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La Pompeya del Neolítico

El yacimiento submarino localizado en Italia –el más importante de este periodo en toda Europa– ha revolucionado el conocimiento sobre este periodo. En su lecho se han encontrado cinco piraguas de diez metros, material orgánico, restos textiles y hasta un huso. Y solo han excavado el 25 por ciento
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El yacimiento submarino localizado en Italia -el más importante de este periodo en toda Europa- ha revolucionado el conocimiento sobre este periodo. En su lecho se han encontrado cinco piraguas de diez metros, material orgánico, restos textiles y hasta un huso. Y solo han excavado el 25 por ciento
Se ha conservado lo que nunca se conserva, el material perecedero: maderas, cordeles, tejidos, restos de comida y objetos trenzados con cuerdas vegetales. «Es uno de los yacimientos más espectaculares del neolítico que existe en toda Europa», asegura Juan Gibaja, arqueólogo e investigador del CSIC que trabaja en esta investigación. A orillas del lago Bracciano, Italia, prosperó durante ese periodo una sociedad sedentaria. Levantaron casas, poseían embarcaciones para desplazarse y una tecnología que hasta ahora los historiadores no sospechaban. Con la subida del nivel del agua los restos de la población quedaron sumergidos y enterrados bajo un lecho terroso. Hoy en día se preservan a más de ocho metros de profundidad, debajo de tres metros de estratos y sedimentos. Un sello natural que ha conseguido que se conserve esta verdadera Pompeya, como se la conoce en el mundo científico. Y eso que hasta ahora solo se ha excavado el 25 por ciento.
En estas prospecciones, que comenzaron hace treinta años, han sacado cestería, arcos, cuencos, planchas que funcionarían para aislar el suelo de las cabañas, alrededor de cincuenta hoces y, sobre todo, lo más llamativo, cinco piraguas perfectamente conservadas de unos diez metros de longitud. «Prácticamente no existen embarcaciones de este tipo en el continente. No quedan. Hay alguna, que puede que sea más antigua. Pero no de este tamaño. ¡Son diez metros! Nunca nos hubiéramos imaginado que durante el Neolítico las hicieran tan grades. Suponemos que en ellas llevaban a las familias y que cargaban con alimentos, animales y sus objetos personales», prosigue Juan Gibaja.
Pero existe otro dato sobre estas naves que resulta más intrigante y misterioso: «Tienen tecnología naval que hasta ahora no conocíamos. Hemos consultado con expertos en este área y reconocen que no habían visto algo similar. Estas barcas no son simples troncos vaciados. Tienen elementos incrustados en su interior. De hecho, se pueden ver unos agujeros que podrían estar destinados a una especie de estabilizador o, quizá, para unirla a una segunda piragua. Así que podían funcionara como un catamarán», describe el arqueólogo, quien colabora con Niccolò Mazzucco y Mario Mineo, del Museo delle Cività y uno de los responsables de este importante proyecto, que nació de un acuerdo entre el CSIC y el Museo delle Cività.

Revolución bajo el mar

La datación aproximada del hallazgo está comprendida entre el 5700 y el 5200 a. de C. y pertenece al Neolítico, el momento en que aparece la agricultura, se extiende el pastoreo y aparecen las primeras sociedades sedentarias. Es un momento esencial de la evolución de la humanidad. Este hallazgo pertenece a una de las primeras sociedades que llegan Italia y arroja datos muy interesantes sobre su alcance. «El estudio de lo que estamos sacando a la luz está cambiando la perspectiva que teníamos. Nos hemos dado cuenta de que estas culturas eran bastante más complejas. Un aspecto interesante es que tienen contacto con pueblos muy alejados de ellas. De hecho, debían tener un red con otros asentamientos, lo que tiene cierto sentido porque así minimizan riesgos en sus traslados». Una conclusión que se ha extraído del examen de una serie de piezas, como hachas procedentes de los Alpes o la cerámica que se ha descubierto, que proviene de muchas partes, incluso del Egeo.
Pero si existe un material que resaltar es el textil. Bajo el légamo se ha conservado fragmentos que podrían pertenecer a la vestimenta de los pobladores. Unos restos tan escasos e insólitos que apenas hay laboratorios que puedan hacer un correcto análisis. «Los hemos enviado a Copenhague. Están habituados a trabajar con piezas muy antiguas. Ellos, por ejemplo, han examinado rastros vikingos. Pero, claro, estos tienen alrededor de 5700 años. Son cuatro fragmentos muy pequeños, cada uno con su propio trenzado, que creemos que fueran elementos de sus vestidos». Junto a estas piezas de gran valor arqueológico han sacado cestería de distintos tipos, recipientes diferentes y hasta un huso. «Es como el de “La bella durmiente”. De hecho, la cuerda todavía está puesta. Es como volver al pasado en apenas cinco minutos», comenta Gibaja.
Este conjunto de vestigios arrojan un mapa distinto sobre el Neolítico y han modificado las perspectiva que había: «Nadie podía imaginar que poseían esta tecnología y que realizaran estas cosas. Hacían objetos muy complejos». Algo que puede deducirse de la propia estructura del asentamiento. Todavía se conservan las estructuras de sus casas. Eran rectangulares y se mantienen los postes y pilares que las sostenían. De hecho, han sacado el techo, que fabrican con ramaje. Ahora saben que estas viviendas disponían de porche y un hogar central. Pero lo más interesante es que la disposición y situación de cada una ha dejado entrever que ya poseían una idea clara de un cierto protourbanismo. «No están colocadas de cualquiera manera. Ahora vamos intentar analizar los pilares que tenemos. Su datación nos facilitará su antigüedad y, a partir de ahí, podremos decir, cuál es la más antigua y la más moderna. O sea, cuál se construyó primero y cuál, después». Esta información se suma a otra no menos interesante. Entre los recipientes que ahora estudian, hubo un detalle que les llamó la intención inmediatamente. Al fondo de muchos de ellos han visto que hay una masa negruzca. Algo que no es una deformación del objeto ni alguna sustancia que se hubiera adherido posteriormente.

