Cultura

El libro de cabecera

Patricia González Gutiérrez: «En Roma, a las mujeres se las educaba para ser nadie»

Pese a que ni siquiera tenían derecho a un nombre propio, la historiadora revisa en «Soror» el desconocido pasado femenino del Imperio romano

Metrodora es la autora del texto médico más antiguo escrito por una mujer
Metrodora es la autora del texto médico más antiguo escrito por una mujerlarazon

Patricia González Gutiérrez sospecha de las fuentes: «Nunca son inocentes y, menos aún, las romanas. No pretendían ser objetivos», asegura. Por ello se propuso rellenar un vacío, el de la historia de las mujeres, con un libro que rescatara a todas esas protagonistas desconocidas que también pusieron de su parte para que Roma se convirtiera en un gran imperio; y pese a que no tuviesen ni nombre propio, al contrario que los hombres, pues «todas las hermanas de una misma familia se llamaban igual». Así nace «Soror», un título que rebusca en los escritos para recuperar hasta invitaciones de cumpleaños de hace 2.000 años: «Te esperaré, hermana» («Sperabo te, soror»), se recoge.

–¿Es este ensayo un acto de justicia histórica?

–Sí, de apertura más bien. Llevamos años reivindicando la historia de las mujeres lejos del punto de vista androcéntrico. Hace falta más divulgación y que realmente lleguemos a considerar la historia de las mujeres como una parte sustancial del pasado de todos. Es un acto de realidad. Cuando se habla de las batallas, todo el mundo las considera propias, pero no ocurre lo mismo con la parte femenina. Y eso hay que romperlo. No creo que todo se logre con mi libro, pero puede ayudar en algo.

–¿Cómo se llega hasta todas esas figuras desconocidas?

–Es fácil y difícil. Existen cantidad de datos en las fuentes, aunque hay que buscarlos. Creemos que leemos lo que está escrito y no es así, leemos lo que queremos.

–¿Ha sido falta de interés?

–Sí, una ceguera involuntaria, o voluntaria. No ha interesado, al igual que la historia de los niños o del mundo LGTBI. No es casualidad que, con toda la información que hay en Grecia sobre la homosexualidad de entonces, no se haya empezado a hablar de ello hasta finales del siglo pasado. Cuando se busca, se encuentra. En las fuentes existen médicas, bibliotecarias, esclavas, emperatrices...

–¿Qué le ha sorprendido más?

–Aspectos que se consideraban un tabú, como que las mujeres sacrificaban animales y las representaciones de parejas femeninas. Pequeños detalles de transgresiones que habían quedado ocultas. Las vidas de las emperatrices y de las grandes mujeres sí se conocían, pero, como ocurrió con Cleopatra, son ejemplos de poder bastante tergiversados. Los historiadores vivimos en nuestra burbuja y nos sorprende ver cómo en poco tiempo se puede cambiar un concepto. Ahí está Livia: todo el mundo tiene en la cabeza su imagen en «Yo, Claudio», una manipuladora, pero no se cuenta que era una muchacha que antes de los 18 años se había casado dos veces, que huyó exiliada, que tuvo dos hijos y hasta un aborto que la dejó estéril para siempre. Y eso cambia las cosas.

–¿Fue, sin embargo, la sociedad romana más avanzada de lo que pensamos?

–Tenemos una convicción lineal de la Historia y pensamos que los derechos se ganan y ya no se pierden, que se va de lo más retrógrado a la luz, y no es así. En Roma, las mujeres tenían mucha agenda social, igual que en la Edad Media. Un aspecto que se perdió durante el Renacimiento. Si solo se hubiera estudiado la historia de las mujeres, el Medievo sería luminoso y la Ilustración una época terrible y represiva. Solo hay que pensar que en la Edad Media las mujeres tenían voto en los burgos y, en Roma, podían acceder a cualquier oficio, algo que no era posible en el siglo XVI porque necesitaban un título universitario. Todo ello debería prevenirnos para mirar el futuro.

–¿Es un libro polémico?

