había concedido dicho título, sino que cobraba a las comunidades por su labor, por lo que le convenía exacerbar esas creencias. De hecho, el libro fundacional de una nueva creencia en la brujería diabólica, el Malleus Maleficarum, ni siquiera fue aprobado oficialmente.
Esto nos lleva a otro mito, el de la homogeneidad. Cuando nos remitimos al imaginario colectivo, las películas o series, la caza de brujas aparece como algo común y normalizado. Ahora bien, aunque el miedo al daño mágico estaba extendido, los episodios de juicios colectivos y de grandes números de muertos (o muertas, si nos atenemos a la mayoría de víctimas), fueron mucho más locales de lo que solemos creer. El centro y norte de Europa tuvieron más juicios que el sur, pero aún dentro de esos territorios, algunas regiones o ciudades, como Eichstätt o Tréveris acapararon un gran número de muertes respecto a otras zonas vecinas.
En España, donde la caza de brujas tuvo muy baja intensidad, se dieron situaciones particulares, como la figura de los saludadores, hombres con poderes mágicos curativos avalados por la Inquisición, o la compleja relación con las creencias americanas, que hizo de la coca una invitada especial en muchos juicios por brujería. Uno de los casos más conocidos fue el de Zugarramurdi, en 1610, que acabó con seis personas ejecutadas y casi veinte más condenadas. Este juicio colectivo, azuzado por la persecución en Francia, se topó en cambio con la incredulidad de la Inquisición española, que envió a Alonso de Salazar y Frías a revisar los procesos locales. Su investigación permitió a los afectados recuperar su reputación y solicitar indemnizaciones y reparaciones, y prácticamente acabó con los procesos por brujería en España.
Tampoco las acusadas de brujería eran mujeres sabias y poderosas, perseguidas por ello. En muchos casos fueron mujeres en una situación vulnerable (ancianas, mujeres excéntricas, niñas...), que sufrieron la maledicencia de sus vecinos o las delaciones desesperadas entre torturas. Fueron víctimas propiciatorias de una misoginia imperante en su época.
El último mito, quizás, conectado con esa atribución de «medieval» a todo lo malo que sucede en la sociedad, es que la caza de brujas es cosa de pasados oscuros. En realidad, aunque en el siglo XVII disminuyó la intensidad de la caza de brujas, las últimas ejecuciones en Europa tuvieron lugar en plena era de la Ilustración. Anna Göldi, la que se considera la última bruja ejecutada en este continente, lo fue en 1782. Pero es que, además, en el mundo sigue habiendo caza de brujas. En países como el Congo, Tanzania o Papúa Nueva Guinea, sigue habiendo linchamientos y persecuciones.
Portada de 'Brujería', el número 59 de 'Arqueología e Historia'
Portada de 'Brujería', el número 59 de 'Arqueología e Historia'Desperta Ferro Ediciones

Para saber más...

  • 'Brujería' (Arqueología e Historia n.º 59), 68 páginas, 7,50 euros.