Juan Gabriel Vásquez: “La intolerancia surge en la sociedad cuando se pierde la literatura”
Diecisiete años después de su primer volumen de relatos, el autor regresa a este género con «Canciones para el incendio», una colección de historias de fuerte acento vivencial donde rompe las reglas del cuento.
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Diecisiete años después de su primer volumen de relatos, el autor regresa a este género con «Canciones para el incendio», una colección de historias de fuerte acento vivencial donde rompe las reglas del cuento.
J. ORs - Juan Gabriel Vásquez regresa a la orilla del cuento con «Canciones para el incendio» (Alfaguara). Nueve relatos de acento vivencial que honran aquella máxima de Ernest Hemingway que defendía irrigar la escritura de experiencias propias y que animaba al norteamericano a salir a la calle y zambullirse en la realidad. Juan Gabriel Vásquez ha tejido un mosaico de historias, marcadas por la violencia, que arrastran la impronta de sus experiencias, pero que también aspiran a romper las normas del género para explorar nuevos caminos.
–¿Esta obra parte de la propia experiencia?
–Giran alrededor de una vivencia. En algunos casos, el narrador se identifica con Juan Gabriel Vásquez y ha pasado por las mismas cosas. Son momentos que por alguna razon me dejaron un poso de inquietud. El cuento es el intento de explicar por qué me afectaron esas experiencias de una manera impredecible. En ocasiones son anécdotas frívolas, que me dejaron una zozobra que solo resolví escribiendo el cuento. Con ellos he tratado de averiguar qué fantasma me molestaba.
–Usted se incluye.
–Es un ejercicio confesional, un exorcismo, una forma de liberar demonios. También, una estrategia narrativa para mantener al lector atento hacia lo que es verdad y ficción.
–Nacen de una inquietud.
–Surgen de una pregunta sin respuesta, de una deuda, de una inquietud alrededor de una emoción. El escritor trata de fijar esta emoción o revelación en un cuento para entenderla.
–Los secretos son también muy importantes.
–Todos los cuentos tratan de descubrir la vida oculta de los demás. La estrategia es que una persona investiga lo que otra oculta. En todos existe una exploración de los secretos de las vidas íntimas, que es lo más preciado de una persona, aquello que se cuida celosamente, lo más preciado de una vida.
–La gente airea hoy la parcela de lo íntimo en internet.
–Es un exhibicionismo de nuestro tiempo. Una característica de nuestro tiempo que para mí se opone a la literatura. Las redes sociales apelan al narcisismo, a un espacio público, mientas la literatura es un espacio privado pero que, paradójicamente, conduce al interés por el otro. Es como si la literatura estuviera enfrentada a esos intereses. Con las redes sociales parece como si este aspecto de la literatura comenzara a quedar arrinconada.
–Eso no es bueno.
–La salud de una democracia se mide por la salud de la escritura de ficción y la importancia que la ficción tenga en la vida de los ciudadanos. La ficción es una construcción que nos permite acercarnos al otro, que construye tolerancia y empatía de una manera irreemplazable. Cuando se deja y deja de ser importante y se pierde, hay una consecuencia: nacen sociedades enfrentadas, intolerantes. Eso es lo que estamos viendo con el auge de cierta manera de entender la ciudadanía en las redes sociales. Lo que tenemos es una distorsión de la verdad. Las «fake news» y la posverdad son una especie de crisis de nuestra relación con la verdad, y yo creo que el antídoto puede estar en la literatura.
–¿Las consignas de los políticos son puro cuento?
–Estos discursos actuales de la política representan la simplificación máxima. Supone rechazar la complejidad de nuestro tiempo y todos los matices. Es ahí donde justamente entra en juego la literatura. Los libros apuestan todo el tiempo por la idea de que la naturaleza es ambigua y, en este sentido, está enfrentada a los discursos políticos. Es uno de los rasgos de la literatura.
–Con este libro ha roto las normas del cuento.
–Existen ciertas convenciones y mandatos que vienen de Joyce, Chéjov, Alice Munro y de toda la familia de escritores del cuento. Entre esas reglas, por ejemplo, está que el narrador tiene que contar, describir, pero jamás comentar lo que sucede. También se dice que los personajes de un cuento deben vivir despegados del contexto social, histórico y político que los rodea. Todo eso ha quedado desvirtuado para mí. De hecho, en mis cuentos está la realidad política de mi país y, además, también me incluyo como narrador. Estos descarrilamientos de la convención fueron consecuencia de 17 años de lectura y estudio del género.
–¿Qué importancia tiene observar?
–Los detalles son lo que más me caracterizan. Para mí la literatura es ser capaz de describir lo cotidiano convirtiéndolo en algo excepcional.
–También hay amor.
–Cuando tienes dos pesos muy sólidos y muy opuestos al mismo tiempo, casi era obvio que tenían que enamorarse. Me gustaba la idea de que él pudiera ser o tuviera algo que ver con el crimen y ella está investigando justamente eso. Ahí saltan las chispas.
–¿Cuál es la metáfora de la sonrisa de los pájaros?
–Todo tiene una doble emoción. A veces en la tragedia hay emociones buenas, fascinantes, y al mismo tiempo lo contrario. Me gustó la idea de que a ella le dieran miedo los pájaros por una tontería infantil, que es que no pueden sonreír porque tienen el pico duro. Este libro también relata lo absurdo.