Celos, ¿una historia de amor?
En el día de San Valentín, no está de más echar la vista atrás a las mil posibilidades de que una «love story» acabe fatal
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En el día de San Valentín, no está de más echar la vista atrás a las mil posibilidades de que una «love story» acabe fatal
Los celos son ese monstruo de ojos amarillos que actúa con impunidad. No es un monstruo por lo que hace, sino porque cree que tiene derecho a hacerlo. Eso es lo realmente monstruoso. «No, no me arrepiento, volvería a hacerlo, son los celos», cantaba Alaska en los 80. En «¿Cómo pudieste hacerme esto a mí?», una mujer atropella a su paraja y no se arrepiente. Bien por ella, pero le debería caer encima todo el continente de Alaska y que alguien que si se arrepiente clavase una bandera.
Estamos en San Valentín, que los sabios dictan que era un médico y sacerdote romano del siglo III, que murió decapitado por casar a jóvenes soldados, algo prohibido por el emperador Claudio II el Gótico porque creía que los solteros eran mejores soldados. Gótico tenía que ser por ir arrancando cabezas, el muy canalla. Los enamorados quedaron entonces asociados a este día para celebrar su amor, y no hay nada mejor para celebrar que el amor. Quizá el Mundial de fútbol, pero seguramente no.
Lo que las escrituras no dicen es que San Valentín era tan celoso que un día, ante la imagen de una mujer besando a un pastor, se convirtió en lobo y le mordió. «¡Fueron los celos, fueron los celos!», aulló aterrado cuando le dieron caza. Puede que las escrituras no digan nada de esta historia porque no sea verdad, pero lo cierto es que cuando se celebra el amor, los celos no tienen cabida, y que esto pase al menos un día al año está muy bien.
Los celos han sido una gran inspiración para escritores, músicos y artistas. El primero que le viene a uno a la cabeza, como no, es «Otelo», de William Shakespeare, el moro veneciano cuyas inseguridades, bien manipuladas por Yago, le llevan a matar a Desdémona. Ella, enamorada, no se resiste a su destino, pero cualquier amor que permita la destrucción del mismo debe ser nombrado de otra forma. Un culo con ocho naldas cubiertas de pelos y ocho patas no es un culo, es una araña. En definitiva, hay muchas emociones a las que la ignorancia se le aplica el significado de amor. Gran falta, desde luego.
El otro mito por excelencia, en este caso femenino, es «Medea», tragedia clásica en la que esta mujer es capaz de matar a sus dos hijos con tal de arrastrar al infierno a Jasón. Medea, sacerdotisa, ejemplificada como hechicera y bruja, tampoco se arrepiente, fueron los celos.
El propio Cervantes, en sus «Novelas ejemplares», consiguió su relato más logrado con «El celoso extremeño», un hombre que encierra a su joven esposa en su casa para que no tenga contacto con nadie. Sin embargo, ella conseguirá que su amante entre en la casa. Porque que uno sea paranoico no significa que nadie te esté siguiendo. Moraleja, no hay medidas preventivas para el amor porque los celos y el amor no son lo mismo. «La sonara de Kreutzer», de Tolstoi, «Tess de Uberville», de Thomas Hardy o «La celosía», de Alain Robbe-Grillet, son otros grandes ejemplos.