La última frontera: el centro de la tierra
Con el espacio aún desafiante, y la superficie conocida casi por completo, la Terra Incógnita de los aventureros del mañana podría estar en las cuevas y cavernas.
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Con el espacio aún desafiante, y la superficie conocida casi por completo, la Terra Incógnita de los aventureros del mañana podría estar en las cuevas y cavernas.
En 2030 ya quedaban pocos rincones en los que los aventureros y exploradores pudieran internarse con la esperanza de descubrir nuevas sendas y aspectos desconocidos del planeta. La conectividad permanente, los GPS, las cámaras ubicadas en casi todas las esquinas y la facilidad para los viajes intercontinentales hacía muy complejo hallar tierra virgen. Quedaban entonces dos alternativas: los fondos oceánicos y las profundidades geológicas: cuevas, cavernas y oquedades del planeta.
La primera precisaba de naves adaptadas a las grandes presiones, equipamiento específico de altísima complejidad y mucho dinero para pasar tiempo a más de 5.000 metros por debajo del nivel del mar durante meses. En cambio, la opción espeleológica precisaba un conocimiento muy alto pero el equipo era más accesible y, gracias a nuevas tecnologías la exploración (y con ella la innovación, la medicina y la sostenibilidad) dieron pasos de gigante.
Todo comenzó con la gran revolución bacteriana, más conocida como GRV. Aunque se merece su capítulo aparte, básicamente se basó en el hallazgo de millones de nuevas especies de bacterias capaces de interactuar con nuestra flora intestinal y mejorar nuestra salud, estimular nuestra inteligencia, resistencia, capacidades físicas y reducir la depresión y ciertos trastornos neurodegenerativos.
Muchas de estas bacterias florecían en entornos poco amables: sin luz, a altas temperaturas y humedad, en ambientes enrarecidos por la falta de oxígeno... Se trataba de sitios de difícil acceso a los que hubo que esperar a contar con tecnologías adecuadas para primero tener acceso y después o poder estar allí días y hasta semanas a la caza y captura de bacterias, microbios y también hongos que pudieran ser aprovechados por la medicina.
Dos áreas específicas permitieron alcanzar esto. La primera fue la de los tejidos inteligentes y la segunda la de los teléfonos móviles con metacapacidades. Cuando en octubre de 2019 la compañía The North Face lanzó la tecnología FutureLight seguramente no esperaba abrir un camino nuevo. Inicialmente, este tejido era tan impermeable como transpirable: dejaba salir la humedad pero evitaba que entrara. En los entornos de las profundidades geológicas, altas temperaturas y un índice de humedad muy por encima de lo normal, esta era una ventaja enorme ya que permitía a los expertos usar una sola prenda que evitaba que la transpiración se acumulara en la piel y al mismo tiempo impedía que las goteras naturales, los empaparan. El tejido FutureLight representó la evolución natural y sostenible del GoreTex gracias al uso de materiales reciclados. En 2025 se le sumó un tratamiento antimicrobiano muy útil para evitar los olores y el deterioro propios de usar una misma prenda mucho tiempo, y más en espacios cerrados. Este fue el disparador de una nueva tecnología.
Pero quienes utilizaban esta tecnología en la exploración se dieron cuenta de que la eficiencia de la capacidad antimicrobiana evitaba a menudo que se hallaran nuevas bacterias y demandaron un tejido inteligente que diera un giro de 180 grados a lo «antimicrobiano». Así, The North Face primero, y luego otras compañías, desarrollaron tejidos inteligentes que no solo capturaban las bacterias que podían pasar desapercibidas para los exploradores, sino que las analizaban y daban alertas en caso de hallar una desconocida que tuviera potencial en medicina. Hoy, en 2030, estas prendas son verdaderos laboratorios de respuesta rápida que se llevan puestos y hasta se pueden programar.
Sistema de eco
Aún así, faltaba algo más, un detalle fundamental en las cuevas laberínticas del planeta: una tecnología que les permita ubicarse, comunicarse, analizar el entorno y profundizar en las características de los elementos que rodeaban a los exploradores. Uno de los primeros que exploró esto fue el fabricante OnePlus. Acostumbrados a trabajar codo a codo con los usuarios, crearon teléfonos cuyas cámaras utilizaban un sistema de eco similar al de los murciélagos para orientarse: mediante sonido podían trazar un mapa en 3D del sitio, descubrir salidas ignoradas y posibles entradas y hasta determinar diferentes tipos de minerales presentes.
Gracias a ello se pudo no solo explorar y cartografiar sitios conocidos sino hallar nuevas cuevas cuya existencia se desconocía. Así fue como descubrimos que nuestro planeta escondía muchos más secretos en su interior que en el exterior. El problema es que, durante los primeros años nos comportamos del mismo modo que con la superficie y apenas en los últimos dos hemos comenzado a cuidar este nuevo mundo bajo nuestros pies.