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Jacques Audiard conquista el lejano Oeste

El realizador presenta la bella «The Brothers Sisters», un «western» con mucho sentimiento y Joaquin Phoenix, y Pablo Trapero divierte con «La quietud».
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El realizador presenta la bella «The Brothers Sisters», un «western» con mucho sentimiento y Joaquin Phoenix, y Pablo Trapero divierte con «La quietud».
Ayer, en la Mostra, coincidieron dos películas sobre familias disfuncionales marcadas por una relación fraternal más fuerte que la sangre. En la extraordinaria «The Brothers Sisters», que compite por el León de Oro, Jacques Audiard retoma el pulso de sus mejores títulos («De latir mi corazón se ha parado», «Un profeta») para contar la historia de dos hermanos (Joaquin Phoenix y John C. Reilly) que se ganan la vida como sicarios en el lejano Oeste. Y «La quietud», desaforado folletín de Pablo Trapero, dos hermanas acaban siendo el pilar más sólido de una familia monstruosa.
Fue en 2011 cuando la productora de John C. Reilly compró los derechos de la novela de Patrick DeWitt para llevarla al cine. En ella encontramos el ADN del cine de Audiard, o al menos el de uno de sus personajes arquetípicos: el de un hombre que quiere huir de la violencia que le circunda pero que no puede evitar caer en ella, es la genética quien manda.
Amor masculino
El filme es un western que evoca los modelos revisionistas de los setenta –de «La balada de Cable Hogue», de Peckinpah, a «Los vividores», de Altman–, Audiard demuestra que es un cineasta de los gestos y los afectos: mientras atraviesan los paisajes clásicos del género, lo que cuenta aquí es la intimidad fraternal, el cariño que se profesan dos hombres antitéticos, el placer por definir a un personaje (el de John C. Reilly en uno de los mejores trabajos de su carrera: le basta una mirada para que sintamos su anhelo de un hogar en paz) a partir de un detalle tan banal como un cepillo de dientes o una manta roja.
Los hermanos Sisters representan el salvaje Oeste. Los dos hombres a los que persiguen (Jake Gyllenhaal y Riz Ahmed) simbolizan la utopía de una democracia posible en una tierra por conquistar. Funcionan como reflejo especular de los asesinos, son su contraplano, les une también una intensa corriente de afecto. Cuesta recordar un western reciente donde el amor masculino esté tratado con tanta sensibilidad. Es esta una hermosa película humanista, tierna sin renunciar a sus asperezas: abundan los tiroteos, las secuencias violentas e incluso desagradables. ¿Imaginan lo que les puede ocurrir si, mientras duermen, una araña se mete en su boca? De arañas venenosas, aun en sentido figurado, también habla «La quietud». Presentada fuera de concurso, la película de Pablo Trapero empieza a fuego lento, con el infarto del patriarca de una familia adinerada y la vuelta a casa de la hija mayor (Berénice Bejo) a la portentosa hacienda del clan. Allí vive la madre (perturbadora Graciela Borges) y la hija menor (Martina Gusman). A las hermanas las une una relación casi incestuosa, o al menos es lo que podemos deducir de su primera noche juntas en la casa, con masturbación mutua incluida. Trapero pone un pie en el melodrama trágico y el otro en el folletín desfasado, autoconsciente en su acumulación de sórdidos incidentes. El resultado es bastante divertido, aunque la materia con la que trabaja no lo sea en absoluto. En el fondo del lodazal están, cómo no, los cadáveres de los desaparecidos, los esqueletos en el armario de toda una clase de caciques y terratenientes que sigue viviendo de las rentas de la tortura. Esta podrida familia es, claro, una metáfora de una Argentina de pesadilla.
La América de Trump
La América de Trump no le va a la zaga. En un principio, el italiano Roberto Minervini quería rodar un documental sobre el blues. Por ello empezó a frecuentar el bar de Judy Hill, en el peligroso extrarradio de Nueva Orleans. Lo que allí se encontró fue un ágora, un espacio de debate donde los afroamericanos del distrito exponían sus problemas y pedían ayuda. La realidad empezó a imponerse, y así nació «What You Gonna Do When the World is On Fire», en la gente del barrio –la citada Judy y su madre; un adolescente y su hermanastro; los miembros del nuevo partido de los Black Panthers– demuestran hasta qué punto el miedo al hombre blanco es lo que ha marcado su destino como comunidad. Como en «The Other Side», los métodos de Minervini parecen nacer al amparo del cine-directo, pero algo fundamental le diferencia de la filosofía de trabajo de, por ejemplo, Frederick Wiseman, más allá de las buenas intenciones que traslucen su defensa del activismo político y su pasión por dar voz a los que son silenciados por el sistema. El estético blanco y negro y una composición demasiado plástica acaban por convertir en artificio lo que debería fluir como incontinente realidad.