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Leo Nucci: y el segundo “bis “ llegó

El barítono, reencarnación de Rigoletto en la tierra, volvió a repetir el aria de la “Vendetta” en su segunda y última función en el Palau de les Arts de Valencia
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El barítono, reencarnación de Rigoletto en la tierra, volvió a repetir el aria de la “Vendetta” en su segunda y última función en el Palau de les Arts de Valencia
Segunda función y segundo bis. En el fondo, Leo Nucci lo sabía. Estaba seguro de que el público, que le adora en Valencia, en Madrid y en Sebastopol (si es que en esa ciudad de Crimea hubiera teatro de ópera donde pudiera cantar), le haría repetir “Vendetta, tremenda vendetta” una vez más. Y que él, con la misma emoción de siempre, lo cantaría como si se tratara de la primera vez que repitiera. Curiosamente el barítono nunca había cantado en el Palau de les Arts. Curiosamente. Pues llegó con dos funciones, cantó y bisó. No era para menos. Y es que Nucci es a Rigoletto lo que el desaparecido y querido maestro Claudio Abbado era a Rossini: su reencarnación en la tierra. Nadie conocía al compositor italiano como el director de orquesta fallecido y nadie puede interpretar al jorobado y desgraciado bufón como lo hace este artista, camino ya de los 78 años. Un cantante de raza, jovial y encantador, con una mirada azulísima, caballero y perteneciente a una estirpe lírica de la que pocos, muy pocos quedan ya. Cuando fue Rigoletto en el Teatro Real en 2015 repitió el aria en las cuatro funciones que interpretó y en una de ellas estuvo a punto de hacer un “tris”, que ya hubiera sido una vuelta de tuerca más a una hazaña ya de por sí de proporciones casi siderales.Nucci, que no es altanero ni hace gala, que podría, de su garganta, es un esposo enamorado y un padre amantísimo que sabe disfrutar de la vida y a quien le queda aún bastante juego que dar. Ayer, con un ambiente proclive el público esperó el momento final del segundo acto para romperse las manos pidiendo una repetición y él volvió a cantar esa tremenda aria desolado, roto de dolor, padre al cabo. Nucci se ha transmutado al caer el sol de este verano anticipado en el hazmerreír de la corte una noche más. Ha pasado de verdugo a víctima. Él es, y será para siempre, Rigoletto. En valencia, en Madrid y ese Sebastopol, una lugar remoto que no sabemos si habrá pisado. Se llama Leo, pero no da patadas a un balón. Y es grande. Y redondo. Absolutamente inmenso. Y un máquina total. Vendrán más bises y volverá a meterse en la piel del jorobado. Y volverá a escribir la historia. La suya y la de Rigolettio, o ¿acaso no es la misma?.