Mujeres desconocidas

Zheng Yi Sao, la mujer pirata más temible

Con su flota, puso en jaque a la Armada imperial china tras obtener el control de miles de kilómetros de mar, de Corea a Malasia, gracias a las 1.500 embarcaciones que obedecían sus órdenes

Imagen de Zheng Yi Sao en "Doctor Who", de la BBC
Imagen de Zheng Yi Sao en "Doctor Who", de la BBCLa Razón

Si se habla de piratas, dentro del imaginario colectivo aparecen nombres de temidos aventureros: Barbanegra, Bartholomew Roberts o William Kidd. Si a eso se le une un personaje femenino chino, seguro que Mulán aparecen en la mente. ¿pero la combinación de ambos, es decir, una mujer pirata china? Parece un cuento chino. Sin embargo, en múltiples ocasiones la realidad supera a la ficción. Shi Yang se convirtió, por unión del azar y la estrategia, en una de las figuras más importantes de los anales de la historia pirata: 400 juncos (embarcaciones asiáticas con velas plegables horizontales), y hasta 60.000 miembros a su cargo. Sus órdenes fueron acatadas con autoridad, sembró el temor y desató el caos entre las rutas comerciales internacionales, hasta tal punto que su leyenda sigue surcando los mares de China. Pero la historia no comienza así. Rebobínenos un poco en el tiempo.

Nacida en la provincia de Guangdong alrededor de 1775, Shi Yang no comenzó su vida como líder pirata. Poco se sabe de su infancia, pero, al igual que Catalina de Erauso, se sirvió de diferentes nombres para sobrevivir: nacida como Shi Yang, uso otros como Zheng Shi, Cheng I Sao, Ching Shi, Shi Xianggu, Shek Yeung, Shih Heang Koo, etc. De belleza inigualable, compartió el destino de otras mujeres cuando su entorno no era el adecuado (ni el privilegiado): trabajar como prostituta en un burdel. El pirata Zheng Yi se enamoró de su astucia, quien la seleccionó como su esposa. La condición que ella impuso —compartir al 50% el botín y el mando— estableció las bases de su futuro imperio.

Sin embargo, esta vida de pillaje la llevó por un camino que no esperaba, pero que se ajustaba a ella como un guante de seda. Se convirtió en una líder para los marineros. Su código de conducta dentro de la flota imponía duras sanciones, incluida la pena de muerte, para quienes violaban sus leyes. Desde la prohibición de la violación de mujeres prisioneras hasta la organización meticulosa del botín, pasando por el desembarco no autorizado, Zheng Yi Sao mantenía el orden con mano firme. Era necesario imponer la norma entre los 200 barcos iniciales de los que su marido disponía, ya que las segundas oportunidades no estaban admitidas a bordo. Usualmente los barcos atacaban zonas costeras, saqueando pueblos de marineros y campesinos. Pero los habitantes de pueblos costeros abandonaron sus tierras bajo derecho imperial, lo que provocó que comenzaran a asaltar barcos dentro de las rutas marítimas internacionales. Su flota se expandió hasta alcanzar las 1500 naves gracias a alianzas entre diferentes piratas, las cuales se distribuían por colores. Toda bandera con una serpiente rodeada de rojo, verde, amarillo, violeta o negro perteneció a Madame Tsching. El sueño de ambos era el unir a todos los piratas de la región, eliminando la competencia y maximizando los beneficios. La Flota (en su caso, la de la Bandera Roja) se convirtió en un poderoso ejército independiente, que ejerció el terror y fue imparable.

La muerte llegó a Zheng Yi en 1807, con 42 años en un naufragio en la costa de Vietnam. Para asegurar su legado, y para evitar a la vez un posible golpe “de estado pirata”, Madame Tsching se casó con el hijo adoptivo de su marido, Zhang Bao, declarándole líder directo de las tropas y legítimo heredero. Esta alianza estratégica llevó a Ching Shih a poseer el control de kilómetros de mar: desde las costas de Corea hasta Malasia, la pirata controlaba todo tipo de barco, botín y acuerdo que allí se producía. Pero la creciente amenaza de Ching Shih no pasó desapercibida para el emperador Jiaqing, quien envió una armada imperial comandada por el almirante Kuo Lang para eliminarla,

pensando que la escolta imperial frenaría a los piratas. Sin embargo, en lugar de esconderse o huir, la armada de Ching Shih enfrentó a la armada imperial. La batalla fue enfurecida, perdiendo casi todas las naves de la flota Imperial. El resto se unió a las filas de la bandera roja bajo coacción. Incluso contra fuerzas inglesas y portuguesas, la Flota de la Bandera Roja continuó desafiando a la coalición durante dos años. Ante la persistente resistencia, el gobierno imperial se vio obligado a ofrecer una amnistía, debido al agotamiento extremo de sus recursos. Ching Shih aceptó en 1810, pidiendo el perdón no suyo, sino el de su propia flota. Fue un gesto digno y honroso, que revela a Ching Shih como una mujer con un código de conducta estricto hasta el final. Esto llevó al gobierno a perdonarla, firmando tanto su propio perdón como el de su armada, dejando que montara un burdel y una casa de apuesta. Murió con 69 años, volviendo a sus orígenes, pero creando no un cuento chino, sino una leyenda/pero creando un legado que perdura como un recordatorio poderoso de una mujer que navegó contra la corriente de un imperio.