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La decadencia de Rambo en la era Trump

Representaba los valores patriotas colectivos, pero ahora se ha convertido en un héroe solitario de aire crepuscular. ¿Encaja en el nuevo patrón del siglo XXI? ¿Es él el equivocado o el mundo que le rodea?

Sylvester Stallone ha llegado a compartir identidad con su personaje
Sylvester Stallone ha llegado a compartir identidad con su personajelarazon

Representaba los valores patriotas colectivos, pero ahora se ha convertido en un héroe solitario de aire crepuscular. ¿Encaja en el nuevo patrón del siglo XXI? ¿Es él el equivocado o el mundo que le rodea?

Para los niños que crecieron en los ochenta, Sylvester Stallone se convirtió en el estereotipo a imitar en sus juegos. Decir Stallone era decir decir John Rambo, el personaje nacido en 1982 en la película «Acorralado», y con el que llegó a compartir una identidad en la que realidad y ficción parecían confundirse. No sería hasta la segunda entrega de la saga –«Rambo,:Acorralado. Parte II» (1985)– que las «esencias» del veterano de Vietnam emergerían en toda su potencia icónica. El éxito del formato precipitaría, en 1988, el estreno de «Rambo III», tras el cual se abrió un silencio de veinte años que llevó a sus fans a pensar en la muerte de este desencantado ex militar. Pero, como todo los grandes héroes, John Rambo tuvo su regreso: a destiempo, fuera de contexto, con un Stallone sesentón y realimentado con la fuerza de la nostalgia: «John Rambo» (2008).

Cuando, después de esta adenda inesperada la goma de Rambo parecía ya estirada hasta el artificio esperpéntico, Stallone ha dado una vuelta más de tuerca y, con el estreno hace unos días de «Rambo: Last Blood», ha entregado un «yayo Rambo» que devuelve al «outsider» ochentero al primer plano de la actualidad. ¿Qué pinta un personaje como el de John Rambo en 2019? ¿Se trata de un enfermizo ejercicio de nostalgia? ¿La incapacidad, por parte de Stallone, de dar entierro a una creación que para él implica juventud, éxito, virilidad? ¿O, más bien, la reivindicación oportunista de un perfil ideológico que ha recobrado vigencia con la entronización de Trump como Señor todopoderoso del mundo? Y si hubiera una respuesta oportuna para cualquiera de estas interrogantes, la que surgiría a continuación seguiría colocando a Rambo en una situación comprometida: ¿constituye este personaje un paradigma válido para unos jóvenes como los actuales, cuyo «background» cultural es otro muy diferente al de sus predecesores de los ochenta?

El referente: Bo Gritz

John Rambo es un vástago de su época, que tradujo al cine los trazos gruesos de un referente del patriotismo norteamericano de los setenta y ochenta: Bo Gritz, un boina verde, miembro de las fuerzas especiales estadounidenses que combatieron en Vietnam, y cuyo rostro adquirió relevancia pública durante la Administración Reagan. A partir de la materia prima proporcionada por Gritz, Stallone –que ha participado en el guión de todas las entregas– modeló un personaje que da continuidad a una amplia genealogía de «héroes crepusculares», arraigada en la historia de Hollywood. El gran universo del héroe crepuscular es indudablemente el wéstern. El John Wayne de «Centauros del desierto» (1956) determinó un modelo de individuo solitario, al margen de la sociedad, que arriesga su vida para salvar al mismo sistema que lo aparta. Durante los años sesenta y setenta, la proliferación del «wéstern crepuscular» permitió que directores como Sam Peckinpah desarrollaran el estereotipo de «héroe maldito» o «antihéroe», que se valía de la violencia sin límites para imponer la justicia.

