Crítica de libros

El mundo se ha vuelto ligero

El mundo se ha vuelto ligero
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«De los bienes materiales a los servicios, el orden de lo ligero reestructura nuestra economía». Así de contundente se expresa Gilles Lipovetsky en su nuevo ensayo, «De la ligereza», donde el sociólogo francés, siempre atento a los vaivenes de la sociedad contemporánea (una sociedad gobernada por el imperio de la moda y el vacío) examina el mundo actual bajo la lupa de la ligereza, un concepto que resume el clima y el síntoma, de nuestra época.

«En estas páginas –señala sin embargo Lipovetsky– no hay ni una apología ni una condena moral o política de la ligereza», dado que no se trata de un vicio ni de una virtud sino de otra cosa: de «un principio de organización social, un valor estético y tecnológico que ha adquirido una importancia capital en la era hipermoderna», que se manifiesta en todos los aspectos de la vida cotidiana y que describe un universo nómada y tecnológico, donde las cosas se aligeran, se desmaterializan y se vuelven miniatura para poder cargar el peso de la existencia.

Nacida al calor de la modernidad, la ligereza, afirma Lipovetsky, fue en sus comienzos una opción global, un proyecto central que, gobernado por un ideal de progreso general, inspiró los actos, la política, las técnicas y las ciencias desde entonces hasta ahora y se impuso como una orientación estructural que, no obstante, tiene su contrapeso en la paradoja de que, a pesar de que las normas sociales son más flexibles y ligeras, «la vida, en cuanto tal, se presenta más pesada».

Así, entre el cultivo de la libertad individual, de la búsqueda de la felicidad y del deseo de paz interior se sigue entrometiendo, a pesar de todo, una angustia sin límites, un malestar en la cultura que sigue expresándose en las cifras del paro, en la precariedad laboral, en la inestabilidad de las parejas, en el fanatismo religioso, en la juventud desamparada. Todos síntomas, concluye Lipovetsky, de una ligereza que está regida por la moda y por la economía capitalista y que, curiosamente, ha impregnado de un «espíritu de pesadez» a nuestra época.