Johnny Cash, 50 años de su paso por San Quintín
Se cumplen 50 años de la publicación de «Live at San Quentin», el álbum con el que el intérprete se convirtió en leyenda de la música americana.
Se cumplen 50 años de la publicación de «Live at San Quentin», el álbum con el que el intérprete se convirtió en leyenda de la música americana.
Johnny Cash penetró las puertas de la cárcel de San Quintín como una estrella y salió de ellas como un mito. Ahora se cumplen 50 años desde la publicación del álbum que marcó un hito en la historia de la música, una grabación que todavía hoy estremece. Habían pasado muchas cosas en los 14 años que Cash llevaba en el negocio de la música. Ya no era aquel muchacho arrogante que en 1955 se presentó en las oficinas de Sun Records para dibujar un modelo de canción americana como no se había hecho antes. Tampoco era aquel tipo que a comienzos de los 60 tenía enormes problemas para controlar su irascible temperamento agudizado por el desbocado consumo de anfetaminas. Y tampoco era el hombre zarandeado por el negocio y los buitres que se aprovechaban de su talento y voluntad de trabajo. Pero sí seguía siendo el mismo rebelde e inconformista. El mismo que apoyó con valentía el desarrollo del «nuevo folk» generado en el Village neoyorquino y a una generación emergente de cantautores. El mismo que defendió a Bob Dylan de las críticas sufridas por parte de los sectores más conservadores –casi todos– de Nashville y el country tradicional. El mismo que asumió riesgos tanto en su vida como en su carrera.
Regresó de las drogas, se abrazó a la religión y volvió con mayor fuerza a finales de los sesenta. Para cuando entró en San Quintín, llevaba la impresionante cifra de 30 discos publicados. Y estaba en un momento culminante de su vida profesional. Un año antes había grabado su primer disco de cárceles, «Live at Folsom Prison», saludado como un hito, y el siguiente sería el de San Quintín, la de máxima seguridad de San Francisco. Contaría con una audiencia de un millar de reclusos y millones en sus casas. La grabación del disco recoge toda la grandeza de Cash. No fue tanto la calidad de la interpretación –varias críticas le acusaron de cantar fuera de tono en algunas ocasiones y con una voz desgastada–, sino la química que desprendía la actuación. Casi cada frase era saludada por la audiencia con vítores y palmas. Cash era el dueño de la escena, como ese buen domador que no necesita un látigo para controlar al leopardo. Era el gigante, su voz de barítono y su impresionante carisma. El rey dirigiendo el campo de batalla desde lo alto de la colina.
El disco original incluía 10 canciones y llegaría a ser triple platino. Sin embargo, apenas abarcó la mitad del concierto. En 2000 se publicaría una mejor versión, con 18 , aunque tampoco incluía el «show» completo. Durante el mismo hubo problemas con la grabadora y algunos temas quedaron cortados en el cambio de cinta.
Primera vez de un himno
De cualquier forma, lo que hay es fascinante. El disco original arrancaba con una canción inédita de Bob Dylan, «Wanted Man», un título más que apropiado para conquistar desde el comienzo a la audiencia que tiene delante de él. También recuperaba clásicos como la trepidante «Big River» o esa maravilla que siempre fue «I still miss someone», ambas de la época de Sun. Estrenó entonces la característica «San Quentin», que tuvo que hacer dos veces a petición del personal. Y también cantó por primera vez uno de sus himnos, «A boy named Sue», ganador de un Grammy a la mejor interpretación vocal. Qué canción aquella... Escrita por el poeta y humorista Shel Silverstein, cuenta la historia de la búsqueda de un padre por parte de un joven que clama venganza: le abandonó a los tres años y le puso el nombre de «Sue», asociado a una mujer. Sufre burlas y acosos, debe escapar de la vergüenza y jura que lo matará por darle «ese horrible nombre». Sue le localiza en una taberna en Gatlinburg, Tennessee, y le grita: «¡Mi nombre es Sue! ¿Cómo estás? ¡Ahora vas a morir!». Ambos pelean hasta la extenuación y con los dos caídos el progenitor le ofrece al hijo la razón del nombre: se lo puso para endurecer su carácter. Sue hace las paces con su padre y se reconcilian y el muchacho se marcha con la promesa de llamar a su futuro hijo «Bill o George, cualquier nombre menos Sue». La interpretación de Cash es memorable. Acompañado por la deliciosa guitarra de Carl Perkins, utiliza el llamado «spoken-word», un recitado con ritmo, para narrar con tremenda personalidad la singular historia entre la aclamación de los reclusos. Lo increíble es saber que cantaba la canción por primera vez en directo y leyéndola en un atril.
