Jorge Herralde: "Anagrama fue una máquina de subversión"
En el cincuenta aniversario de la fundación de su mítico sello, reflexiona sobre los nuevos retos del mundo editorial.
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En el cincuenta aniversario de la fundación de su mítico sello, reflexiona sobre los nuevos retos del mundo editorial.
Uno comienza a leer en la biblioteca familiar sin pensar de dónde vienen los libros del anaquel. Solo después toma conciencia de que detrás de cada título hay un editor y que es su gusto, curiosidad y compromiso los que procuran que disfrute de esos autores. Y uno de ellos es Jorge Herralde, fundador de Anagrama, que ahora cumple 50 años y que, en las Conversaciones de Formentor, comenta los desafíos que asoman en el horizonte.
–¿Cuáles son los retos?
–Hay muchos y muy importantes. He estado hablando con Ernesto Franco y le he preguntado por la situación en Italia; cómo está el tema Amazon, que para las librerías es nefasto, y el de la concentración. En EE.UU. hay cinco grandes grupos. En italia, tres y medio; y en España, dos, el mayor grado de concentración en el mundo. Lo que trae consecuencias.
–¿Y las pantallas?
–Un fenómeno que se queda con muchas horas de ocio es Netflix. Por ejemplo, Milena Busquets me dijo que estaba con una novela que le costaba y estaba aplazando, pero me comentó que la pensaba terminar en Semana Santa. Está bien porque la espero con interés. Pero en una entrevista, contaba que pensaba escribir pero que se había pasado todo el fin de semana viendo series en Netflix. Luego están los videojuegos. Antes, a los 18 años, los jóvenes dejaban leer la biblioteca de los padres y se hacían la suya con la enorme oferta de bolsillo. Ahora este tipo de lector, si no ha desaparecido, se ha reducido o tiene biblioteca de cachivaches.
–Anagrama fue una editorial combativa.
–En sus diez primeros años, era una maquina de subversión. Ahí estaba la izquierda antisoviética, extraparlamentaria, Mao, Bakunin, el feminismo, la literatura gay, la contracultura. Disparábamos en muchas direcciones, no solo contra el franquismo, sino también contra el capitalismo... eso duró diez años. Con el desencanto la cosa amainó. Las revistas de la Transición cerraron. Las editoriales combativas, como la nuestra, también publicaban una literatura especial, salvaje y forajida, con Hunter S. Thompso, Bukowski,Vonnegut... hubo un tipo de lector que dejó de leer y se fue a la India en plan «hippioso» o ingresaron en partidos políticos, en plan disciplinado. Pero otros se pasaron a la literatura. Son los que leyeron la colección narrativas e hispánicas.
–¿Es necesaria la paciecia hasta que llega el éxito al autor?
–Kapuscinski tardó siete u ocho años en eclosionar. A Chirbes le sucedió igual y a Vila-Matas, lo mismo. Es importante pero en mi caso la paciencia depende de cada escritor. Los que elegía, porque me gustaban y consideraba que eran buenísimos, vendieran lo que vendieran, los continuaba publicando. De esta manera hemos conseguido notorios éxitos en varias ocasiones a costa de esperar.
–Ahora se requieren resultados inmediatos
–Eso no mola (risas).
–¿Es un error?
–Depende del concepto de editorial. Para mí el deber es publicar los mejores títulos sin bajar la guardia, no buscar el «best seller» facilón y apoyar a los autores al máximo. Así hemos conseguido resultados gratificantes. Después hemos tenido también bastantes «best sellers» inesperados, como Patricia Highsmith, o «La conjura de los necios».
–¿Cómo afecta la política mundial a la lectura?
–La política mundial está tremendamente complicada y no es tranquilizador. El ejemplo es Cataluña. Hay dos millones de personas absolutamente absortas en sus ideales, equivocados o no, pero parece que es inviable o, al menos, se me hace difícil pensar que esas personas estén en su casa tranquilamente durante tres horas leyendo «El hombre sin atributos» de Robert Musil.
–Hoy tienen más predicación los personajes televisivos que los intelectuales.
–Eso supone el empobrecimiento de la vida cultural del país.
–También sufrió la censura.
Tuvimos varios secuestros, nueve. Algunos fueron «merecidos». Uno fue sobre los tupamaros de Uruguay y otros delirantes, como el primer libros de Vicente Verdú, que era totalmente inocuo. Pero el más rocambolesco de la historia de la censura fue el miedo a un prólogo de Manuel Vázquez Montalbán, que tenía un sólido pedigrí, y pensaron, aquí hay gato encerrado y no nos van a colar este balón. Hoy la censura es el mercado, que favorece un tipo de libro más trivial.
–Usted publicó a Bolaño, entre otros. ¿Qué se siente al descubrir un autor?
–Una gran gratificación. La obligación de cualquier editor es la construcción de un catalogo fiable y la mayor satisfacción, aparte de conseguir esa fiabilidad, es el descubrimiento de autores desconocidos o muy pocos conocidos o que han pasado sin pena ni gloria. Enamorarte de ellos, confiar en ellos y publicarlos.