En rigor, la saga Rambo no deja de ser una reinterpretación de la estructura narrativa del wéstern crepuscular. El personaje interpretado por Stallone se configura como un fuera de la ley, una anomalía del sistema de la que, sin embargo, éste se sirve para defenderlo y garantizar su integridad. Como cualquier héroe crepuscular, Rambo extrae su indestructibilidad de una violencia primitiva, no domesticada por lo social, que le procura un comportamiento libre y salvaje, sin perímetros que le constriñan. Esta condición primaria le viene dada por su funcionamiento fuera de lo normativo. A Rambo, el sistema le ha fallado. Y en la decepción abisal que le invade, en su irredimible melancolía, encuentra su brutalidad primitiva e imparable. Si en «Acorralado» su enemigo es el propio sistema norteamericano a cuya policía se enfrenta y reduce, en «Rambo, Acorralado. II Parte», Stallone ya pone a su antihéroe al servicio de la patria. Su viaje a Vietnam para liberar a los marines prisioneros lo convierte en el máximo exponente del «espíritu Reagan» –el patriota que pone el sacrificio por la nación por encima incluso de las leyes que protegen a ésta.

¿Y qué sucede con la actual «Rambo: Last Blood»? ¿Permanece fiel a los fundamentos originales del reaganismo? No es extraño, en este sentido, que Rambo naciera con Reagan y muera con Trump. En esta última entrega, Stallone ahonda más todavía en los valores tradicionales norteamericanos, al sumar a la familia como causa desencadenante de su comportamiento. Hasta esta última película, Stallone había sido un nómada, un vagabundo sin hogar que solo respondía a sí mismo. Ahora, sin embargo, vive acogido por una familia (una abuela y su nieta, secuestrada por una banda mexicana dedicada a la trata de blancas). Stallone fusiona, en esta nueva aventura crepuscular, el esquema de «Centauros del desierto» con una violencia en estado puro, sin filtros, con la que Rambo aumenta en varias decenas los más de 500 muertos que llevaba cosechados hasta el momento. Que los malísimos de la película sean mexicanos en un momento en el que Trump ha criminalizado torticeramente a este país, ¿será una casualidad?

«Yo contra el mundo»

El modelo de héroe que propone Rambo es el de «yo contra el mundo». Un solo individuo, pertrechado con todo tipo de armamento –incluido el emblemático arco con flechas– es capaz de acabar por mor de su sola pericia y violencia irreductible con centenares de enemigos. Se trata de un individuo corriente, cuya fuerza deriva de su condición «demasiado humana», de las secuelas mentales dejadas por el conflicto de Vietnam. Es alguien que sufre y que hace de su sufrimiento la fuente de su indómito furor. La fórmula «Rambo contra el mundo» fue el espejo en el que se miraron actores del tipo de Chuck Norris y Charles Bronson, especializados igualmente en salvar al país con la sola participación de su puntería y omnipresencia. La cuestión es: ¿qué cabida tiene el «modelo Rambo» en un contexto como el actual? ¿Resulta atractivo para las nuevas generaciones de espectadores 4.0? Evidentemente no. Para los jóvenes de hoy, John Rambo no deja de ser una antigualla, únicamente explicable desde la indulgencia «vintage». Para empezar, las causas que engendraron a Rambo –Vietnam y sus traumas– quedan muy lejanas y extrañas para las nuevas generaciones. Las protestas de los hippies de los sesenta y setenta nada tienen que ver con los asuntos más globales que conciernen a los jóvenes de hoy. En segundo lugar, y desde el estricto punto de vista de la cultura visual popular, el tipo de héroe que cautiva el interés de la audiencia contemporánea no es precisamente el atormentado y carnal Rambo, sino el superhéroe de Marvel y DC Comics.

Además, la centralidad de estos personajes en el imaginario colectivo ha crecido a resultas de su coalición: la Liga de la Justicia y X-Men constituyen ejemplos incomparables de la necesidad de los héroes de prescindir de la acción en solitario y de crear «redes de habilidades» que permitan obtener una fuerza de ataque más completa. Conceptos como los de «network», «holismo» y «diversidad» encajan mejor con la mentalidad de las nuevas hornadas de espectadores que el solipsismo misántropo de un John Rambo.

El héroe encarnado por Stallone es todo lo contrario al espíritu de colectividad que triunfa en el momento presente. Frente al romanticismo de lo individual que representa Stallone, el héroe contemporáneo se articula como adalid de un romanticismo de lo comunitario, de la acción colectiva. Y, por si éstas no fueran suficientes razones, en la saga Rambo, los malos son los de siempre y no hacen sino consolidar unos estereotipos culturales desfasados y –para mucha gente– ofensivos. Rambo debió morir con Reagan y, sin embargo, se ha empeñado en hacerlo con Trump.