Anne Sexton, poemas que matan
Muerta la escritora, nace el mito. Los hitos líricos. Las altas cotas logradas. Las grandes licencias poéticas. Los temas intocables –locura, menstruación, menopausia, maternidad, el matrimonio, la noche oscura del alma...–. Heroína de la ciénaga, la miseria, el dolor y la cloaca. Nadie sale indemne de su lectura. Todo nos turba; todo lo enturbia... Todo espanta, obligándonos a vivir en una incomodidad perpetua. Un estado «malsentado» del alma que nos mata al tiempo que nos salva. Si alguien en poesía fue capaz de traducir los lamentos guturales en palabras, ésa fue Anne Sexton. Algunas para epatar, otras con menos acierto; las mayoría de ellas, con completa genialidad. Diferente siempre.
Eso sí, para comprender su verbo, hay que empezar, en este caso, por «su» desenlace definitivo. Sólo así se asumen sus nueve libros, ahora presentados en un único volumen en castellano. En parte debido a sus carencias emocionales, pero también a causa del desorden bioquímico que la hizo estar «tocada por el fuego» de la bipolaridad. Igual que su amiga Sylvia Plath, como Tennessee Williams o Virginia Woolf, que la amarró a una desequilibrada psique, una vida sentimental atormentada y una logorrea metafórica prodigiosa con capacidad para introducir su hacha en lo más profundo, y capaz de alcanzar con la yema de los dedos las pulsiones medulares del ser humano: la masturbación, el incesto, el delirio, el adulterio, el suicidio, el éxtasis sexual destructor. Una especie de infección para sí misma y para sus lectores...
Pero, ¿cómo es ese final, con renuncia incorporada y meditada de alguien que, a pesar de todo, amaba respirar como demuestra en el poema «La caricia»? Después de no pocos intentos de suicidio los días ,de su cumpleaños –fecha que odiaba–, a los 44 años, la hermosísima mujer de largas piernas que gastaba de un glamour digno del mejor cine de Hollywood, que olía eternamente a perfume francés y que llevaba una severa herida en el alma, tomó su gran decisión: se calzó el abrigo de piel que había heredado de una madre con la que nunca tuvo una filiación demasiado tierna, se bebió dos vodkas y con un tercero en la mano entró en el garaje de su casa, encendió el motor y la radio de su Cougar «rouge» y se quitó la vida. Ni sus premios, su fama ni sus dos hijas pudieron frenarla del impulso suicida. Pergeñado años antes, le había reprochado a su también amiga Sylvia Plath y haberle tomado la delantera en su adiós: «¡Ladrona! –escribió-. ¿Cómo te has metido dentro, / te has metido abajo sola / en la muerte a la que deseé tanto y tanto tiempo?».
Sexton estaba empeñada en la tarea de conquistar para la poesía nuevos territorios que no pocas jóvenes de su época y trasnochadas feministas, después, elevarían a la categoría de proclama. Territorios de la «emoción» que reclamaban para la mujer un lugar distinto del que le concedía la mentalidad tradicional, que el tiempo ha convertido en universales y ha sacado del gueto del mero «género». Porque sus versos no son auto complacientes y siempre están dispuestos a darnos malas noticias de nosotros mismos....
Lorca y la muerte
Las casi 1.000 páginas que componen su obra completa en castellano –traducidas magistralmente por José Luis Reina Palazón y dirigidas por el exquisito poeta Antonio Colinas– no son regulares. Incomoda, si se me permite, que se la compare con Lorca, pese al acercamiento a la muerte o acaso por el uso de metáforas y ricas imágenes. Es de justicia reseñar sus «sombras», en tanto que sus páginas sufren altibajos. En sus primeros poemarios se aprecia formalismo hasta que evoluciona hacia un tímido surrealismo sinestésico y aborda territorios nuevos adentrándose en licencias poéticas más elaboradas. Muchos de sus versos, no obstante, son desahogos emocionales –quejas, expectativas no cumplidas, párrafos de un diario lanzado al viento–. Luego llegaría la búsqueda de Dios, y su último poemario publicado en vida, premonitorio, dejaría su lacre definitivo de verso, vida, amor, dolor y muerte. Ciclón poético, sexual, doméstico, alcohólico, familiar, químico, existencialista y autolítico... Sexton hija, Sexton madre, Sexton mujer. Nadie ha gritado detalles tan privados, pero ello no la convierte en una poeta confesonalista. Es hacedora de versos con mayúsculas. Cualquier otro adjetivo sobra.