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Las cartas de amor de Lope de Vega: «Llegando yo mozo a Lisboa se apasionó una cortesana de mis partes»

La Biblioteca Nacional adquiere 117 cartas de Lope de Vega al Duque de Sessa, a quien escribía misivas de amor para que enviara a sus amantes.
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La Biblioteca Nacional adquiere 117 cartas de Lope de Vega al Duque de Sessa, a quien escribía misivas de amor para que enviara a sus amantes.
Lope de Vega y Luis Fernández de Córdoba y Aragón, VI Duque de Sessa se conocieron en 1605. Inmediatamente hubo química. El último tenía título, dinero y contrastada afición por los poetas; el primero, talento a raudales para la lírica y para el «sablazo». Se hicieron íntimos. Tanto que en 1607 Lope pasa a ser su consejero, su Celestina, su «alcahueta» o, si se quiere más áulico, su Cyrano de Bergerac: le escribe las cartas de amor con las que el duque encandila a sus amantes, le aconseja en lo referente a Cupido y le lanza carnaza más gruesa. El duque era, al decir de Américo Castro, «extremado en amores», lo que viene a ser tirando a lascivo si completamos el retrato con lo que opinaba Amezúa, que lo ve «corto de luces, poltrón, vanidoso y mujeriego». Sessa solo tenía una «cualidad digna de un hombre de valer: la de aficionarse por extremo a los escritos de toda suerte que procedieran del ingenio del Fénix». Con sus generosas dádivas, le arrancó comedias, cartas y hasta obscenidades con las que se solazaba. Lope le revelaba detalles de su «larga experiencia en los tratos del amor» (Américo Castro) como ésta: «Llegando yo mozuelo a Lisboa, cuando la jornada de Inglaterra, se apasionó una cortesana de mis partes, y yo la visité lo menos honestamente que pude. Dábale unos escudillos, reliquias tristes de los que había sacado de Madrid a una vieja madre que tenía; la cual, con un melindre entre puto y grave, me dijo así: ‘‘No me pago cuando me güelgo”».

Adulador y servil Lope

Del epistolario se desprende la imagen de un Lope adulador y servil, muy consciente de que el dinero de Sessa le proveía de la libertad necesaria para vivir y para escribir. «Yo venero a vuestra excelencia como el cielo y le amo más que a todo cuanto hay en la tierra», le escribe. Exagerado. Exageradísimo. Pero no es poco lo que este noble «corto de luces», veinteañero, hizo por el Fénix: hasta pagar su entierro y encuadernar todo lo que tenía a mano en materia de autógrafos. Gracias a él han llegado a nuestros misivas llenas de color y descaro en las que Lope y Sessa cotillean por todo lo alto: se habla de corridas («fueronse los Reyes hartos de toros, si de esto pueden estarlo»), de fiestas donde «sobras mujeres y faltan dineros», de la mala salud del poeta en repetidas ocasiones y como clara excusa para desatender a su señor... Hasta de homosexualidad: de «mujeres quejosas» de «hombres presos por traidores a la naturaleza, que así llamo yo los que andan por detrás a tan feos gustos».
En las misivas hay también alta política y detalles de la vida literaria: se trata de la Academia del Parnaso, del comportamiento del «burgo» en las representaciones de Lope. Sessa empieza a hacerle encargos más propios de un valido que del secretario en amores inicial. Pero hacia mediados de la década de 1610, cuando el poeta aspiraba a ser ordenado sacerdote, el Fénix no sabe cómo quitárselo de enmedio, pues su relación y las tórridas misivas no gustan entre el clero: «Yo hablé a aquella persona señor excelentísimo y me dijo resueltamente buscase otro confesor con tanta cólera como si le hubiera dicho que fuera hereje (...) No quiero yo parte de eso, sino servirle en cosas lícitas (...) Esto no son escrúpulos sino pecados para no hallar la gracia de Dios que es lo que yo ahora deseo». Resumiendo: acepto seguir a su servicio y su bolsa, pero sin más cartas indecentes. Para restañar la herida y animarle a ser autor de sus propias cartas de amor, el considerado una de las glorias de la literatura española le larga un ditirambo sin parangón: «Si algún consuelo tengo, es saber que Vuestra Excelencia escribe tanto mejor que yo, que no he visto en mi vida quien le iguale...».
Para ahondar en la amistad de Lope y Sessa (y conservar el valioso legado de su relación epistolar), la Biblioteca Nacional ha adquirido 117 cartas (96 de puño y letra de Lope) del poeta al aristócrata. La institución ha pagado 400.000 euros (un precio, defienden, bajo a tener en cuenta las jugosas ofertas del extranjero) a la familia de Bustos y Pardo Manuel de Villena. Para Luis Alberto de Cuenca, presidente del Patronato de la BN, «Lope está de moda» y está adquisición dota de «contenido interesantísimo» a un centro que ya es la máxima autoridad documental en el teatro del Siglo de Oro y que para otoño prepara una magna exposición sobre este tema. Carlos Peña, experto de la Universidad Autónoma de Barcelona, considera que este lote de manuscritos, fechados entre 1610 y 1614, ya digitalizados, será de gran ayuda a los investigadores, pues «mantienen una ventana abierta al siglo XVII a través de una de sus grandes figuras». «Poco textos tan sinceros como estos –valora–, ya que en su obra literaria se ajusta a la moral y las convenciones, pero aquí expone sus valores e ideas y habla en primera persona de su tiempo. En ellas vemos sus enfermedades, sus costumbres, sus vicios, su celopatía, su coquetería y sus escarceos juveniles».