El concierto fue filmado para Granada Television y permite comprobar todo lo que era Cash y su terrorífico carisma. También su estilo y su forma de cantar. Y las cámaras también captan las reacciones de los reclusos, toda la atención que ponen en las palabras del cantante, toda la tristeza y alegría de sus rostros al oír cada verso. La actuación dejaría otra imagen para el recuerdo, una de las fotografías más icónicas del rock and roll, la de Johnny Cash mostrando su dedo corazón a la cámara en un gesto de furia. Fue porque las cámaras de televisión molestaban y no dejaban ver a los reclusos, lo que enojó al artista.
El disco incrementó exponencialmente la popularidad del intérprete, que ese mismo año estrenaría en televisión un programa propio, «The Johnny Cash Show», un éxito durante los casi tres años que estuvo en antena. Sería un altavoz para todas las corrientes musicales, a las que Cash siempre estuvo muy atento, y por allí pasó gente tan diversa como Louis Armstrong, Bob Dylan, Neil Young, Joni Mitchell, Derek & The Dominos, Ray Charles, Neil Diamond y muchos más.
Siguieron bastantes más discos, más giras, el decadente olvido y la posterior resurrección, ya en la década de los 90, cuando grabaría junto al productor Rick Rubin sus famosas «American Recordings». Fue su memorable legado final antes de morir el 12 de septiembre de 2003 por diabetes. También dicen que falleció de pena, cuatro meses después de la desaparición de su mujer, June Carter. Grabó hasta sus últimos días, hasta que no pudo más.
«Lisa y llanamente, Johnny era y es la estrella polar: te orientaba al navegar. El más grande de los grandes, entonces y ahora», escribió Dylan a su muerte. Y añadió: «Johnny se eleva muy alto sobre todas las cosas y nunca morirá ni será olvidado por nadie, ni siquiera por los que aún no han nacido. Especialmente por los que aún no han nacido. Y así será por siempre». Por ejemplo, por cosas como San Quintín.
En busca del tesoro
Cash y Dylan (en la imagen) forjaron una gran amistad y se profesaron una admiración mutua. En 1963, Cash ya envió al entonces inexperto Dylan una carta en la que alababa sus composiciones. Y fue en 1969, entre el 17 y 18 de febrero, cuando ambas estrellas se juntaron en los estudios de Columbia para grabar juntos varias canciones. Solo una trascendería, la versión de «Girl from the north country» que Dylan incluiría como apertura de su «Nashville Skyline». Ahora corren fuertes rumores sobre el contenido del próximo «Bootleg Series» de Dylan, la recopilación de sus viejos archivos en lujosas cajas, a una por año. Y dicen que incluirá las sesiones completas grabadas por ambos junto a una banda de temblar: Kenny Buttrey a la batería, Charlie McCoy al bajo, Pete Drake a la steel guitar, Norman Blake a la guitarra, Charlie Daniels al dobro y Bob Wilson al piano. Se supone que grabaron 15 canciones y buena parte de ellas circularon durante muchos años en discos «piratas». Ahora la cuestión es encontrar un mejor sonido y las sesiones al completo. Se calcula que para noviembre, se despejarán las dudas.