Javier Álvarez y Luis Fernando Rodríguez: «Ya no quedan jueces estrella»

«La última trinchera» (Planeta) ahonda en la faceta personal de nueve de los jueces más mediáticos.

Detrás de las togas hay personas. Dos periodistas baqueteados en la información de tribunales –Javier Álvarez y Luis Fernando Rodríguez– se encargan de recordárnoslo en «La última trinchera», nueve autorretratos de otros tantos magistrados protagonistas, a menudo a su pesar, de algunos de las investigaciones judiciales con más polvareda mediática.

–J. A.: Ya no hay jueces estrella ni casos estrella. Se ha cambiado el modelo, ya no es denostar a alguien llamándole juez estrella; ni siquiera el imputado es la estrella, es el caso en su conjunto y el combate de los jueces contra la corrupción y la desigualdad.

–L. F. R.: Es el principal valor. Lo que han aceptado los jueces que protagonizan este libro es autorretratarse, contar a la sociedad quiénes son, de dónde vienen, qué es lo que hacen, cómo y, sobre todo, por qué. No se trata de una rendición de cuentas, pero sí han aceptado someterse a un escrutinio público, en su condición de protagonistas de la actualidad, para que la sociedad conozca quiénes son.

–Hay un hilo conductor en todos estos perfiles: ninguno es un juez vocacional, todos llegan a la carrera judicial de manera casual y alguno reconoce que lo que le interesaba era asegurar un sueldo. Y, pese a ello son gente que cuando llega a su despacho decide comprometerse con la función que han asumido.

–J. A.: Puertas cerradas, muy pocas; entreabiertas, algunas. Con todos hemos tenido conversaciones, salvo con Alaya, pero las tuvimos con personas de su entorno, con su consentimiento.

–L. F. R.: Es verdad que lo rechazó, pero no ha movido un solo dedo para entorpecer nuestro trabajo.

–J. A.: Se ha avanzado muchísimo. El grado de confianza es cada vez más importante. Las relaciones van cada vez a mejor, pero queda muchísimo camino por andar.

–J. A.: Es verdad que han recibido presiones, aunque a veces sea de forma muy sutil, y lo confiesan en el libro. Pero todos asumen que se superan porque va en el sueldo y coinciden en que no se han visto superados por esa presión.

–L. F. R.: Es uno de los problemas que afronta la imagen de la Justicia. El problema de origen es que es la clase política se ha acostumbrado a trasladar sus conflictos al campo judicial. A partir de ahí, el empeño de los medios en ir etiquetando a los jueces ensucia su imagen.

–L. F. R.: Sobre todo ese gesto de ponerse frente a la sociedad. Es un sano ejercicio de transparencia. El mérito del libro es de los propios jueces, que han aceptado desnudarse en público.

–L. F. R.: Sí, es inevitable, porque salvo en el caso de Alaya a todos, más o menos, ya los conocíamos. Y como el objetivo era hacer un autorretrato de esos jueces, lógicamente ellos hacen un retrato amable de ellos mismos, lo que genera cierto síndrome.

–J. A.: No exactamente el síndrome de Estocolmo, pero sí que después de muchos años entiendes mucho mejor su trabajo y a veces justificas ciertas cosas.

–J. A.: No, ninguno.

–L. F. R.: Me gustaría que lo leyesen con atención y cariño el ministro de Justicia, el presidente del Consejo del Poder Judicial y el presidente del Gobierno.

–J. A.: A toda la Administración de Justicia, y al Consejo del Poder Judicial especialmente.

–Muchos desconocidos. Nos gustaría que también estuviesen o al menos que se sientan reflejados en el libro.

–J. A.: Somos fiscalizadores de lo que se hace dentro de la trinchera. Contribuimos, para bien o para mal, a que se conozcan los casos, a que los jueces tengan notoriedad y a que el público sepa que de verdad se está haciendo algo con sus impuestos.

–J. A.: Sí. España tiene los jueces que se merece, pero faltan más. Como en todo colectivo siempre puede haber una oveja negra, pero en general es así y lo están demostrando los datos.