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José Mercé: «Soy un tío normal porque mi madre me parió así»

Es un referente indiscutible del flamenco y aquí cuenta todo lo que le costó llegar hasta la cima
El cantaor José Mercé
El cantaor José MercéGonzalo Pérez MataLa Razón

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José Soto Soto, José Mercé, cantaor, de Jerez. Encaramado a un escenario desde los trece años y universalizando el flamenco como pocos. Con una risa que es un trueno y una voz que es un abrazo, son más de cincuenta sus años cantando. «Ya ha llovido, ya», ríe y es imposible no reír con él. «Empecé con 13 años, con un primer disco con Manolo e Isidro Sanlucar. Y desde entonces no me puedo quejar. Yo he ido subiendo escalones poquito a poquito, a fuerza de trabajo. Pero el balance no puede ser más maravilloso. Estoy muy contento y muy orgulloso de mi carrera y, afortunadamente, aquí sigo. Y con muchas más ganas». Se sabe querido Mercé. Y ese cariño del público no le es indiferente. «Yo tengo la inmensa suerte de sentirme muy querido y muy respetado. Por mi gente, por mi público. Me siento afortunado y eso es muy bonito». Y aunque le cuesta decirlo porque no es José un hombre soberbio, todo lo contrario, él ha abierto puertas en este mundo del flamenco a otros que venían después. Y lo ha hecho sin alardes ni arrogancias, con la humildad, la constancia y el trabajo duro de aquella hormiguita de la fábula de Esopo. «Es verdad que fui el primer gitano en actuar en el Teatro Real, pero ya nadie se acuerda. Ahora ya no es algo extraordinario que eso ocurra, es normal que se programe flamenco allí, e incluso se empezó a hacer una semana del flamenco. Pero en el año 2000, cuando sale el disco “Aire”, tuve la suerte de poder presentarlo en el Teatro Real, donde hasta aquel momento el flamenco no tenía cabida. Fue algo muy especial».
Y no solo por eso es Aire un hito en el flamenco. Además de abrir las puertas del Teatro Real de par en par a esta música, es el disco más vendido de la historia del flamenco. «De los vivos y de los muertos», apunta José. «Nunca un disco de flamenco había conseguido llegar a ser doble platino. Y Aire lo logró. Yo creo», dice, «que a partir de 1998, después de Amanecer, con Aire, Ruido, Lío… Creo que con todos esos discos, y ahora con Oripandó (nombre de su nuevo trabajo y que en caló significa El Sol, o el amanecer de un nuevo día), he puesto mi granito de arena para dar a conocer el flamenco. Creo que he conseguido con ello durante todo este tiempo meter el gusanillo del flamenco a mucha gente. Y a mucha gente muy joven, que nunca antes había escuchado flamenco».
Precisamente ahora, en febrero, empieza de nuevo la gira José Mercé con este Oripandó, arriesgada apuesta en la que, a modo de autobiografía, emprende también el artista un viaje a través del propio flamenco, de la ton y los primeros cantes más profundos a lo más vanguardista. «Pero es que yo siempre he sido muy arriesgado», comenta. «Siempre he hecho un flamenco muy abierto. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que a partir del 98 yo empiezo ya a hacer un flamenco que es muy criticado, y no solo por los “flamencohólicos” (como los llamo yo), sino también por mis propios compañeros. Pero cuál sería mi sorpresa que a los seis meses de estar yo ahí, con un bajo, con un piano o con un violín encima de un escenario, empezaron a hacer todos lo mismo. No estaría tan mal entonces, digo yo».
Y estalla de nuevo el trueno de su risa. «No quiero pecar de presuntuoso, pero Oripandó me parece una gran obra. Estoy muy contento con el trabajo. Es una autobiografía preciosa en la que yo canto y que Antonio Orozco ha escrito. Empezamos con ella el año pasado y seguiremos todo este 2023. La estoy disfrutando mucho y espero que siga siendo así. Y a partir del siguiente año ya iremos pensando en lo nuevo».
Escuchándole reír no resulta difícil imaginarle compartiendo escenario en Japón con el gran Chiquito de la Calzada, quizá la nota más excéntrica de su carrera. «Fueron seis meses divertidísimos», me cuenta. «Lo pasamos muy, muy bien. Estábamos en un tablao en Tokio y Chiquito de la Calzada venía conmigo, de palmero. Mira, había momento que le tenía que decir “vete a acostarte ya, de verdad, y déjanos tranquilos”, porque es que no paraba. Es que Chiquito era así, era tal como lo veías, no es que hiciese ese papel para la televisión. Es que de natural él era así, no que se dedicara luego al humor. Así era todo el día».
