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La barbarie yihadista relatada desde dentro del Charlie Hebdo

Un superviviente del atentado contra «Charlie Hebdo» recuerda el ataque y narra su vida después de la tragedia

Portada que propició el atentado perpretado por el ISIS en la que se puede observar la figura del profeta Mahoma siendo decapitado por un terrorista
Portada que propició el atentado perpretado por el ISIS en la que se puede observar la figura del profeta Mahoma siendo decapitado por un terroristalarazon

Un superviviente del atentado contra «Charlie Hebdo» recuerda el ataque y narra su vida después de la tragedia.

Cuando mi amado, y nunca bien ponderado, Frédéric Beigbeder me recomienda un libro, solo me resta hacer una cosa: devorarlo; nunca me ha fallado. Máxime, cuando se trata de un texto donde confluyen el periodismo, la literatura y el diario de un duelo, abordado, todo ello, con sobriedad y mesura. Elegante, instructivo y nada complaciente. Doloroso y doliente; subyugante. Todo eso es este libro. Y mucho más. Muchísimo más. El volumen está situado en la intersección entre... ¿la crónica, «le memoir», la alta literatura, la poesía feroz, el relato de Occidente, la cartografía emocional sobre la vulnerabilidad del hombre occidental? ¿Todo ello? Sí. Lo es. Hacía tiempo que una narración defraudaba tan poco a quien esto escribe. Situemos la acción: Corría el 17 de enero de 2015. Los hermanos Kouachi entran en la revista satírica parisina Charlie Hebdo armados con rifles de asalto. Al grito de «¡Allahu akbar!» («¡Alá es grande!»), consumaron treinta disparos. El horrible saldo final fue de 12 muertos y 11 heridos. Aquella mañana de invierno Philippe, que había publicado tres novelas y era uno de los periodistas y críticos culturales de más peso en Francia, recibía dos tiros de Kaláshnikov-357 Magnum en el rostro. Varios de sus mejores amigos murieron en el atentado perpetrado por los hermanos yihadistas. Él no. Sobrevivió pero se quedó sin cara del labio superior hacia abajo. Estuvo ingresado nueve meses en los hospitales de la Salpêtrière y los Inválidos. Le realizaron 18 cirugías faciales y, aunque mejora, su calvario no ha terminado. La morfina, el jazz, la matemática métrica de Bach, la cálida guitarra del Niño Josele o autores como Proust y Kafka aplacaban su dolor.

Cronista del horror

Estas páginas son la crónica detallada de su reconstrucción tanto facial como psicológica. Pero no es un libro de superación. Su punto de vista literario, en primera persona, mantiene la tensión de un cronista empeñado en no alejarse de su verdad íntima ni de la onda expansiva, más global de lo que imaginamos. Como en las grandes narraciones, el ingrediente que lo eleva a la categoría de inolvidable es el estilo, preciso, quirúrgico –nunca mejor dicho–, con un prodigioso combate con el pudor que no elude ni el egoísmo ni la vanidad de vanidades.

La conciencia de no ser un paciente más, la atención de amigos y familiares, las visitas del presidente Hollande (y su «interés» por la guapa cirujana)... Los pormenores clínicos, en lugar de arredrar al lector por su detallismo, son vitales para entender la proeza de convertir un agujero en algo parecido a una mandíbula, así como su resituación emocional. Queda patente que el libro se empezó a redactar en su mente en el momento en que abrió los ojos tras la primera intervención. Una parte de su ser se convirtió en cronista de su propia experiencia, no solo para explicárselo a sí mismo, sino también para contárselo a los lectores. Nos ha brindado la experiencia de alguien que ha sufrido el terrorismo en carne propia pero que no se compadece. El autor se marchó de París, eludió –hasta hoy– hacerse fotos por recomendación policial y redactó gran parte de este volumen desde Roma. Se acabó el Philippe Lançon de siempre. El dolor llegó a convertirle en otra persona y la palabra, tal vez, le sirvió de catarsis. El texto no destila odio hacia los hermanos Kouachi, sabedor de que son un producto de este mundo, pero, sencillamente, ni él ni el lector aciertan a explicar sus actos.

Es más, el «género» con el que ha abordado estas páginas como «novela de cirugía» no es otra cosa que una nueva revisitación de las novelas de caballería. Es solo mérito suyo no conocer el adorno vano y mostrar al lector sus sufrimientos, reflexiones y aprendizajes... aunque el horror –aún contado sin hipérboles– inunda el libro entero por la doble vía del prolegómeno y de la consecuencia. El título original, «Le lambeau», significa «Jirón», «colgajo» o «andrajo», Lançon pudo tomarlo prestado de Racine y sin duda hace referencia al pedazo de carne que le quedó como un fragmento de papel rasgado o la piel que, en cirugía, se injerta para reparar cicatrices. Sin rehuir la crueldad del acontecimiento, se detiene en los hechos cotidianos de antes y después del atentado y en la larga reconfiguración de una nueva identidad. Una cartografía perfecta y conmovedora. El ingreso hospitalario modifica por completo su vida y también la de las personas de su entorno: sentimientos, recuerdos, maneras de leer, de escribir y hasta de respirar. Parcela aparte merecen los todos aquellos miembros del personal sanitario, ángeles gracias a los cuales enhebrará estas páginas. Aquel 17 de enero, tumbado en el suelo, vio, al lado de su cara, los zapatos y la metralleta de uno de los asesinos. ¿Por qué no lo remataron como a los demás? Porque lo creyeron muerto, sin duda... y porque este libro debía ver la luz.