Restos de comida

Desde el comienzo se sintieron intrigados y tras repasarlo con minuciosidad, llegaron a una respuesta: eran restos de alimentos. «Nunca nos encontramos con comida. Es de lo primero que desaparece. Ahora estamos colaborando con una especialista porque queremos tener un análisis claro de los mismos. Tenemos, eso sí, bastantes restos de pan. Pero no trozos pequeños, sino de un tamaño bastante grande, como un puño, junto a una larga serie de cestas y cerámica que contienen alimentos fosilizados. Y no es algo que haya que ver a nivel molecular: lo distingues a simple vista». El resultado procedente de las pruebas que se van a acometer dará una radiografía de lo que comían y, también, de cómo preparaban sus alimentos. «No sabemos si hacían sopas o no, y qué es eso. El resultado nos permitiría reproducir el tipo de comida que hacían», comenta entusiasmado Juan Gibaja.
Este conjunto sobresale por la alta calidad de conservación y, como se insiste en resaltar, por la impresionante tecnología que deja al descubierto. «Si te mostrara algunas de las piezas que hemos obtenido y te dijera que son de la Edad Media te lo creerías. Todo esto nos aporta un dato de suma relevancia y contesta una pregunta que muchas veces nos hacíamos: ¿cómo se habían expandido tan rápido por el Viejo Continente? Probablemente la respuesta a eso y al enorme éxito que tuvieron en la Historia reside en su tecnología».
Para entender la palabra «éxito» que Gibaja menciona hay que tener en cuenta que esos años coincidieron dos tipos de organización social. La más nueva y revolucionaria, propia del Neolítico, las sedentarias, y las que todavía continúan siendo cazadores recolectores. Algunos de estos últimos grupos al ver la irrupción de los primeros decidieron amoldarse al nuevo signo de los tiempos y se unieron a estas poblaciones o, simplemente, convivieron respetando sus áreas de influencia. Pero nunca hubo enfrentamiento entre ellas, salvo en contados casos, únicamente registrados en Portugal. Y, sobre estas supuestas pruebas, existen todavía dudas. «Nunca se percibe violencia. Fue una adaptación única para el conjunto de todo el Mediterráneo. De hecho, las conclusiones que saquemos de La Marmotta también nos ayudarán a conocer aspecto de nuestro pasado en España y el sur de Francia».
Una rápida expansión
Uno de los puntos que desean conocer los historiadores es cómo en esa época los hombres del neolítico se pudieron expandir tan rápido desde unos puntos, en ocasiones, tan lejanos. El descubrimiento de estas cinco piraguas fue un acontecimiento, no solo por el hallazgo del objeto, sino también porque brindaba una gran oportunidad para responder a esa pregunta. Para eso se han reproducido a tamaño real y con todos sus detalles. Y el resultado de probarlas en el agua ha sido sorprendente, como relata Juan Gibaja: «Estas sociedades neolíticas comienzan a moverse muy rápido. Hacia el 6700 a. de C. están en Grecia, en 5400, en Portugal. Este movimiento tan acelerado se produjo porque podían navegar perfectamente. Y se han reproducido las piraguas para hacer los trayectos desde Croacia hasta Grecia. Hacían movimientos de cabotaje e iban parando en la costa. Van de costa a costa», explica el experto.