«Las señoritas de Aviñón» explicadas al nuevo feminismo
Todo movimiento que se produzca en su interior tiene repercusión sobre la forma de ver y entender el arte del último siglo.
Todo movimiento que se produzca en su interior tiene repercusión sobre la forma de ver y entender el arte del último siglo.
Que el MoMA sea el museo de arte moderno y contemporáneo más importante del mundo no es una simple etiqueta que se traduzca en cientos de miles de visitas por año y en la consagración de cualquier artista que en él exponga.
Todo movimiento que se produzca en su interior tiene repercusión sobre la forma de ver y entender el arte del último siglo. La forma en que éste se expone en el MoMA marca de forma decisiva su relato y establece un modelo a imitar por el resto de las instituciones internacionales. El nuevo diseño de su colección permanente que se acaba de dar a conocer generará, a buen seguro, encendidos debates entre partidarios y detractores, entre los que lo considerarán demasiado revolucionario para el museo neoyorquino y quienes, por el contrario, lo devaluarán por demasiado comedido y conservador.
El nuevo dispositivo expositivo propuesto por el MoMA diferencia tres grandes periodos históricos: 1880-1940; 1940-1970; y 1970 hasta el presente. De acuerdo con esto, parecería que, una vez más, vuelve a privilegiarse el paradigma cronológico sobre cualquier otra consideración. Ahora bien, la novedad del nuevo planteamiento reside en la organización interna de cada uno de estos tres grandes bloques. Frente al concepto histórico-evolutivo hasta ahora predominante, el equipo de comisarios del MoMA ha optado pormezclar a artistas de diferentes periodos y generaciones.
Cada sala ha sido consagrada –dependiendo de los casos– a un artista, una obra, un medio específico o una disciplina, un espacio-tiempo determinado o una idea compartida y redefinida a lo largo del tiempo. Un perfecto ejemplo de este tipo de reorganización temática lo proporciona Picasso. El MoMA cuenta con la mejor colección de piezas del pintor malagueño del periodo comprendido entre 1906-1908 –es decir, los años clave en la gestación del cubismo–. Hubiera sido muy fácil elegir como concepto denominador de la sala el propio nombre de Picasso –una de las mayores «marcas» de la historia del arte– o el de un estilo como el del cubismo, intrínsecamente vinculado con él. Pero no ha sido así. En su lugar, la sala aparece referenciada en el recorrido del museo como «En torno a Las señoritas de Avignon».
Y, en ella, además de todas las pinturas icónicas realizadas por Picasso antes y después del revolucionario lienzo se han añadido dos piezas pertenecientes a décadas posteriores: una pintura de la autora afroamericana Faith Ringgold, y una escultura de Louise Bourgeois.
A través de este doble diálogo en el tiempo, el equipo curatorial del MoMA ha pretendido poner de manifiesto la manera en la que evolucionaron dos de los grandes rasgos de «Las señoritas de Avignon»: la representación de la mujer y la de la diferencia racial. La pretensión es que esta mítica creación ya no se analice únicamente a partir de los códigos de su época, sino de los parámetros estéticos y discursivos de varias décadas después. ¿Maniobra acertada o ejercicio forzado? El debate no ha hecho nada más que empezar.