–Son muy tristes las obras que no despiertan preguntas y no hay nadie encendidamente a favor o en contra. Ojalá sea polémico.

–¿Son las mujeres «hombres a medio cocer»?

–Lo decían en Grecia y Roma. Se tuvo el concepto de que existía un solo cuerpo, el del hombre blanco de clase media, que es el modelo que todavía seguimos teniendo. Y, para explicar la diferencia, se afirmaba que las mujeres estaban a medio cocer, literalmente, porque no se habían logrado calentar suficiente en el vientre materno, una especie de horno de pan, y que habían salido defectuosas. Motivo por el que se explicaba la regla y la debilidad femenina.

–¿Existía la sororidad?

–No demasiada. Es un concepto moderno. Sí la fraternidad, pero el estatus prevalecía frente al género. A la mujer se la educaba para que le importase la comunidad y su clase antes que otras mujeres. No se las dejaba pensar. Se las educaba para ser nadie. Nunca reconocerían como igual a una extranjera.

–Tampoco los hombres...

–Ellos sí tenían el concepto de individualidad y se reconocían como grupo. Las mujeres no, aunque podamos encontrar algún chispazo.ç

Patricia González Gutiérrez: «En Roma, a las mujeres se las educaba para ser nadie»
Patricia González Gutiérrez: «En Roma, a las mujeres se las educaba para ser nadie»Desperta Ferro
  • «Soror» (Desperta Ferro Ediciones), de Patricia González Gutiérrez, 268 páginas, 23,95 euros.

PROVOCADORA Y FUNDAMENTAL

★★★★★
Por David Hernández de la Fuente
Los estudios dedicados a la Historia antigua se han ido renovando desde la primera ola del feminismo, en la década de los años 70 del siglo XX, hasta la actual perspectiva de género. Al hilo de otras tendencias, desde la microhistoria a la «history from below», se ha querido trazar la peripecia histórica de grupos normalmente dados de lado en la gran Historia evenemencial, política y de instituciones. En el caso de las mujeres, salvo notables excepciones (Hatshepsut, Aspasia, Livia, Zenobia, Teodora…), la historia antigua nos ha hurtado tradicionalmente sus voces. Un ejemplo son obras como la de S. Pomeroy, D. Shaps, F. Zeitlin, J. J. Winkler, E. Cantarella y N. Rabinowitz, entre otras, que han explorado la perspectiva feminista. Uno de los aspectos más interesantes es la imagen de la mujer en las fuentes literarias, como estudió de forma pionera Carlos García Gual (1991). Y es que en nuestro país existe una gran escuela de género en la antigüedad, como muestran las excelentes investigaciones de Ana Iriarte, Rosa Cid, Susana Reboreda o Rosa Sanz. Ahora tenemos el magnífico trabajo de una joven investigadora, Patricia González Gutiérrez, que a la sazón pertenece al grupo Barbaricum de la Universidad Complutense de Madrid, dirigido por la profesora Sanz, como ejemplo de buen hacer histórico y de la mejor aplicación de los estudios de género. Su libro «Soror. Mujeres en Roma» es un estudio actualizado y de amplia mirada que toma el pulso a la visibilidad e invisibilidad de la mujer en la antigua Roma desde los parámetros de género en busca del no-lugar femenino en el sistema romano y de las narrativas de la mujer en la religión, la maternidad, la educación, la política y las artes. Así, la autora nos pone de frente con nuestra propia realidad, heredada de Roma, y presenta un apabullante recorrido por una polifonía de féminas con tono narrativo y ágil, así como de forma provocadora, inteligente y que no dejará indiferente a nadie. Todo ello unido a un admirable manejo de las fuentes documentales consultadas y de la literatura secundaria que ha manejado, de lo cual resulta una obra que se me antoja ya fundamental para todos los lectores y los historiadores interesados en esta cuestión.

▲ Lo mejor

El análisis que hace del pasado y el fresco polifónico de mujeres que ofrece en sus páginas.

▼ Lo peor

En obras tan excelentes quedan siempre ganas de que el estudio resulta más amplio.