El detective cambia de género
Para Antonio Mercero el final del hombre es la mujer. Pero no solo la mujer biológica, también el hombre transformado en mujer tras una reasignación de género: la transexual. Si se sigue este razonamiento que plantea en su novela policiaca «El final del hombre», el final de la mujer será también la mujer pero transexualizada en hombre, lo cual vuelve a colocar las cosas en su sitio, pero invertidas. Únicamente que estas dos construcciones «de género», o mejor, producto de la química y la cirugía mediadas por el deseo irrefrenable de ser otro/a, conduce a saltarse a la torera la biología en nombre de la cultura. Pero, ¿no dijo Lévi-Strauss que «la cultura sustituye, utiliza y transforma a la naturaleza para realizar una síntesis de un nuevo orden»?
Fantasía Disney
Gracias al delirio de los «estudios culturales» la biología es un hecho secundario rendido a la dictadura totalitaria de la cultura como constructora de un planeta que jamás habría imaginado Aldous Huxley en «Un mundo feliz». Solo han de coincidir deseo con identidad. El resultado es un orbe de ficción en el que la ideología cultural dominante procura la coartada perfecta para vivir la fantasía de las princesas Disney.
Buena prueba de este delirio es «El final del hombre», cuya protagonista es un policía transexual en pleno proceso de reasignación de sexo. El caso que investiga es un mero pretexto mediante el cual presenta la problemática de este agente, casado y con un hijo, que trata de adaptarse con su nueva identidad en un entorno hostil. Si el investigador o detective estrafalario, asocial y rebelde, con una intuición a la altura de su excéntrica personalidad, tiene una larga tradición desde Sherlock Holmes, el primer Asperger no diagnosticado, hoy tan de moda en los seriales y novelas, ¿por qué no incluir otras singularidades psicofísicas alternativas? Quizá Mercero ha creado este personaje, el/la inspector/a Carlos /Sofía Luna en la tradición de Holmes, Poirot y la travesti Anarcoma, o simplemente ha querido reflejar un hecho social minoritario que llame la atención del lector, ávido, si no de relatos originales, al menos de personajes que compitan en el ranking del friquismo internacional y el feminismo ingenuo.
La singularidad de los nuevos detectives hace tiempo que incluye las minorías sexuales: detectives gays, lesbianas, travestidos y ahora transexuales. Pero faltan aún minorías alternativas al gaycentrismo dominante: osos, gordos, bisexuales y el resto de letras que conforman el acrónimo de «identidades de género» LGBT, hoy convertido en una impronunciable sopa de letras: LGBTIQCAPGNGFNBA.
Si la posmodernidad ha impuesto el juego de las sexualidades anti heteronormativas, con el tiempo se cubrirá con detectives de las proliferantes minorías. ¿Quién descarta uno ciego, heterosexual con disforia lésbico-pansexual y antiyihadista que investigue el reclutamiento de chaperos-salfistas en las mezquitas occidentales? Mercero, un buen narrador pero que abusa de los excesos discursivos, ha preferido la critica a la heteronormatividad y la violencia doméstica a una intriga policiaca bien resuelta. A la postre, el detective es el medio, no el fin.