A pie de obra
Su amigo Picasso le tenía por su mejor imitador, consintiendo en firmarle cuadros para socorrerle, y lo era con tal destreza que, cuando se intentó vender un original auténtico, un famoso marchante arguyó que ya lo tenía, y que aquél era una copia del pintor canario. Acaso, Óscar Domínguez, vehemente y tan convulso como su pintura, que, aquejado de «elefantiasis», se cortó las venas en la bañera de su domicilio –hizo 60 años la pasada Nochevieja–, pugnó siempre por «reunificarse» imposiblemente consigo mismo. En «Qué piensa el león del horizonte» –premio Pedro García Cabrera–, Octavio Pineda (Las Palmas, 1979) le rinde un elocuente y original tributo, componiendo una suerte de dietario de sus lienzos, y emulando con los versos las «decalcomanías».
El tono del poemario, a la vez conciso y expansivo, minimalista y envolvente, se muestra fiel a la complejidad de su obra, definida por lo matérico y la escisión: «Ángulos inundados que hablan ángulos de luz en el desorden». Desmantela la falacia del automatismo, para mostrarnos el drama del artista que hubiese querido pintar la pura analogía existencial. «(...) permanecer en el lienzo donde ninguna mano pinte una costura vacía donde ningún cuerpo se resista donde la vida regrese al amasijo», se dice, por ejemplo, en «Máquina de coser electro-sexual». Los poemas exploran la «extranjería» radical y la secuencial «esquizofrenia» de quien ansiaba rejuntar la lava volcánica de las Islas con el asfalto parisino. Lo que niegan o no concluyen los lienzos es tan relevante como lo que aparece. Y a tenor de la consigna de Breton, «entre lo que reconozco y lo que no reconozco estoy yo», Pineda advierte que Domínguez «huye de lo que olvida que no conoce», y «de la humareda sin matices». En realidad, el león no piensa nada del horizonte: se limita a «percibir el aliento» de su presa o de su cazador.