Cuidado con la ola, Don Winslow
El autor ofrece una refrescante novela de intriga sobre el asesinato de un surfista
La aparición de un nuevo título de Don Winslow es un acontecimiento literario. ¿Importa que «La hora de los caballeros» sea de 2009 y en el ínterin se hayan publicado títulos tan fundamentales como «Salvajes» y su precuela «Los reyes de lo cool»? El lector quiere más Winslow, ,como ayer quería más Chandler y hoy más y más Elmore James. Frente a una posmodernidad desquiciada, nadie está para perder el tiempo en bagatelas. En «La hora de los caballeros», Don Winslow culmina el estilo concisamente pop que lo ha hecho famoso. Atrás queda el preciosismo estilístico de «El poder del perro» y «El invierno de Frankie Machine», tan poderoso literariamente como cargado de melancolía. Historias de perdedores que luchan contra el destino a sabiendas de que el hampa es un sistema cerrado donde nada escapa a su control.
Prosa sintética
En 2008, Don Winslow inició con «La patrulla del amanecer» una serie del detective surfista, escrita con un estilo despojado, tan solar como un amanecer en el Pacífico. Con una prosa sintética, casi telegráfica, supervitaminada y mineralizada, de un dinamismo pop tan contagioso como los personajes que viven por y para el surf en el sur de California. Es evidente que sigue la máxima de Elmore James: «Elimina todo cuanto el lector tiende a saltarse». Dibuja el relato y desliza la intriga, como si el mar, las olas y la tabla de sur establecieran la moral del relato y la ética de sus personajes. El surf es un estilo de vida guay y una escueta filosofía panteísta que obliga al autor a utilizar un estilo literario similar a su jerga, de una ligereza y sencillez asombrosas. Como su protagonista, Boone Daniels, epítome del detective infantil, fiel a sus amigos, cínico, sarcástico y desilusionado: «Una vorágine de contradicciones bajo un mar de apariencia plácida», lo describe Don, similar al narrador, que se mimetiza con su voz interior. Una conciencia que surfea su propia ola y le obliga a tomar sus decisiones en un océano donde el deber, la amistad y la lealtad andan en una confusa algarabía que sólo él sabe desentrañar a tiempo para volver a la zona de arranque de las olas.