Tampoco cambia Mercé, es así de natural y así se presenta. No hay dobleces ni impostura. «Yo es que igual que soy como artista lo soy en la vida familiar. Soy muy normal, no tengo yo historias raras. Soy quizá el antidivo, el antiendiosamiento. Toda esa tontería que a mí no me gusta nada. Yo soy eso en todo caso, el anti. En esas cosas no creo, de los egos y creerte más que nadie. Me parece una tontería. Soy un tío muy normal, pero porque a mí mi madre me parió así. Yo nací así y ya, a la edad que tengo, yo ya no voy a cambiar. Voy a seguir así hasta que me muera». Pocos, si no ninguno, son los escándalos que haya podido dar José Mercé. Y contadas han sido sus polémicas. «Yo es que me dedico a mi cante y a mis escenarios. A trabajar. Que es lo mío y lo que me gusta. Siempre digo lo que pienso y no me preocupa lo que puedan pensar. Nunca me he sentido cancelado, estoy un poco al margen de todo eso porque es que yo, con las redes sociales, me manejo regulín. Yo es que soy poco de eso. Lo mío es el escenario y los teatros, el contacto directo con el público».
Y vamos que si dice lo que piensa. Y bien claro: «Creo que en nuestro país se le hace al flamenco muy poco caso, mucho menos del que se le debería hacer. No se le respeta como se merece. Y el flamenco, yo siempre lo digo, es nuestra música. Es la auténtica marca España. Yo solo canto, eso es lo mío, y no sé qué medidas en concreto se deberían tomar para protegerlo, preservarlo y difundirlo como se debería, pero todos los que están metidos en la cultura, los que mandan en ella, son ellos los que deberían saber lo que hacen y lo que votan. Está todo muy politizado y yo, la verdad, es que nunca me he dedicado ni me he metido en esas cosas». «Que lo mío es el cante», y lo dice con todo su arte. Que no es poco. Y eso no es discutible.
VUESTRA MERCÉ
Por Javier Menéndez Flóres
Hay veces, cuando la tarde se dilata más de lo debido y al diablo le da por incordiar para que no se lo lleven los demonios, en que a José le vuelve el olor punzante de aquellos tablaos en los que empezó a desabrocharse la voz a cambio de su primer dinero. No eran los cuartos sórdidos donde sus antecesores se ganaban unos billetes sobados por un millón de manos y en los que tenían plaza fija los señoritos que sorbían whisky, andaban del brazo de fulanas y despilfarraban altivez y rancia masculinidad, pero tampoco la gloria espacial de un teatro. Solo que ya se sabe que el escalafón cuenta con sótanos y camaranchones, y para hacer las cosas con sentido se debe iniciar el viaje a cualquier parte desde el suelo que lleva al primer peldaño. José rompía por entonces el precinto de la cándida adolescencia y cargaba un equipaje ligero pero prometedor: un rubí en la garganta y un océano de incertidumbre en el horizonte. Y cuando no proporcionaba placer al personal con su arte indiscutible pero aún con margen de mejora, cerraba su boca generosa y observaba. Porque oyó decir a alguno de sus mayores que es desde el silencio y la contemplación donde se aprende a sobrevivir, y esa fue una lección de oro que jamás olvidó.
Y así fueron repitiéndose las estaciones en el calendario, incansables, del frío al calor y vuelta al frío, y conoció a Paco de Lucía y a Manolo Sanlúcar, y a Mario Maya y al bello Antonio Gades, con quien se pateó Europa y América y se doctoró «summa cum laude» en la carrera de cómo hay que comportarse sobre un escenario. Pero algunos hombres nacen señalados y les toca enfrentar tragedias que pesan más que la vida. Esas que congelan el mundo como si un dios veleidoso e insensible lo hubiera puesto en pausa («hijo, te amo tanto…») y que te confinan durante años en un islote aunque te encuentres en el centro del mapa. Pero una mañana, inopinadamente, un sol nuevo te tira de la manga y sin saber muy bien por qué decides hacerle caso. Y cuando te quieres dar cuenta estás otra vez en la batalla, en el tráfago de la rueda eterna. Has vuelto a la vida. Cuesta creer que se debiera a la pura casualidad que el cielo azulísimo que sucedió a aquellas tinieblas llevase por título «Del amanecer…”». Ese disco, una alhaja labrada con su voz poderosa y la guitarra con alas de Vicente Amigo, nació ganador en ventas y metió a aquel resucitado en el Teatro Real, cual prima donna. Solo que en su caso sin afectación ni endiosamiento, porque esas son taras que José desconoce. Y vino luego «Aire», con el que dobló el platino y se asentó en la cima. Y va el tío y llena el Royal Albert Hall (seis mil guiris levitando como si fueran de ácido hasta las cejas) a las diez de la noche, que es como reventar un recinto en Madrid a las cinco de la madrugada.
Pero si, pese a todo lo logrado, le preguntas qué es la gloria, la imagen que visualiza es la de Marcelo levantando la decimocuarta en París. Aquello fue como si los arcángeles bajaran del cielo para mezclarse con los que caminan y caen. Y no hubo en el planeta en que se convirtió Madrid, bengalas ni confeti suficiente para celebrar la imposible gesta. Solo que esto no va de fútbol, señores, sino de un arte magno llamado flamenco. Y quien escuche ejercitarlo, poniendo en ello su total atención, a José Mercé, sabrá que la felicidad puede entrar por los oídos y revolotear en el pecho como un pájaro reciente. A eso se le llama genio. Y hay que descubrirse ante él en señal de respeto. Salve, maestro.